Sri Lanka: Pasó el FMI y las políticas de ajuste estallaron en las calles

Por qué el mundo mira con atención lo que sucede en ese pequeño país asiático. Su importancia geoestratégica para Estados Unidos y China. 

15 de julio, 2022 | 00.05

Sri Lanka, un pequeño país insular del Pacífico, ubicado al sur de India, irrumpió en las noticias del mundo el fin de semana pasado. Miles de manifestantes movilizados por la imparable suba de precios de los alimentos, falta de combustibles, inflación y crisis de deuda, llegaron a la residencia presidencial y lograron tomarla. Treparon los muros, ingresaron al Palacio, se bañaron en la piscina, usaron la cama del presidente, se sentaron en sus sillones y husmearon en sus cajones. “Devuelvan el dinero robado” y “Gotabaya go home” pudo leerse en inglés en las paredes de Colombo, la capital srilandesa.

El mandatario, Gotabaya Rajapaksa, miembro del clan familiar y ex ministro de Defensa que puso fin, con una ofensiva militar a un conflicto étnico de años, debió renunciar a su cargo y huir del país. Las protestas se mantienen en contra del primer ministro, Ranil Wickremesinghe, quien se encuentra al mando de manera interina y no logra controlar una furia popular que logró sobreponerse a la dura represión y los gases lacrimógenos.

Sri Lanka es un país dependiente del ingreso de divisas para autoabastecerse de lo básico y, como muchos países dependientes de las variables económicas globales, se encuentra sumido en una crisis profunda que comenzó a agudizarse desde marzo, cuando el gobierno admitió que se encontraba en negociaciones con el FMI para pedir un rescate. Fue el organismo quien recomendó una fuerte devaluación a partir de la cual el dólar pasó de costar 200 rupias a casi 360

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Luego de declararse incapaz de cumplir con sus obligaciones de pago de deuda externa, el 12 de abril, los precios de los alimentos alcanzaron en junio un aumento del  57%, mientras que la  escasez de combustible llevó a prohibir las ventas a particulares a fines del mismo mes. Esto provocó el cierre de escuelas y la movilidad se redujo al mínimo. El combustible fue reservado sólo para actividades esenciales.

“Agradezco al presidente Biden por la asistencia financiera adicional de USD 20 millones a Sri Lanka. Los fondos se utilizarán para hacer frente a la crisis alimentaria y garantizar la seguridad alimentaria. Agradecemos sinceramente el continuo apoyo de los Estados Unidos”, había expresado Wickremesinghe, el primer ministro de Sri Lanka, el 28 de junio, vía Twitter. 

La ayuda estadounidense en un momento como este, cobra un sentido singular, si se mira Sri Lanka desde la importancia geopolítica que tiene, por su ubicación geográfica.

Un informe de Carlos Bielsa, publicado por The Global World subraya que el país que fue colonia británica hasta 1948, posee una ubicación estratégica en el Océano Índico, por el que se estima que pasa el 70% del comercio del petróleo en el mundo. El histórico conflicto étnico que se expresó en los enfrentamientos entre Tamiles y Cingaleses fue saldado en 2009, luego de una ofensiva militar contra los tamiles, encabezada por el ahora ex presidente Gotabaya. 

La guerra civil, que dejó 100.000 muertos y se resolvió a favor de los cingaleses, el grupo étnico mayoritario del país insular del Océano Índico, aún late en la conflictividad política del país y ha servido a los apetitos externos. 

Gotabaya, un cuadro militar que emigró a Estados Unidos en 1998 y retornó al país en 2005, ascendió al poder en 2019, de la mano de su hermano Mahinda, respaldado por el partido Alianza Nacional. Desde allí dió continuidad a las políticas de acercamiento a Rusia y China. Este último, principal acreedor de la deuda externa srilankesa, con alrededor del 10% de la misma.

