Pasó la espuma y la sorpresa. La construcción mediática “Javier Milei” no fue solamente un fenómeno del AMBA, sino uno realmente federal y popular. Tan federal como el alcance de las redes sociales y tan popular como los teléfonos inteligentes que permitieron al mileismo llegar hasta “los rincones más olvidados de la patria”. Pero a no cegarse con espejismos, teléfonos y redes son solo la forma de la comunicación política moderna, una mucho más barata, íntima y eficaz que la sombrilla, la mesita, el banner y el panfleto impreso. Incluso que la televisión y las radios. Nada nuevo bajo el sol desde que Barack Obama ganó la presidencia de Estados Unidos gracias a Facebook. La razón, entonces, no debe buscarse sólo en la magia encarnada en la paradójicamente china Tik Tok, esa empresa de “un país comunista”.
Efectivamente, Milei fue inicialmente un invento por el que será recordado, todavía resta saber cómo, el empresario Eduardo Eurnekian, el padre de la criatura. Pero el engendro no creció sólo por la capacidad de ampliación del discurso a través del trabajo de adolescentes célibes espabilados en el manejo de las redes sociales. Tampoco por ser la expresión de una nueva derechización de la sociedad, algo seguramente mejor representado por los votos de orden a los palos con los que Patricia Bullrich fletó, por un rato, al “moderado” Horacio Rodríguez Larreta.
No se descubre aquí la pólvora, pero Milei es ante todo el vehículo que una parte de la sociedad encontró para expresar el revival del “que se vayan todos”. Desde la conciencia política la única extrañeza es que en un hipotético gobierno “libertario” (sic) regresarán triunfales los mismos “todos” que realmente debieron irse en 2001, cuando muchos de los votantes del peluca cincuentón apenas gateaban o no habían nacido. Y si bien Milei acaparó “apenas” dos de cada diez de los votantes en condiciones de sufragar, con gran predominancia de varones jóvenes, la dinámica de las crisis resulta siempre impredecible. La amenaza del salto al vacío permanece latente.
El potencial de crecimiento de Unión por la Patria deberá buscarse inicialmente en dos grandes conjuntos de votantes: las mujeres, que fueron quienes menos votaron a La Libertad Avanza y que naturalmente rechazan el discurso retardatario, violento y misógino y los votantes del Frente de Todos de 2019 que no fueron a votar enojados por la situación económica. Ganar las elecciones es todavía un horizonte posible.
En este punto, el del enojo con la alta inflación, el problema de fondo es que, como mínimo en lo que resta de 2023, no existirán las buenas noticias. En los próximos días el gobierno finalmente anunciará algunas medidas de alivio tras la devaluación del 14 de agosto, entre ellas un refuerzo de suma fija para los salarios y la mejora de la AUH. Serán compensaciones ex post, no puede hacerse mucho más, pero seguramente no alcanzará para conjurar el malestar por una década de estancamiento.
La dura realidad, y el gran riesgo, es que no hay gestión posible que pueda cambiar el panorama en dos meses. Sucede que el devenir de la economía ocurre a través de procesos que, además, son conocidos. Es necesario repetirlos porque es indispensable tener muy presentes las causas de los problemas. Un repaso muy esquemático, sin ir demasiado hacia atrás, muestra que la economía entró en restricción externa (importaciones y compromisos con el exterior que superan a la suma de las exportaciones e ingreso de divisas) a partir de 2011. Luego, en 2016-19 el problema se agravó gracias a la multiplicación del endeudamiento externo. La irresponsabilidad 2016-17 gestó una irresponsabilidad todavía mayor, el regreso al FMI en 2018. El gobierno que asumió en 2019 lo hizo extremadamente condicionado por el endeudamiento y la injerencia del Fondo, lo que de ninguna manera lo exime de culpas sobre el presente. Es el pleno responsable de un esquema cambiario que ya había fracasado en 2011-15. El presidente Alberto Fernández lo sabía cuando dijo que el cepo limitaba la salida, pero también el ingreso de dólares. Además, la brecha cambiaria que genera siempre fue un incentivo para importar y girar divisas al exterior y para subfacturar exportaciones. Aquí reside la explicación de fondo de por qué, a pesar de haber tenido años de superávit comercial, no se pudieron acumular reservas. El cepo, ese que está prohibido nombrar entre los propios porque supuestamente es el lenguaje del enemigo, fue el instrumento para que florezca el gran deporte nacional de dejar sin divisas al Banco Central, problema que ciertamente no se resuelve dinamitando al banco.
Quedarse sin divisas es la principal causa de la inestabilidad macroeconómica, es decir de la alta inflación. Con bajas reservas y expectativas de que sigan bajando no se puede mantener la estabilidad cambiaria. El precio del dólar no depende de la voluntad del gobierno, sino de los dólares disponibles para sostener la cotización. Y por supuesto de la pericia para lograrlo, ya que también se pueden tener los dólares y dilapidarlos, como sucedió una y otra vez en la historia local. Dicho de otra manera, la causa de la alta inflación comienza por la restricción externa. Se necesita terminar con la zoncera de que es todo voluntad política o un juego de buenos y malos: las buenas políticas económicas, las monetarias y las fiscales, importan. El gobierno demoró primero el acuerdo con el FMI, lo que significó seguir pagando vencimientos, y cuando finalmente, entre críticas internas, acordó con el Fondo ya se había quedado sin reservas, lo que profundizó la dependencia y la vulnerabilidad frente a las presiones del organismo. Debe insistirse en que los pagos de capital están en período de gracia. Luego, la sequía fue el golpe final para llegar a la inflación de 3 dígitos anuales. Un poco de mala praxis y mucho de mala suerte.
