Noto que hay una confusión

18 de julio, 2024 | 09.54

Noto que hay una confusión en muy extendidos sectores del peronismo sobre ciertas dinámicas propias de la representación política.

Veamos. Cuando el peronismo pierde una elección hay un golpe identitario que allí se siente porque se trata del partido que históricamente se ha vinculado a los trabajadores. Si, entonces, un sector de esos trabajadores se inclina por otra opción es entendible que se registre un cimbronazo.

Es así que la dirigencia y la militancia consumen encuestas, comentarios en medios, posteos en redes, streams, videos, notas de opinión donde se informa que ahora la gente tiene otra idea, que ha cambiado, que ha virado. Que, como los peronistas lo han hecho mal -en general, el peronista de al lado-, como no han dado cuenta de los intereses objetivos de una porción importante de la población, la gente no quiere más las ideas que se parecen a las del peronismo y que quieren otras que están, por decirlo de alguna manera, más a la derecha. Ideas que son más “neoliberales” en lo económico y más “conservadoras” en lo social y cultural.

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Por lo tanto, si las ideas de la gente han virado, la estrategia de los representantes debe ser la de virar una cantidad de grados para “matchear” con esos nuevos intereses objetivos de los representados.

Algunos prueban con una diagonal algo más -o menos- sofisticada que consiste en separar “formas” y “fondo”. Y considerar que lo que corresponde es emular las “formas” -gritonas, “auténticas”, desprolijas, algo violentas- de los ganadores, como un modo de expresar ese viraje, aún tratando de mantener las ideas propias. Y aún así, en medio de tanta “forma”, las ideas también viran.

Al parecer, tributarios del Iluminismo al fin, muchos peronistas tienen en este caso una idea de la representación propia de Rousseau. Según esta visión, en una democracia, la representación no es más que un mal que debemos aceptar sólo por un tema práctico: el hecho de que somos muchos como para reunirnos a deliberar y decidir de manera directa y sin mediación alguna sobre las cuestiones públicas. El representante, en esta visión, de existir, debe expresar lo más fielmente posible los intereses de sus representados. Su figura se parece a la de un mandatario que lleva al espacio público un mandato, el de ser la voz de esas ideas constituidas.

Ernesto Laclau, en mi opinión, es un pensador excelente para algunas cosas y no tanto para otras. Para pensar, con altos niveles de abstracción, temas como este o para entender las lógicas que permiten desafiar un orden establecido desde los sectores populares sirve muchísimo. Sus rendimientos son decrecientes a la hora de hacer análisis político práctico o instaurar e institucionalizar un cierto orden político.

Para los fines muy modestos que nos proponemos aquí traigámoslo entonces. En “La Razón Populista”, Laclau nos enseña que un representante no es, como creen tantos peronistas, un mandatario. Para decirlo de otro modo, la representación no es (sólo) un fenómeno que se expresa en un movimiento “de abajo hacia arriba”. Porque “está en la naturaleza de la representación el hecho de que el representante no sea un mero agente pasivo, sino que deba añadir algo al interés que representa”.

Este agregado, a su vez, se refleja en la identidad de los representados, que se modifica como resultado del proceso mismo de representación”. Dibujamos ahora dos flechas para mostrar un doble movimiento. “Así, la representación constituye un movimiento en dos sentidos: un movimiento desde el representado hacia el representante (de “abajo” hacia “arriba”) y un movimiento correlativo del representante hacia el representado (de “arriba” hacia “abajo”)”.

El representante “agrega” algo y “este agregado, a su vez, se refleja en la identidad de los representados, que se modifica como resultado del proceso mismo de representación”. Dicho de otro modo, “el representado depende del representante para la constitución de su propia identidad”.

Es muy interesante que Laclau trae esta idea para enfrentarse a otra. Se trata de la de un autor, Ernest Barker, que discute cómo es la representación en el caso de una “dictadura fascista”. "El hecho fundamental es que este seguimiento representa o refleja la voluntad del líder, y no que el líder represente o refleje la voluntad de los seguidores. Si hay representación, es representación inversa, procediendo hacia abajo desde el líder. El partido representa al líder: el pueblo, en tanto que toma su orientación del partido, representa y refleja la orientación del líder", señala Barker.

Como vemos, la confusión que parece haber en el peronismo es importante. Al ver la relación entre un fascista y sus seguidores hay quien advierte (Barker) que es una relación de representación de arriba hacia abajo. Laclau admite que puede existir también ese tipo de movimiento en una representación democrática, no fascista, cuando el representante agrega ese “extra” a la relación y la identidad de los representados se constituye y cambia mediante ese movimiento.

Pero resulta que aquí y ahora son muchos los peronistas que, justo cuando se topan con lo más parecido que puede haber a un fascista piensan: “vaya, este hombre está conectando con la voluntad plenamente constituida de sus representados”. Piensan que Javier Milei expresa lo que la gente piensa. Que conecta con los intereses constituidos de la sociedad. Olvidando lo que ese representante de la derecha radical global hace “desde arriba” para constituir una voluntad, un interés, una identidad allí donde no lo había. Y peor aún, olvidando lo que ellos en tanto peronistas pueden hacer también en su rol de dirigentes, de líderes para (flecha de arriba hacia abajo) ayudar a constituir otra cosa, ofreciéndose como punto de identificación para aquello que viene “desde abajo”.

Podríamos seguir mucho más pero hagamos un último agregado: sin palabras y hechos que “bajen” desde el peronismo, las únicas ideas que “bajan” son las del presidente Javier Milei. Hablamos aquí de palabras que no son “un programa” ni “una doctrina”. Nos referimos a palabras que señalan elementos centrales para esa relación de doble vía que implica la representación. Entre otras, las que manifiestan quiénes somos nosotros, quiénes no lo somos, cuál es nuestra historia, de dónde venimos y adónde vamos, cuáles son nuestros valores, quiénes los están poniendo en riesgo y cómo debemos actuar ante ese peligro o desafío.

Sin esas palabras por parte de los representantes, por parte de los líderes, los ciudadanos no se moverán. Ni conmoverán. Que, en todo caso, es lo mismo.

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