La violencia de género no se puede banalizar. La coyuntura actual requiere de una responsabilidad especial a la hora de abordarla. Según un informe del Observatorio de violencia de género "Ahora que sí nos ven" durante los últimos cinco años, desde el primer #NiUnaMenos el 3 de junio de 2015, una mujer fue asesinada cada 30 horas. La tarea de concientización y abordaje desde una perspectiva correcta implica el uso adecuado del lenguaje y los términos, la visibilización de la violencia en todas sus expresiones, la necesidad de proteger la identidad de las víctimas, evitar el sensacionalismo, no compartir imágenes erróneas, respetar el principio de inocencia, evitar los procesos de re victimización y siempre chequear las fuentes de información. La responsabilidad de que aquello se cumpla recae sobre gobernantes y representantes, quienes ocupan espacios de poder, y comunicadores, pero también sobre quienes militamos el feminismo y una sociedad más equitativa.
Esta semana la cantante María Paz Ferreyra, más conocida como Mis Bolivia, denunció un hecho de violencia en sus redes sociales. "Paren de matarnos" es el nombre del tema que compuso en 2017 para su álbum Pantera y se convirtió rápidamente en un grito colectivo en los espacios de militancia feminista como respuesta a los femicidios. En una serie de stories de instagram la artista sugirió que había sido víctima de violencia doméstica por parte de su ex marido a quien definió como “abusador”. En ningún momento hizo referencia explícita a los hechos pero sí compartió en el mismo formato imágenes de heridas en su cuerpo acompañadas con frases alusivas como “ésta dolió bastante”. Simultáneamente su ex pareja compartió un comunicado en el que relata que la separación se produjo en un marco de “máxima armonía, respeto y amor”.
Rápidamente la información se compartió miles de veces, las fotos llegaron a los programas de televisión de la tarde, y hasta dio lugar a cuestionamientos a la palabra de Miss Bolivia, como fue el caso de la cantante Andrea Álvarez quien expresó en un descargo: “cuando una ‘referente' de un movimiento (porque alguien la hizo referente, yo NO )hace todo lo contrario a lo que milita es que perjudica a una lucha de muchas mujeres en este caso”. Y agregó: “Pero la mentira es así: sale como la pus de un grano. Cuanto más grande más pus. Que esto no destruya una lucha y ojalá no perjudique a movimientos que trabajan para que tengamos una sociedad mejor y en donde también hay gente de mentira que se mete para camuflarse”.
La violencia de género se produce todos los días en cualquier vínculo o entorno social. Como mencioné anteriormente la situación a nivel nacional es catastrófica para miles de mujeres e identidades feminizadas. Cuando quien denuncia es una persona pública o con mucha exposición se encienden las alarmas. Simultáneamente cientos de acusaciones son lanzadas en las redes sociales y terminan siendo consumidas como un tuit más o un video entre otros millones de contenidos que compiten por la atención de la audiencia. Aquello trae como consecuencia un proceso de frivolización y banalización de la violencia de género, por el que la información se independiza de las subjetividades e incluso del estado de derecho.
La banalización de las denuncias en las pantallas tiende a pre formatear un método y exigir un ritmo que raramente son reales. La mayoría de las mujeres e identidades feminizadas víctimas de violencia, que padecieron situaciones horrorosas y muy traumáticas, quedan de esta manera opacadas y silenciadas. Algunas ni siquiera han podido acceder a los dispositivos de contención estatal para dejar sus hogares y alejarse de sus abusadores durante la cuarentena. Según cifras del observatorio antes mencionado entre el 20 de marzo y el 7 de junio de 2020 se han registrado 63 femicidios, de los cuales el 71 % ocurrió al interior de las casas. En una coyuntura donde el tema se ha instalado en agenda pero aún no se concreta en cambios estructurales podríamos preguntarnos qué efectividad tiene a esta altura la práctica del escrache, el linchamiento compulsivo, o el “Enojate hermana”, métodos que sin duda tuvieron sentido en un momento iniciático de construcción colectiva de dispositivos de visibilización del hecho social, y de señalamiento de conductas naturalizadas y estructuras burocráticas patriarcales que persisten en todos los ámbitos del poder, sobre todo la justicia.
Muchas son las instituciones que sumergen a les denunciantes en procesos de re victimización, empezando por la justicia y los organismos públicos que en teoría deberían comprenderles y atenderles. Muchísimo más si se trata de mujeres e identidades no binarias de sectores populares o sin recursos. Según Pilar Rassa, del Observatorio de Género y Diversidad del Colegio de Abogados de Pichincha, “la re victimización hace que la víctima, en el momento de recibir atención en las dependencias de justicia, sea tratada como culpable del delito que denuncia” . No existe comodidad alguna en tener que relatar a otres un abuso sufrido, una violación o un hecho de violencia vivido en el propio cuerpo. No suele ser tan fácil. En el caso de la violencia psicológica se suma la dificultad de no poder probar los hechos con evidencia física.
La víctima que consigue pasar a palabras un hecho ha atravesado un proceso muy interno y doloroso que generalmente lleva tiempo y una carga emocional severa. Asimismo aquella instancia funciona como un mecanismo ordenador de los pensamientos, recuerdos y experiencias, que le permite administrar con criterio qué relatar y cómo hacerlo. La posibilidad de ubicar y hacerse cargo del propio relato hace que deje de ser solamente víctima para lograr resignificar lo vivido, poder avanzar, y eventualmente cerrar. Ese es el modelo que han desarrollado históricamente los organismos de Derechos Humanos. Sin embargo ese tiempo necesario, ese proceso interno que es sumamente personal, termina siendo cuestionado y hasta tomado como un argumento en contra de quien denuncia. La frivolización de la violencia de género, las denuncias exprés y la multiplicación de relatos punitivos exacerbados mediáticamente, incluso desde nuestros feminismos , podría perjudicar a las subjetividades diversas y las voces silenciadas y promover la imposición de estándares que no se corresponden con los procesos genuinos.