Estados Unidos, bajo el Gobierno de Barack Obama, definió avanzar en su política exterior hacia lo que denominó como la Región del Indopacífico. China por su parte aumentó sus inversiones en la isla, particularmente en el puerto Colombo; una empresa del gigante asiático administra desde 2017 una importante base comercial en el puerto de Hambantota cuya concesión le fue entregada por 99 años

El alto nivel de inversión chino, la asistencia por parte del gobierno estadounidense y la intervención del Fondo Monetario Internacional dejan entrever que la “lágrima de la India” es un territorio codiciado, principalmente por su ubicación geográfica privilegiada en relación a las rutas comerciales marítimas. 

La crisis política, como expresión de la agudización de las disputas a nivel mundial, presiona nuevamente sobre las clases populares, que pagan las condiciones impuestas por las reglas de juego de los que nunca pierden y, como se vió el fin de semana pasado, estallan frente a las estructuras que ya no dan respuesta y las ponen en cuestión.

La crisis y los estallidos sociales

El estallido social y la crisis política que se ha vivido en estas semanas en Sri Lanka no es algo nuevo, ni tampoco un caso aislado. La crisis económica acelerada por el desarrollo de la cuarta revolución industrial trajo mayores niveles de desocupación y empeoramiento de las condiciones de vida de las grandes mayorías en el mundo y también mayor presencia de lucha en las calles, con grandes movilizaciones en todo el mundo. 

Antes de la pandemia que paralizó el mundo en 2019, el hastío de la población se hizo notar ante una situación económica deteriorada que siempre golpea más fuerte sobre las grandes mayorías. La crisis de carácter estructural trajo aparejada (además de la económica) una crisis en el plano político-institucional. El medio El País titulaba “2019, el año de las protestas”, mientras que el diario argentino Perfil lo caracterizaba como “2019, el año que el mundo entero dijo ”basta”. Por ese entonces, el mundo se hizo eco de las protestas en Argentina, Hong Kong, India, Francia, Chile, Ecuador, Colombia, Líbano, Escocia, Reino Unido, Irak, entre muchas otras.

La salida de la pandemia encontró a los gobiernos y bancos centrales asistiendo a la economía para impulsar la recuperación, mientras crecía una inflación de carácter global que se encontró, además, con la guerra en Ucrania.

A esta situación general se suman las perspectivas de una posible recesión mundial que se avecina. A fines del mes pasado, se le consultó a Carmen Reinhart, economista jefa del Banco Mundial, si se podría evitar una recesión en Estados Unidos o en el mundo, a lo que respondió: "Soy bastante escéptica.” Por su parte, Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI dijo la semana pasada que "las perspectivas desde nuestra última actualización en abril se han ensombrecido significativamente", y a la pregunta de si podría descartar una recesión mundial, contestó: "el riesgo ha surgido, así que no podemos descartarlo". La crisis golpea sobre las grandes mayorías y, en un mundo donde los jugadores de la disputa superan a los Estados, estos se ven cada vez con mayores dificultades para dar respuestas que contengan la situación. 

Mientras, en el polo del capital se disputa quién fagocita a quien, en el resto del mundo, las y los trabajadores intentan no quedar fuera del “nuevo” mundo, en el que el acceso a las condiciones básicas para la vida es más restringido.
En medio de una semana de escándalos institucionales como fueron la toma del palacio presidencial en Sri Lanka, el asesinato del ex Primer Ministro de Japón, la renuncia de Boris Johnson en Reino Unido, y del Primer Ministro italiano, Mario Draghi, la pregunta que se impone es si existe una salida que contenga las necesidades de las grandes mayorías, precisamente esas que están saliendo a las calles a decir basta. 

Entre la pandemia y las guerras, el mundo vive un tiempo de excepción que ha puesto en jaque los sistemas institucionales de los países de un capitalismo plenamente transnacionalizado y en proceso de plena digitalización, particularmente en los de la periferia global. La direccionalidad que asuman las luchas populares en la calle dirá si es posible torcer el “destino manifiesto” de esta crisis estructural, y transitar caminos de mayor justicia para el bienestar de las mayorías que con urgencia, claman soluciones reales a problemas cotidianos.