Campana de palo

20 de marzo, 2021 | 13.39

“Para él son los calabozos, / para él las duras prisiones; / en su boca no hay razones, / aunque la razón le sobre. / Que son campanas de palo / las razones de los pobres” (“El Gaucho Martín Fierro”, vv. 1377 a 1382, Canto VIII)

Cuando sobran las palabras  

En mis últimas notas venía dedicándome a analizar un fenómeno actual que atraviesa la sociedad, en particular la actividad política, que deprecia el valor de la palabra con actitudes de franca hipocresía y de ostensible cinismo.

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En verdad, la publicación del libro “Primer Tiempo” –en el que Macri hace sus primeras letras- y el montaje de su presentación con asistentes que celebraban un discurso farsante, guionado y plagado de lugares comunes que se acentuaban toda vez que el novel escritor se apartaba de lo pautado, exime de mayores análisis por la magnitud del ejemplo que opera como una acabada síntesis de tan penoso fenómeno.

Si algo faltaba, el diario La Nación titulaba una nota: “Primer tiempo: el elogio de Mario Vargas Llosa al libro de Mauricio Macri” (19/3/2021), en la que se destacaba la “magnífica impresión” que las memorias del ex presidente le habían provocado al Premio Nobel de Literatura.

Allí, demostrando que la realidad puede superar cualquier ficción hasta la que es fruto de la imaginación de un escritor consagrado, se citaban opiniones de Vargas Llosa que parecían manifestaciones de un “realismo mágico” degradado.

“He leído las memorias del Presidente Macri y la verdad que tengo una magnífica impresión. Se puede asegurar en este caso es que la escribió él mismo. El aspecto habla con sinceridad, de su gestión gubernamental y de lo que intentó hacer en los cuatro años que le tocó gobernar. Reconoce sus éxitos y fracasos. La política del presidente Macri fue para modernizar la Argentina. Eso se estaba consiguiendo con mucho esfuerzo en los cuatro años que tuvo en el poder” (los destacados pertenecen al texto original de la nota antes referida).

Por cierto, que el fenómeno en cuestión trasciende nuestras fronteras, como se advierte en la mayor parte de los países de la Región y se verifica en uno de sus más emblemáticos Organismos multilaterales, la OEA.

La injerencia descarada que protagonizó su Secretario General, Luis Almagro, en el proceso electoral boliviano de 2019, al presentar un Informe sobre un supuesto fraude –descalificado entonces, y con posterioridad en base a numerosas evidencias, por diversas investigaciones internacionales-, resultó un factor determinante del golpe de Estado contra el Presidente Evo Morales.  Las nuevas elecciones llevadas a cabo en 2020 desmintieron rotundamente aquellas imputaciones, esta vez por el contundente respaldo popular al MAS (el Partido de Evo), pero el objetivo de esa operación se había cumplido.

El silencio guardado por la OEA ante los atropellos y graves violaciones a los derechos humanos, resultante del referido quiebre institucional, contrasta con la actitud asumida con motivo de la detención y procesamiento de quienes fueron sus responsables directos, reclamando ahora por la libertad de la ex presidenta de facto y denunciando como persecuciones políticas las acciones judiciales promovidas por el nuevo Gobierno.

Tal como lo expresara la Cancillería del Estado Plurinacional de Bolivia en una reciente declaración, en que: “repudia las opiniones con las que Luis Almagro pretende dañar a un gobierno democráticamente elegido, cuando en su momento evitó pronunciarse sobre las violaciones de derechos humanos durante el gobierno de facto de Jeanine Añez, aplicando un doble rasero que intenta favorecer intereses de determinados grupos políticos”.

A pesar de las inocultables pruebas, no sólo evidencias, que brindan total sustento al cuestionamiento del Gobierno boliviano, la Secretaría General de la OEA en un extenso comunicado respaldó la indefendible conducta de Almagro y, con absoluta impudicia, planteó que esos juicios “se han transformado en instrumentos represivos del partido de Gobierno” y  clamó por “un poder judicial independiente que asegure los derechos a la justicia, a un proceso regular, a la presunción de inocencia, a las debidas garantías judiciales”.

Humor gráfico del libro "Fontanarrosa y la política", de Roberto Fontanarrosa.

El sonido de las palabras

Los significados de ciertas palabras pueden ser análogos, pero los significantes no, porque remiten a otros sentidos, a emociones que forman parte de la comunicación que establecemos y, en definitiva, a nociones diferentes que cobran variados significados.

Pobreza e indigencia poseen cierta equivalencia, en tanto aluden a un conjunto de privaciones que padecen las personas que se encuentran en esa condición.

La carencia de recursos para afrontar la vida es lo común a ambas, por lo cual también suele designarse como carenciados a quienes están faltos de bienes esenciales e integran esa categoría social. La diferencia radicaría en una cuestión de nivel, de graduación, de cuan poco poseen o cuan por debajo se hallan de una línea trazada conforme ciertas convenciones.

En Economía se les asigna una u otra denominación en función de que accedan a “canastas básicas”: de alimentos, que supongan un mínimo de calorías diarias (indigencia); o, mínimamente, de bienes y servicios tales como salud, educación, vestimenta (pobreza).

