El derecho a la crítica versus la responsabilidad política: así parece estar organizada la discusión en el interior de quienes apoyamos al gobierno del Frente de Todos. No es muy difícil encontrar el punto de referencia que construyó esta dilemática situación, no es otro que el mensaje de Cristina Kirchner que acompañó su decisión de presentarse como candidata a vicepresidenta acompañando a Alberto Fernández en la fórmula electoral. Es ese discurso y el rápido realineamiento político que construyó lo que sería el punto de partida del triunfo electoral y la amplia coalición de gobierno que hoy está en funciones.
Entonces y ahora la cuestión política primera es evitar el gobierno de la derecha argentina que después de la experiencia de Macri no puede sino considerarse una amenaza gravísima para el futuro del país. Lo es en términos de desigualdad social y derrumbe económico, debilitamiento de la soberanía nacional y de alineación automática de la Argentina con los Estados Unidos. Esta certeza básica tendría que ser central a la hora de pensar las posiciones políticas actuales; es muy elemental pero con frecuencia se olvida. El Frente de Todos es, ante todo, una coalición “preventiva” contra la peor alternativa que tiene ante sí nuestro país. Nada tiene de extraño que una coalición se construya contra un peligro principal; casi podría decirse que sin la existencia de una amenaza externa, las coaliciones que en el mundo han sido, no serían más que un nombre para fundamentar alianzas electorales con pretensión de triunfo.
La crítica interna es una necesidad para una coalición: sin ella la coalición deja de ser tal. Al mismo tiempo es indispensable asegurar que su desarrollo no consista en un mero ejercicio de identidad por parte de sus componentes. Que la discusión no recaiga en perspectivas ideológicas inmutables, que esté en condiciones de habitar lo concreto, lo coyuntural. El mejor ambiente para la crítica es la existencia y fortaleza de las organizaciones políticas. Fuera de ellas está la amenaza del “consumismo político”, es decir la comodidad de sentarse en el sillón del espectador para aplaudir o para reprobar lo que ocurre en el escenario. El espectador y el militante existen en toda fuerza política. El problema se presenta cuando los protagonistas centrales – y a veces excluyentes- terminan siendo los espectadores. Esta afirmación contradice el sentido común predominante en la autocomprensión de la democracia en las últimas décadas, que ha forjado lo que la politología conformista llama “democracias de audiencia”. El actor político termina siendo en esta práctica, el consumidor del mensaje de los medios de comunicación. La debilidad orgánica de los partidos actuales –en el país y en todo el mundo- no es una mutación espontánea de la democracia. Es el resultado de una lucha política, la consecuencia del resultado de lo que en otra época se llamaba “la lucha de clases”. Es decir, es el resultado del triunfo de una coalición de clases, la de las grandes corporaciones económicas y, principalmente, financieras apoderadas de los gobiernos más poderosos del mundo, con los grandes medios de comunicación como herramientas principales, sobre el movimiento obrero y los sectores populares.
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En el país y en la región se dieron –y siguen dándose contra el pronóstico de muchos- fenómenos políticos en tensión y contradicción con este patrón político. Sin embargo, el fenómeno político-cultural que es el kirchnerismo en la Argentina no ha dado lugar a una configuración político-orgánica capaz de sustentar su existencia fuera de las instituciones representativas y de los medios de comunicación. Ese vacío político se hace más evidente y ostensible en el contexto de una pandemia que desaconseja las reuniones y las aglomeraciones; justamente los sustentos históricos de una política participativa y organizada. Claro que lo específico de la etapa no puede ocultar que el problema preexistía. Para algunos, el problema político argentino sería el “movimientismo” peronista. Pero esa interpretación, impuesta por la ciencia política “oficial” es una incomprensión histórica: el peronismo no fue la voluntad excluyente de Perón, sino una conversación permanente, y a veces crítica, entre el líder y su base de sustentación, que en la época no se reunía tanto en los locales partidarios como en los sindicatos.
Hoy el frente de todos se sostiene básicamente sobre el PJ, el frente renovador y una masa de simpatizantes (mayoritaria en términos electorales) que se autoidentifica como “kirchnerismo”, encuadrada en múltiples instancias orgánicas, casi sin relación entre ellas. La Cámpora, la más numerosa y poderosa estructura de ese conglomerado no ejerce ningún rol coordinador. El contexto favorece la angustia. La sensación de que “no es esto lo que votamos”, “nadie da la cara” y “todo se derrumba”. Para incentivar este drama operan muy fuerte e inteligentemente los medios monopólicos de comunicación para los cuales el foco principal está puesto en la desunión del frente, particularmente la ruptura entre el presidente y la vicepresidenta. En forma simétrica funcionan las alertas rojas de los que denuncian el “fuego amigo” y establecen absurdos paralelismos con épocas trágicas de enfrentamientos en el peronismo.
El kirchnerismo hoy tiene enormes recursos de poder. No todos los que idealmente le corresponderían en proporción a su peso electoral, político y espiritual en el país. Pero tiene muchos recursos. Y tiene también mucha responsabilidad en la defensa de la unidad, la que, por otro lado, fue una creación de su jefa indiscutida. Periódicamente Cristina interviene con fuerza y a la vez con cuidado en la discusión. Pero fuera de esas periódicas intervenciones, lo fundamental del resto de la vida política del kirchnerismo transcurre en espacios bastante cerrados o en algunos sets de televisión que, como sobradamente se sabe, sirven más a la necesidad del rating minuto a minuto que para la consolidación orgánica de una fuerza política. Además están las redes sociales que cumplen cierta labor “informativa” pero que a la vez son amplificadoras de las angustias y los egos y no aportan casi nada en materia de organización y discusión política seria.
La necesidad de la convergencia orgánica del kirchnerismo no está dada por la necesidad de defender “porotos” internos, Significa la base de sustentación de lo que Cristina llama el empoderamiento. Significa la información y formación colectiva de los militantes y partidarios. Y tendría un valor muy apreciable para el fortalecimiento del gobierno y su relación con el pueblo.