El milagro del crecimiento

05 de marzo, 2023 | 00.05

Los versos del tango “Yira, yira”, de Enrique Santos Discépolo, son desesperanzadores, incluso desgarradores, como esa estrofa que reza “cuando manyés que a tu lado/ se prueban la ropa/ que vas a dejar”. En esto consiste el bullying psicológico que hoy la prensa hegemónica, la que conduce la táctica y la estrategia de la oposición, dispara contra el oficialismo. Su tarea no consiste solamente en construir un imaginario de desesperanza, sino en hacer aparecer al gobierno como seguro perdedor. La táctica propagandística es hacerle creer a los votantes que el partido está ganado aun antes de jugarse. En esta construcción abundan los artículos periodísticos con las voces de ex funcionarios de sucesivos gobiernos neoliberales fracasados que, ahora sí, parecen tener la posta sobre el “qué hacer” el día después del presunto “seguro triunfo” electoral. Notablemente proponen repetir las mismas recetas que ayer condujeron al fracaso, pero este no es el punto, sino que aparezcan probándose el traje que van a dejar quienes hoy gobiernan.

Sin embargo, todavía se está bien lejos del mentado seguro triunfo opositor. La memoria social es tradicionalmente corta, pero quizá no sea tan corta como para haber olvidado tan pronto los estragos del período 2016-19. Las limitaciones de la actual administración en el combate contra la inflación y el deterioro salarial son factores de descontento muy potentes, pero es muy probable que las mayorías también perciban que no es la actual oposición la mejor vía para superar estos problemas, mucho menos una oposición que en el presente sólo promete sangre, sudor y lágrimas y no, como ayer, “conservar lo que está bien y mejorar lo que está mal”, una oposición cuyo único discurso es la profundización de la grieta y el odio al peronismo.

Mientras tanto, el devenir de la economía resultó extraño para cualquier pronosticador racional. A pesar de la sumatoria de regulaciones y medidas sectorialmente diferenciadas motivadas por la falta de dólares (ese faltante que quienes confunden conceptualmente balance comercial con balance de pagos no temen hacer el ridículo afirmando su inexistencia) el crecimiento post pandemia alcanzó niveles realmente inesperados. A pesar del faltante de divisas que demandó restringir importaciones y a pesar de la incertidumbre cambiaria que ello provocó, el último informe trimestral del Indec sobre la evolución del PIB mostró un crecimiento interanual del 5,9 por ciento para el tercer trimestre de 2022. Los datos del EMAE, el Estimador Mensual de la Actividad Económica, que adelanta la evolución del PIB, ya registraron el freno inducido por la baja del Gasto a partir de septiembre, pero en la serie larga el crecimiento post pandemia alcanzó niveles casi milagrosos dado el contexto.

La conclusión preliminar que surge de las principales variables económicas es la existencia de una asimetría entre el comportamiento de la economía real y el de la macroeconomía. Por un lado existen sectores productivos que bullen, que se desarrollan a pesar de las condiciones adversas. La actividad económica está bien lejos de situarse en niveles de crisis, más bien lo contrario. Por otro lado, la macroeconomía vive bajo tensión permanente. La falta crónica de divisas y las obligaciones de la deuda oscurecen cualquier horizonte y retroalimentan la incertidumbre en el mercado de cambios, lo que a la vez retroalimenta los precios. Luego, el desajuste de los precios relativos y la necesidad de ajustarlos funciona como otra fuente inflacionaria. En semejante escenario, los tiempos políticos obligan a que la conducción económica sea una tarea artesanal, un trabajo sobre el día a día, ya sin la posibilidad fáctica, dados los tiempos, de implementar un plan de estabilización que, por su naturaleza, necesita de consensos más amplios y cuyo resultado siempre conserva un alto grado de incertidumbre.