La miseria abarca en alguna medida a las dos, incluso es frecuente que se la defina en base a patrones similares, aunque su sonoridad no es igual. Posiblemente por ello sea que se eluda el uso de esa palabra, incluso ante los casos de la pobreza más extrema y se opte por eufemismos que nos hagan menos ruido, que no interpelen frontalmente a aquellos que tienen responsabilidades primarias a su respecto.

Poner en palabras es brindar existencia

Poner en palabras es dar existencia, aunque no necesariamente implica sentir las vivencias que las palabras refieren.

En esta semana el secuestro de una niña de siete años conmovió al país, su búsqueda acaparó la atención pública y ocupó centralmente a todos los medios de comunicación. Afortunadamente fue hallada con vida y pudo reencontrarse con su madre, con quien vivía en la más absoluta miseria en la ciudad más rica de la Argentina.

Como ellas hay cientos de familias que sufren el mismo desamparo, que se da en llamar “situación de calle”, denominación que lejos está de reflejar todo lo que significa esa condición en términos de carencias, de peligros, de abusos, de violencia institucional, de cotidianeidad deshumanizante, de falta de futuro. Pero que de alguna manera se ha ido naturalizando, invisibilizándose e insensibilizando.

El Gobierno de la CABA cuenta con una línea telefónica (108), que la publicidad oficial pregona que funciona las 24 horas los 365 días del año y que, asimismo, a través del programa Buenos Aires Presente (BAP), brinda asistencia inmediata a las personas que se encuentran en situación de calle. Por eso, si ves a alguien en situación de calle llamá al 108.

Por lo visto, el Programa no funciona o la mirada de los funcionarios no alcanza a ver a esos miles de personas, ni hay llamados que informen sobre lo que se registra a diario en los sitios más recónditos como también en todos los barrios de la ciudad de Buenos Aires.

Esa miserable forma de existencia no se restringe a la CABA, aunque el contraste socioeconómico es brutal en ese distrito, sino que se extiende a todo el país presentando variadas expresiones estéticas de una misma degradada forma de vida y negación de porvenir.

Los cuatro años de gobierno de Mauricio Macri llevaron a límites inimaginables esa situación, profundizándola a un nivel que la ha convertido en una miseria estructural que revertirla exigirá ingentes esfuerzos en un lapso que es difícil de determinar.

Sin embargo, en ocasión de presentar “Primer Tiempo”, ante la hipócrita pregunta de Vargas Llosa de si “Volvería a ser gradual o haría las reformas de manera radical”, la cínica respuesta del ex presidente fue: “Definirnos como gradualistas fue una forma muy elegante de disfrazar la enorme debilidad que teníamos. Heredamos un estado nacional quebrado asintomáticamente (…) Esta vez (presuponiendo un Segundo Tiempo) con mayor apoyo político va a permitir, que Juntos por el Cambio vuelva al poder con enseñanza adquirida y hacer el paquete global de reformas”.  

O sea, la idea es volver a empaquetarnos, consolidar la miseria en un país para pocos y para desgracia de los restantes, en base a la erradicación definitiva de toda política nacional y popular que, en palabras suyas, implique el “final del populismo en la Argentina”.

Humor gráfico del libro "Fontanarrosa y la política", de Roberto Fontanarrosa.

Palabras que ilusionan

En un acto llevado a cabo esta semana en el Museo del Bicentenario, en el cual se celebró un convenio con la CGT y la CTA para asignar 1200 viviendas (en CABA y en distintos municipios bonaerenses) en el marco del programa “Procrear II Cogestión Local con Sindicatos”, el presidente Alberto Fernández planteó relevantes definiciones acordes con una política que, desde una perspectiva antipopular, se tildarían de “populistas”.

“Que cada familia tenga un techo es un derecho humano (…) Cuando me apuran a acordar con los acreedores, digo que mi urgencia es con los que no tienen techo”.

“Con la mitad de lo que deberíamos pagarle el año que viene al Fondo (aludiendo al FMI), podríamos construir doscientas sesenta mil viviendas”. 

Hacer prevalecer la deuda social y los intereses de los argentinos a la especulación financiera o al afán rentístico, en la confianza de no constituir un mero recurso retórico, genera una legítima esperanza de procurar un Nuevo Tiempo que revitalice la democracia en su aspecto más esencial, que supone un Gobierno por y para el Pueblo.

Enunciados semejantes distan de ser meras formulaciones voluntaristas, forman parte de un ideario que, sin prescindir de las complejidades que implica su concreción, son inherentes a una doctrina que en más de una ocasión demostró la factibilidad de hacerlos una realidad efectiva.

Dar sentido a las palabras

Las formas de expresar la condición en que viven millones de compatriotas, el significado que posean para ciertas disciplinas o para la elaboración de datos estadísticos, no deben eclipsar el factor humano comprometido, ni bloquear las emociones e impedir que nos conmueva la injusticia social cuando se nos presenta tan frontalmente, cuando se nos muestra descarnadamente.     

La injusticia es, tal vez, la mayor de las miserias porque pare otras muchas, de muchos, de todos o casi todos, en tanto el destino del conjunto, de los más, inexorablemente arrastra a la mayoría de la población y, aunque sus efectos no sean iguales, nos degrada como sociedad. 

Cuando las palabras no suenan, resuenan los silencios que aturden hasta que estallan en un grito. De dolor, de alegría, de locura, de victoria, quien sabe. No es algo que pueda predecirse, pero cuando es colectivo no nos es ajeno el sentido y el alcance que en definitiva adquiera.

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.