Hace pocos días octubre nos ofreció, una vez más, una fecha de peculiares connotaciones. No exenta, ciertamente, de polémicas y dilemas para quienes habitamos Argentina pero también significativa para toda Latinoamérica.
Es que el 12 de octubre se cumplieron 529 años de que “nos descubrieron” como Continente rico en materias primas, en antiguas culturas, en exóticos productos y frutos de la tierra; y los que se embarcaron -literalmente- en tamaña aventura, aunque algo confundidos al principio en cuanto al lugar del mundo al que arribaban, como exponentes de una “raza” que, por entonces y en las siguientes centurias, la han concebido superior, también hallaron personas de las que dudaron que tuvieran suficientes signos de humanidad como para no ser tratados como “bestias” de trabajo y para todo otro servicio esclavizado.
Por cierto, que la “piedad cristiana” que insuflaba a esas caritativas almas conquistadoras, más allá de aquellas dudas, llevó a que se propusieran como parte de la empresa comercial en ciernes y el consiguiente saqueo a mansalva, una misión evangelizadora que borrara por completo todo vestigio del acervo cultural propio de esas “cuasi-personas” que rodaban -enteros o sus cabezas- a su derredor.
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El “emprendedor” que tantos metales preciosos (miles de toneladas de plata y oro, mezclados con ríos de sangre humana) facilitó a la monarquía española que supo dilapidarlos velozmente, se llamaba Colón y su apellido dio paso a la denominación clásica de ese tipo de campañas de sometimiento: “colonización”.
Congruente con la lógica del colonizado que tanto ha caracterizado a nuestras elites, con sede principal en la ciudad de Buenos Aires -hoy convertida en una absurda Ciudad/Estado-, embelesadas con Europa y encandiladas con pertenecer a una hispanidad aristocrática, se hizo un culto cuasi religioso de aquel descubrimiento convirtiendo a esa fecha en una celebración -al igual que en España, a la que razones no le faltaban- y titulándola como el “Día de la Raza”.
Debieron pasar 200 años de la Revolución de Mayo, primer paso hacia nuestra independencia como Nación soberana, para que borrásemos esa ignominiosa denominación y sentido celebratorio, rebautizando esa fecha como conmemoración del “Día del Respeto a la Diversidad Cultural” (según Decreto N°1584/2010 PEN).
Claro que ese cambio no fue del agrado de quienes siguen siendo -o sintiéndose sin serlo- parte de esa minoría privilegiada, que se cree dueña del país y del destino de su Pueblo, con más compromisos con la extranjería imperialista que con su tierra de origen, refractaria a toda clase de diversidad y despreciativa de las mayorías, particularmente de los más desposeídos.
Esos mismos que se rasgaban las vestiduras cuando se desalojó la estatua de Cristóbal Colón plantada detrás de la Casa Rosada, para emplazar allí un Monumento a Juana Azurduy (nacida en Chuquisaca, Bolivia), una de las grandes figuras de las luchas emancipadoras que combatió al ejército realista demostrando enorme coraje, alcanzando el grado de coronela.
Una síntesis perfecta de esa visión cipaya resulta de las manifestaciones de José Luis Espert, entusiasta referente del neoliberalismo más recalcitrante, quien dijo: "El 12 de octubre los seres humanos normales festejamos, como toda la vida, el Dia de la Raza. Y eso no tiene nada de racista (…) Los simios drogados kirchneristas, no sabemos qué engendro linguístico festejarán"
No cuesta demasiado imaginar cuales son para él los “seres humanos normales”, un poco más complejo es comprender que se catalogue como “no racista” celebrar esa fecha como “Día de la Raza”, pero cualquier enigma al respecto se devela con la semblanza que hace de quienes se contraponen a su pensamiento autoritario y a su ostensible intolerancia de toda diversidad o pluralismo.
He aquí un ser liberal normal, hijo del subdesarrollo, esperpento republicano, profundamente antidemocrático y exponente fiel de los “libertarios” odiadores seriales.
El Día de la Lealtad
El mes de octubre también nos trae otra fecha, por demás paradigmática, el 17 “Dia de la Lealtad”, consagrado como tal a partir de la pueblada de 1945 que rescató a Juan D. Perón de un destino que se anunciaba fatal no sólo por la suerte que le deparaba la oligarquía que, como tantas veces, se valía de las Fuerzas Armadas para proteger sus privilegios, sino para los derechos sociales conquistados y que, como se demostrara en los años siguientes, constituían un punto de partida para acceder a muchas otras conquistas.
