Conexión en Moscú: las palabras del presidente y el alboroto colonialista

05 de febrero, 2022 | 19.09

No es sorpresivo que la feligresía pronorteamericana haya procedido a escandalizarse públicamente por las declaraciones del presidente en su encuentro con Putin. Del coro de impugnadores sobresalen Macri y los editorialistas de los medios oligopólicos. El ex presidente no podía dejar de hacer público su rechazo, puesto que impugnar la dependencia del país respecto de Estados Unidos equivale a poner en cuestión su razón política de ser. Y en el caso del dispositivo mediático, a esta altura está claro que su posición político-ideológica respecto de la realidad argentina es enteramente coherente (y obsecuente) con la de las máximas autoridades norteamericanas. Aun así, estremece un poco que algunos columnistas de Clarín le pidan perdón a Biden por la traición de Alberto. Estamos ante distintas vertientes orgánicas de algo que podría ser llamado “el partido de la dependencia”.

Y el partido de la dependencia no es un sello, una institución orgánica. Es lo que Gramsci llamó un “bloque histórico” una amalgama de intereses, voluntades y prácticas reunidas en torno a un proyecto con aspiraciones hegemónicas. Se podría situar en 2008, durante la rebelión del agronegocio contra Cristina, el comienzo del proceso de nacimiento de ese partido. Y podría reconocerse un hito decisivo de su desarrollo en la convención del radicalismo en Gualeguaychú, en marzo de 2015. Hay que decir que el nacimiento de ese partido tuvo un lugar central el triunfo de la postura de Macri, opuesto a la incorporación de Massa en la coalición de derecha, que le ganó la interna sobre este decisivo punto al mismísimo Magnetto. ¿Cuál habrá sido el actor decisivo para ese resultado?

Se podría decir que las palabras del presidente “no son un descubrimiento”. La dependencia es un fenómeno que ocupó una literatura amplia e intensa en nuestra región, durante la década de los setenta del siglo pasado. Pero por qué pensar que el “descubrimiento” debe ser necesariamente un acto único. Se descubre lo que está cubierto. Y la contradicción con Estados Unidos es lo más cubierto que tiene la política argentina. La clave de esa cobertura estuvo en lo que podríamos llamar “la ideología de los años noventa”. Tras la caída del muro de Berlín y la implosión soviética que lo siguió, el mundo unipolar bajo la égida norteamericana se presentó en sociedad bajo el nombre de “triunfo del proceso de globalización”. Ese nombre lo significaba todo: debilitamiento extremo de los estados nacionales, dominio absoluto del modo de producción capitalista en su versión más plena -sin regulación estatal y sin representaciones potentes de los trabajadores en el terreno político y sindical. La onda atravesaba todo el planeta y en nuestra tierra el menemismo montó sobre esa ola el sustento de su predominio político.

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Volvamos ahora a los dichos del presidente y en qué sentido son un “descubrimiento”. ¿Qué es lo que descubren? Descubren en qué consiste la debilidad argentina frente al FMI. Esa debilidad no consiste sola ni principalmente en el poder del Fondo y de Estados Unidos en su interior. La debilidad principal de la Argentina como nación independiente frente al fondo y a Estados Unidos consiste en que una parte importante de su población considera que esa dependencia es entre “natural”, “irremediable” y “positiva”. La debilidad principal de Argentina como estado independiente es el peso de la ideología neocolonial en el interior de su sociedad. Ahora bien, hay que agregar, sin embargo, que después del incendio de 2001, la creencia pro-norteamericana se debilitó entre nosotros. Néstor Kirchner volvió a los años setenta del siglo pasado, no en términos de apelación romántica (y “demagógica”) a las juventudes movilizadas en aquellos años, como algunos han creído ver. Volvió desde una reinterpretación de los acontecimientos de diciembre de 2001: del resultado de la “inutilidad de la clase política” según el juicio ampliamente predominante en aquel fin de año, pasó a ser pensado como el resultado de la aplicación de políticas antipopulares, solamente explicable por la dependencia respecto de las líneas rectoras que los economistas presentaron al mundo como “el consenso de Washington”. Nunca como ésta, otra definición pudo marcar a fuego la existencia de una época (fugaz, por cierto) de dominio mundial unipolar encarnada en la centralidad de la potencia ganadora de la “guerra fría”.

A fines de 2001 estallaba la crédula esperanza de que nuestro país se sumara a las fuerzas principales de la época en la puesta en marcha del “mundo nuevo” del capitalismo financiero sobre la base de su incondicional dependencia de Estados Unidos. Y compartimos esa experiencia con una serie de gobiernos de la región, lo que construyó -y hoy insinúa reconstruir- un proceso de integración regional, que resulta una clave estratégica fundamental para cualquier proceso de afirmación justa y soberana para nuestro país.

No se ha subrayado lo suficiente, que las palabras que dirigió el presidente al líder ruso Putin, fueron dichas por un mandatario que dirige hoy la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), que es la alternativa latinoamericana a la OEA, que funciona plenamente bajo la órbita de Estados Unidos. La simultaneidad de la visita presidencial a Rusia, China y la CELAC con la instancia decisiva de la negociación con el Fondo no pudo ser planificada. Pero es una convergencia de acontecimientos muy significativa. Las peripecias argentinas de hoy están claramente determinadas por la regresión política provocada por el triunfo de Macri en 2009. El partido de la dependencia ganó en elecciones limpias, lo que ocurría por primera vez en la Argentina. Desde tan alto e histórico logro, el partido de derecha se propuso eliminar a su adversario histórico, a aquel que proscribió y persiguió por décadas durante el siglo XX, al que cooptó fugazmente a fines del siglo pasado y sobre cuyos eslabones menos fieles a la tradición nacional presiona sistemáticamente. El odio antikirchnerista que lo desborda se explica por los límites que el proceso político nacido en 2003 ha construido contra el intento de neutralizar (o destruir) la herencia peronista en su versión nacional, popular y regionalmente integradora.

La coalición gobernante hoy, solamente puede recuperar terreno perdido (el resultado electoral es elocuente) por el camino de la recuperación del nivel de vida de sus sectores más afectados por la pandemia y el macrismo. Por otro lado, los acontecimientos recientes (o más o menos recientes) como los de Bolivia, Perú, Venezuela y Chile -cada uno con su propio perfil histórico e ideológico- insinúan la posibilidad de reapertura del proceso de construcción de la patria grande. Desde ese punto de partida podemos reconstruir un tipo de vinculación con el mundo que sea funcional a nuestra soberanía, nuestra independencia económica y una vida digna para todos y todas en la Argentina.