Algún lector podrá pensar que no es momento de recordar lo que el gobierno hizo mal, pero la inflación de tres dígitos es el recordatorio urbi et orbi más inocultable de que algo no funcionó. Por eso los dos últimos oficialismos perdieron las primarias. Sin embargo, no debe perderse de vista lo que verdaderamente se disputa en el presente. La pregunta central no es quiénes son los más malos o los menos malos, sino qué modelo y que gestores son los más capaces para superar la actual coyuntura. Como lo demostraron períodos como 1998-2001 o 2016-19, aun cuando las cosas están mal pueden volverse siempre mucho peor. Para abajo no hay límites ni fondo, este es el gran riesgo del presente, el del salto al vacío.
Hacia el futuro en disputa, existen algunos datos base. Por un lado, será necesario renegociar los compromisos externos, lo que significa que durante muchos años la economía deberá mantenerse solamente con recursos propios. Por otro, también es cierto que los recursos naturales pueden brindar un alivio a la restricción externa. El gasoducto que trae la producción de Vaca Muerta, por ejemplo, ya es un hecho, lo que para empezar ahorrará importaciones. Sin embargo, no deben olvidarse dos puntos centrales. El primero es que durante la actual administración se le pusieron trabas a la generación de divisas. El falso ambientalismo operó incluso desde dentro de la propia coalición, incluso desde el fallido Ministerio de Ambiente. Increíblemente se les puso freno a oportunidades prácticamente únicas, como el desarrollo de la producción de carne de cerdo vía capitales chinos con mercado asegurado, el rechazó la minería en Chubut, donde existen proyectos mil millonarios en dólares, y a la salmonicultura en Tierra del Fuego. Adicionalmente permaneció intacta la legislación que frena la actividad minera en varias provincias y el poder judicial demoró, vía sucesivos amparos, la exploración de recursos hidrocarburíferos offshore. Son todos proyectos que funcionando pulverizarían el problema estructural de la restricción externa, generarían clusters de proveedors y decenas de miles de puestos trabajo. Adicionalmente complejizarían la estructura de las clases dominantes, en tanto ya no sería sólo una, la burguesía agraria, la proveedora exclusivaa de divisas.
No obstante, podría ocurrir que, aun en caso de que puedan desarrollarse sin trabas los sectores exportadores, se desperdicie la posibilidad de utilizar los ingresos provenientes de los recursos naturales, que no son renovables ni eternos, como una fuente de “acumulación originaria” para el desarrollo, es decir para construir cadenas de valor agregado. Una mala macroeconomía permitiría que la mayor generación de divisas simplemente pase de largo, es decir que la porción principal se fugue en vez de reinvertirse en la economía local. El patético destino de eterna colonia proveedora de materias primas es lo que “las potencias occidentales”, desean para la Argentina. El instrumento principal para lograrlo es el FMI y las vetustas burguesías locales que critican desde el ingreso a los BRICS a festejan zonceras infantiles como decir que no se debe comerciar con China porque, otra vez, es “un país comunista”, a lo que suman el sonsonete del Departamento de Estado de tampoco hacerlo con los países que “no respetan los derechos humanos”.
El tercer punto no es un dato base, sino de contexto. El campo nacional popular necesita desesperadamente terminar con una falsa dicotomía, especialmente dañina, entre peronismo y desarrollismo, esa que discute vanamente la relación entre distribución del ingreso y expansión del producto. Si bien producción y distribución aparecen como dos momentos, el flujo del ingreso se genera en la producción. Si no se aumenta la producción, la lucha de clases vuelve extremadamente conflictivo mejorar la distribución del ingreso. En los últimos doce años, el producto per cápita se contrajo y la distribución del ingreso empeoró. No se trata de teoría del derrame, crecer hoy para redistribuir mañana. El ingreso se redistribuye durante el aumento de la producción, por eso la condición necesaria y virtuosa es siempre el aumento del producto. En un contexto capitalista redistribuir sin aumentar la producción no es sostenible. Si se intenta expandir la demanda sin generar los dólares suficientes aparece la restricción externa. Sube el dólar, se acelera la inflación, se deterioran los salarios y se daña la macroeconomía. No es necesario seguir repitiendo esta historia hasta el infinito. El peronismo es producción y trabajo, no mera demanda redistribucionista. Por supuesto, la distribución no es un proceso natural, sino que depende del modelo económico y de la lucha de clases. Hay gobiernos que se jactan de bajar salarios y hay otros que no son neutrales, que siempre intentarán subirlos, aun cuando no lo consigan.
Con prescindencia de las dificultades del presente, lo expuesto resume lo que está en juego en las próximas elecciones. Las opciones en carrera son tres y no son lo mismo. Una es un salto al vacío de consecuencias destructivas impredecibles, de las que sería muy difícil regresar y que con seguridad conduciría a la reaparición de la violencia política, no solo la estatal. Otra tiene la esperanza de aprovechar el inminente boom de los recursos naturales para estabilizar la macroeconomía y mantener la situación colonial. La tercera es crecer y distribuir pensando en el desarrollo y la soberanía, utilizando al Estado para incentivar la producción, sostener la demanda y expandir derechos. Son tres futuros posibles, pocas veces en la historia hubo tanto en juego.