Preso Perón, el Comité Central Confederal de la CGT -por entonces, una de las Centrales obreras- reunido el día 16 debatió hasta la madrugada siguiente si convocar o no a una huelga general, que, finalmente, se decidió para el 18 por una escasa mayoría (16 votos a favor y 12 en contra). Aunque esa reunión comenzó, y se extendió por varias horas, tratando la negativa patronal de abonar duplicado el jornal de quienes trabajaron el feriado del 12 de octubre, una reivindicación legítima pero que en ese contexto daba cuenta de cierta miopía de una parte de la dirigencia gremial.
Esa decisión de la CGT, demorada por actitudes vacilantes y falta de convicciones acerca de la trascendencia de lo que estaba aconteciendo en el país, quedó ampliamente superada por la reacción popular que masivamente se volcó a las calles desde distintos puntos del conurbano bonaerense y de la ciudad de Buenos Aires confluyendo en la Plaza de Mayo para colmarla con cientos de miles de personas, decididas a permanecer allí hasta que Perón fuera liberado.
Para los que representa una epopeya, como para los que significó una maldición e incluso para quienes no se alinean en ninguna de esas posiciones, el 17 de octubre de 1945 es una fecha en que cambió la historia de la Argentina y que ha seguido determinando el curso de la política de nuestro país.
El Movimiento nacional y popular que se gestó en esa jornada consolidó la lucha contra el coloniaje, se erigió como defensor de nuestra soberanía, estableció las bases para un desarrollo económico independiente de sesgo industrialista y se propuso una distribución de la riqueza fundada en la justicia social.
La adhesión o militancia que ha concitado reconoce diferentes vertientes, como también se registran variadas concepciones ideológicas en frecuente tensión dado su carácter movimientista y policlasista. Pero es su opción por los más humildes, su alianza esencial con la clase trabajadora y aquellos postulados los que definen su doctrina e identifican sus políticas claramente antiliberales.
Los de siempre, como siempre
Octubre ha sido un mes que este año ha dado paso a diversas demandas de la sociedad, a la vez que se constituye en la antesala de unas elecciones legislativas determinantes de los límites que enfrentará el Gobierno para llevar a cabo, en los dos años que le restan de gestión, el Programa que se comprometió a implementar en el 2019.
Esos comicios, que tuvieron un anticipo preocupante en las primarias (PASO) por una reducción sensible del caudal electoral del Frente de Todos, cobran una importancia mayor por los manifiestos propósitos destituyentes de los sectores opositores que no se reducen a fuerzas políticas, que como tales son más visualizables, sino que comprende a sus patrocinadores del sector concentrado de la economía.
En ese marco es pertinente prestar atención a las demandas de estos últimos, que formularon tanto en la reunión de unos pocos -de los que más tienen- en un almuerzo con el Presidente, como de otros más -empleados calificados de aquellos mismos- en el cenáculo por excelencia del gran empresariado (el Coloquio de IDEA) donde se plasman los reclamos e imposiciones alimentadas por un crudo pensamiento neoliberal.
La reducción de impuestos, levantamiento de barreras comerciales, eliminación de retenciones a las exportaciones como de las medidas en protección al empleo existente (doble indemnización fijada en diciembre de 2019 y prohibición de despidos dispuesta desde marzo 2020), reducción del gasto público en todo aquello que no los tenga como destinatarios, fueron un común denominador en el que cerró filas el empresariado.
Por supuesto, que el tema laboral y la flexibilización desprotectora siguió siendo el caballito de batalla, presentado con siempre renovados ropajes de seda que disimulen el primate que los viste.
En esta ocasión la propuesta de quitar derechos planteada cínicamente como un sano aporte a la creación de empleo, consistió en: 1) un régimen laboral de emergencia por tres años, con reducciones iniciales del 75% de las cotizaciones patronales: 2) abaratar “temporalmente” las indemnizaciones por “desvinculaciones”, que implique costos a escala del tamaño de las empresas; 3) derogar la legislación que penaliza la ausencia o deficiente registración del empleo, liberando a los empleadores de cargas adicionales por sus deliberados fraudes en perjuicio de las personas que trabajan y de la seguridad social; 4) “modernizar” los convenios colectivos para mejorar la productividad; 5) prohibir reclamos judiciales una vez “pactadas y liquidadas”, privadamente, las indemnizaciones por despido; 6) poner el mayor énfasis en la “capacitación” laboral, otorgando una retribución “estímulo” para los que se capaciten trabajando, pero sin ser catalogados de trabajadores ni vinculados por un empleo formal.