La economía tiene tres problemas fundamentales y relacionados. El primero es un endeudamiento impagable en el mediano plazo que obligará a futuras renegociaciones. El segundo es la inflación, que deriva de la falta de moneda que se encuentra en la base de la incertidumbre cambiaria. Y el tercero es el retraso de los salarios en la disputa por el ingreso.

Sobre el problema de base, el nivel de endeudamiento, debe decirse que, dada su magnitud, resultaba imposible una renegociación “de una sola vez”, es decir que no obligue a renegociar en el mediano plazo. Lo que hizo el ex ministro Martín Guzmán fue trazar un sendero y, sobre todo, lograr un período de gracia en los pagos, dato de gran impacto en la evolución de la economía real y que no debería desdeñarse. Cargar las tintas sobre un solo actor es un desatino, más cuando hizo lo que pudo. Resulta extraño creer que los técnicos del FMI diseñarían un menú especial para la Argentina. Para que esto pase se necesita mucha voluntad política de los países que controlan al organismo, como fue el caso de la voluntad estadounidense y europea de prestarle 54 mil millones de dólares a la administración de Mauricio Macri. Cambiar las reglas escapa a la voluntad argentina. Esta es la calamidad de fondo: Argentina prácticamente carece de poder en la negociación con el FMI. Y el FMI tiene en su mano la posibilidad de desatar una crisis cambiaria que haga volar por los aires a cualquier gobierno.

El problema de la inflación, en tanto, demanda un plan de largo plazo, que incluya una estabilización inicial, y consensos sociales y políticos sobre el camino a implementar. Ello sólo será posible para un gobierno con horizontes temporales de acción más largos.

El tercer problema, la recuperación de los salarios, tiene dos dimensiones, la lucha de clases, es decir las relaciones de fuerza en la puja distributiva, disputa en la que el Estado no es neutral, y la macroeconómica: no se puede hacer redistribucionismo sin divisas. Se trata de una restricción real. Aumentar salarios supone aumentar la demanda agregada y por lo tanto el PIB, lo que se traduce en un aumento de las importaciones.

Sobre estos tres problemas centrales puede decirse que el día después de la asunción del nuevo gobierno será sumamente complejo, cualquiera sea el ganador. Un nuevo gobierno neoliberal no tendrá ni remotamente las condiciones iniciales con las que se contaba en diciembre de 2015, con buenos indicadores sociales y mucho margen para tomar deuda en divisas. “Hacer lo mismo, pero más rápido” es simplemente inviable. De hecho, ni siquiera ortodoxos como Carlos Melconián, el economista preferido del gran empresariado local, plantean liberalizaciones y aperturas inmediatas. Parándose en la vereda de enfrente tampoco existe margen para un “shock redistributivo”, no por las razones de la lucha de clases, sino por las macroeconómicas. Quizá se puedan dar aumentos de suma fija a los salarios más postergados, intentar terciar a favor de los trabajadores en todas las negociaciones, pero sin aumento de las exportaciones no puede haber mejoras salariales.

Finalmente queda un punto central que es materia del largo plazo. Si bien aumentar las exportaciones es una condición necesaria y viable dados los recursos de la economía, no es una panacea. Por un lado, se necesitará definir cuál será el modo y la participación estatal en el desarrollo de la explotación de los recursos naturales. Por otro, al mismo tiempo se necesitará reconstruir la moneda. Que toda la demanda de divisas deba satisfacerse con exportaciones, sin que los particulares vendan o ingresen divisas como ocurre en el resto de los países, es una anomalía derivada de la falta de moneda, la que a su vez es el producto de décadas de una macroeconomía desordenada. Y aunque parezca un lugar común, el desorden macroeconómico también es producto de la falta de consensos transversales entre las principales fuerzas políticas. Es necesario comenzar a repensar la política excluyendo la variable de la negación del adversario, una tarea para moderados. Sólo así será posible que el crecimiento deje de ser un milagro en el borde de un proyecto fallido y pase a ser una constante para el desarrollo.