Acuerdo con el FMI: El orden global visto desde la periferia

05 de febrero, 2022 | 20.30

  Quienes nacieron a la política antes de la década del ’90 lo hicieron en un mundo en el que, con matices, existían dos modelos económicos, el capitalismo y el socialismo. La URSS no había implosionado y Deng Xiaoping era un desconocido joven protegido de Mao Zedong. Para los interesados en la cosa pública era normal leer y releer a Marx y a Gramsci. La palabra “utopía” sonaba hermosa y se soñaban revoluciones. Quienes estudiaban economía cursaban, en el tramo de grado, “Sistemas económicos comparados”. Allí se abordaban distintas experiencias de desarrollo nacionales, pero lo que se comparaba era, otra vez, capitalismo y socialismo. La caída del muro de Berlín y el subsiguiente auge del consenso del Washington no marcaron el fin de la historia, pero sí el del sueño de un modo de producción alternativo al capitalista. El resultado de la guerra fría fue que en la economía mundial sólo quedó el capitalismo. Por supuesto que este capitalismo asumió formas muy distintas, desde Estados Unidos y la UE a India y de Noruega a China, pero aquello que Marx llamaba “modo de producción” es hoy uno sólo: el capitalista. Nótese que incluso las izquierdas ya no debaten modos de producción y lucha de clases, sino que se refugian en las demandas de derechos de minorías y el falso ecologismo.

  Expresado de manera todavía más general: en el presente la economía mundial es conducida de hecho por algunos pocos miles de empresas multinacionales. Los intereses de estas miríadas de megaempresas son las que diseñan el orden global. Los Estados funcionan en la práctica como un respaldo político militar de este orden conducido por las multinacionales. Quienes conducen estas multinacionales son la clase dominante global. Quienes conducen las subsidiarias funcionan como clases auxiliares (Gramsci). Por eso las clases dominantes de los países de la periferia capitalista, como la Argentina, son auxiliares de las hegemónicas de los países centrales. Lo que se intenta destacar es que entre aquello que el estructuralismo latinoamericano denominaba centro y periferia existe una estructura de clases jerárquica, pero con intereses comunes. Estas clases son los ciudadanos globales. A su vez, esta estructura de poder es blindada no sólo por los Estados, sino también por una sumatoria de instituciones globales, como la OMC y el FMI, que no sólo ejercen poder regulatorio real, sino que funcionan como poderosas usinas ideológicas. La política económica del orden global del siglo XXI se basa en la promoción de la libre circulación de capitales y mercancías. Y no debe olvidarse que hasta China, que lidera el bloque que compite contra la hegemonía estadounidense, de la que Europa es subsidiaria, es un miembro activo de estas instituciones. Otra vez, el creciente auge de China también se expresa en el peso de sus empresas multinacionales, que cada vez ocupan más y mejores lugares en el ranking mundial que rutinariamente elabora Forbes.

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¿Qué significa para países como Argentina la existencia de este orden global único conducido por las multinacionales y blindado por las instituciones multilaterales? La primera respuesta está en la estructura de clases. Argentina es una parte subordinada de ese orden. Por eso las clases dominantes locales (como se dijo “auxiliares de las hegemónicas de los países centrales”) le demandaban al gobierno acordar con el FMI y festejaron cuando el acuerdo fue alcanzado. Saben que romper con las instituciones del orden global significa que las multinacionales cortan el flujo inversor. Desde las casas matrices no se analizan los detalles políticos del entorno de las subsidiarias, sólo se observa el aumento del riesgo de hundir recursos en países que opta voluntariamente por quedarse al margen del sistema global. Venezuela, mal que pese, funciona aquí como un ejemplo de lo que puede suceder con los flujos de inversión. Esto se señala porque la economía local no podrá superar la durísima herencia macrista sin inversiones externas por la muy sencilla razón de que no cuenta con recursos propios para la expansión y porque debe hacer frente a los pasivos creados en 2016-19.

  Un hacedor de política, se encuentre donde se encuentre, siempre debe analizar y tener control sobre los efectos de sus decisiones. En el caso del acuerdo con el FMI la tarea no consistía en analizar su carácter bueno o malo, sino cual era la mejor opción dentro de las existentes, incluso cuando todas las opciones eran malas. Cuando en 2019 comenzó a ser evidente que el peronismo volvería al poder, el análisis de base era que se debería hacer frente al mega endeudamiento. Se sabía también que este endeudamiento funcionaría como la principal fuente de reducción de los grados de libertad de la política económica. Pues bien, esto es lo que está sucediendo ¿o imaginaban otra cosa? Se arregló con los acreedores privados y hay un principio de acuerdo con el FMI que no obliga a las odiosas reformas estructurales. La dependencia con el organismo no desapareció, las revisiones trimestrales serán uno de los costos inevitables de seguir dentro de las reglas del orden global. Claramente ambas negociaciones no fueron un arreglo definitivo del problema, ni con los acreedores privados ni con el Fondo, pero consiguieron lo que se había decidido buscar: un período de gracia para recuperar el crecimiento. Dicho de otra manera y sin que nadie escuche: ya habrá tiempo para renegociar.

  En 2015 el entonces Frente para la Victoria sabía que se necesitaría financiamiento externo para la etapa de desarrollo que se esperaba en el cuarto gobierno del peronismo del siglo XXI. Ganó el macrismo y dilapidó todos los márgenes de endeudamiento, con privados y con organismos. En el presente, para financiar el crecimiento solo queda la posibilidad de conseguir inversiones de terceros países, pero para hacerlo, estos mismos países, también demandaban un acuerdo con el FMI, especialmente China, el tercer accionista del Fondo detrás de Estados Unidos y Japón. Por eso el presidente Alberto Fernández viajó a Rusia y China con el acuerdo con el Fondo bajo el brazo. Argentina está usando a su favor la realidad de la geopolítica global. “El mundo” del que hablaba el macrismo no incluía a estas potencias, precisamente dos Estados con los que será posible llevar adelante inversiones estratégicas en infraestructura por varias decenas de miles de millones de dólares. En este nuevo escenario resultan por lo menos llamativas las resistencias internas frente a un gobierno que, tras la impasse de la pandemia, impulsa todas y cada una de las acciones que se propuso en 2019 y que para 2023 habrá crecido en tres de los cuatro años de su primera etapa.