En una pirueta circense muy atrevida, como desvergonzada, el economista jefe de IDEA (Santiago Bulat), citó a uno de los tantos conversos que asiduamente atraviesan el Peronismo, para darle un tinte emotivo y de “franca” conciencia social a sus propuestas precarizadoras del mundo del trabajo: “Lo dijo muy bien Álvarez Agis: estamos muy preocupados por proteger los derechos del 28 por ciento de los trabajadores registrados, pero ¿qué pasa con el 72 por ciento restante?”
Debió preguntarse, también, que pasará con ese 28%, cuyos derechos -sino el empleo mismo- se perderán a poco que se implementen precarias y/o deslaborizantes formas de contratar a los que forman parte de ese 72% (que tampoco alcanza tal porcentaje) y que conformarán una fuerza laboral muy barata, carente de derechos básicos, con el destino manifiesto de sustituir a aquellos otros.
Volver para ser mejores: ¿en qué y cómo?
A la vista de lo que representa esa juntada reaccionaria, siempre demandante de favores pero nunca dispuesta a ofrecer sacrificios en beneficio del país y de su gente. Que son los verdaderos “planeros” que viven del Estado, cuando lo gobiernan quienes buscan un crecimiento con equidad y, más aún, cuando lo colonizan con mandaderos nacidos de sus entrañas: ¿tiene sentido ir a dar allí un debate?
Jerarquizar ese encuentro de ostensibles -y ostentosos- opositores, orgullosos de serlo y aliados eternos de los que sirven a intereses enfrentados con los de la Patria, con la asistencia de funcionarios de primer nivel y hasta del mismo Presidente de la Nación.
Responder negativamente a dilemas de esa índole, no implica desconocer la necesidad de mantener una interlocución razonable con los “dueños” del poder económico y sus representantes más notorios. Lo que no es lo mismo que prestarse a una función de circo que se exhibe como de debate de ideas, pero entre las que jamás permearán las que catalogan de raíz “populista” y, menos aún, las que provienen de quienes no estén dispuesto a someterse a su matriz de coloniaje.
La interlocución posible para poder avanzar con políticas populares, consensuando sin subordinaciones que terminen en defecciones, es desde el conflicto mismo que representan intereses francamente antagónicos. Desde el fortalecimiento del Estado, y sus bases consustanciadas con las políticas de ampliación de derechos, que permitan equilibrios indispensables para acordar, tanto como fuerzas suficientes para imponer en beneficio del bien común y con la legitimidad que brinda la institucionalidad democrática.
No basta con manifestarse contrario a quitar derechos, es preciso proponerse ampliarlos en beneficio del conjunto y priorizando a aquellos que ni siquiera gozan efectivamente de los derechos formalmente existentes.
No es suficiente plantear que el salario debería ganarle a la inflación, cuando sigue perdiendo y en algunos ámbitos (como el del mercado de alimentos) por goleada, se trata de estar dispuesto a llevar a cabo, con medidas concretas, una fuerte transferencia de ingresos en favor de los que han quedado peor posicionados. Y lograrlo no es magia, sino producto de una firme decisión en procura de que cedan los que se llevaron la parte del león en la fiesta macrista del 2016 al 2019, acumulando a las ganancias obtenidas por las políticas “populistas” de los gobiernos que lo precedieran.
No se trata de generar riqueza, sino de distribuirla equitativamente. Ni el solo aumento del PBI, ni el incremento de las exportaciones con efectos favorables en la balanza comercial, ni la sustitución de importación tributaria de un desarrollo industrialista, ni la búsqueda de formas de financiamiento más racionales serán suficientes, si el Estado no recupera el manejo de los dispositivos que encaucen y redireccionen los efectos positivos de todas esas variables.
Desde aquel emblemático 17 de octubre de 1945 el Peronismo ha sido la fuerza política capaz de llevar a cabo tal tipo de transformaciones y brindar justicia y felicidad al Pueblo. La conciencia de las personas que hoy forman parte o provienen de los estratos sociales tradicionalmente representados por ese Movimiento, es fundamental; lo que no le resta la mayor responsabilidad que recae en su dirigencia y la imperiosa necesidad de que respondan, cabalmente, a los postulados doctrinarios peronistas y a su vocación de convertirlos en una realidad efectiva tan bien expresada en dos frases: “Mejor que decir es hacer” – “Mejor que prometer es realizar”.