Por su propia naturaleza las elecciones presidenciales son la primera foto de la película de los años por venir. Aunque todavía no decidan nada, la realidad que plasmaron las primarias no es nueva, sino la consolidación de una sumatoria de tendencias sociales y políticas que ya estaban allí y que los votos solo corporizaron. El resultado del domingo 13 las refuerza, las expone, las ilumina. Una semana después muchas de estas tendencias ya se describieron, ponerlas todas juntas resulta indispensable para entender.
El pasado domingo se sabía que a las urnas concurriría una sociedad enojada. En consecuencia, el voto no podía ser favorable al oficialismo. No se esperaba que la sorpresa fuese un aluvión de votos para Unión por la Patria. La duda residía en quién representaría el descontento. Las opciones con chances eran dos, los representantes del macrismo, es decir, del gobierno que viene de fracasar en 2016-19, y Javier Milei, sin antecedente alguno en el manejo de la cosa pública y esquivador serial de sus tareas como simple diputado. De 32 millones de votos habilitados 11 millones se quedaron en sus casas. De quienes emitieron su voto, el 58,3 por ciento lo hizo por la oposición. Juntos por el Cambio obtuvo el 28,7 por ciento de los sufragios y Javier Milei el 30,4. Con 27,7 por ciento el oficialismo salió tercero.
En otras palabras, casi el 60 por ciento de los votos fue para fuerzas de derecha y ultraderecha que, además, son cerradamente antiperonistas. Este es el punto. Y si bien las primarias son un ensayo, el dato duro es que, aun en el hipotético escenario de un triunfo oficialista, sería un gobierno débil imposibilitado para construir mayorías parlamentarias. El escenario es “de tercios” solo en términos de candidatos, en términos ideológicos no existe dispersión. Ni Bullrich ni Milei tendrán problemas para hacer pasar sus leyes. La contradicción política sigue siendo peronismo - antiperonismo. El problema de fondo para el campo nacional popular es que el peronismo está perdiendo representación.
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¿Por qué el peronismo deja de representar? En la respuesta se mezclan razones estructurales y coyunturales. La estructural fue bastante abordada en estos días. Son los cambios en el mundo del trabajo. Redondeando números, de los casi 22 millones de personas que integran la Población Económicamente Activa (PEA) solo alrededor de 10 millones trabajan en relación de dependencia y en blanco. De este universo aproximadamente el 65 por ciento trabaja en el sector privado y el 35 en el público. Entre los restantes trabajadores, se estima que hay unos 4 millones en negro, “microemprendedores” y distintos tipos de monotributistas, incluidos los “sociales”, y muchos subempleados y trabajadores precarios que a veces ganan más y mejor que sus pares registrados. En pocas palabras, se trata de un universo heterogéneo donde “los derechos” solo son la norma para menos de la mitad. Si bien esta heterogeinización del mundo del trabajo es un fenómeno del capitalismo global, en Argentina se agrava por los factores “coyunturales”.
A la vez los factores coyunturales son en realidad “coyunturales de largo plazo”, una contradicción que los vuelve estructurales en la práctica. Son dos. El estancamiento económico, que al convivir con el crecimiento de la población es en realidad caída del PIB per cápita, y la persistente alta inflación, que este año alcanzó los tres dígitos.
La economía local cambió de ciclo a partir de 2011, cuando reapareció la restricción externa, pero su deterioro más fuerte comenzó a partir de 2018, con la crisis de los últimos dos años del macrismo, incubada por el endeudamiento generado durante los primeros dos. Sin embargo, a pesar de que el endeudamiento y el regreso al FMI constituyeron verdaderas desgracias, la explicación no se agota con el macrismo. Como se dijo, el cambio de ciclo comenzó a partir de 2011 y, luego de 2019, con el nuevo gobierno, se persistió en algunos errores ya cometidos, como recaer en subsidios crecientes (como porcentaje del PIB) a las tarifas de los servicios públicos o creer que la inflación era un problema de la Secretaría de Comercio. A ello se sumó la interna feroz y el bloqueo entre áreas del propio gobierno, y cuestiones en apariencia menores, como el cuestionamiento interno al acuerdo con el FMI, que ayudó a que una parte de la población crea que al FMI lo trajo Alberto Fernández y no el macrismo. Además de bloquear algunas áreas de gestión, hacia afuera de la coalición el espectáculo de las disputas internas fue triste y, como quedó demostrado el domingo, piantavotos.
Sin embargo, aunque todo suma cuando el ciclo se vuelve negativo, el verdadero problema que alteró los ánimos de la población fue la persistencia de la alta inflación. A diferencia del neoliberalismo, de Macri o de Milei, a un gobierno peronista le interesa siempre mejorar los ingresos de los trabajadores. La actual administración decidió que la vía para que los salarios no se deprecien eran las paritarias. Aquí las dificultades son dobles. Aunque puedan tener un efecto demostración, las paritarias solo benefician al universo de trabajadores formales, apenas una porción del “mundo del trabajo”, luego, cuando la inflación se vuelve muy elevada, cuando supera los 20 o 30 puntos anuales, no hay paritaria que alcance, los salarios siempre corren detrás. Luego, cuando una parte importante de los trabajadores apenas cubre la canasta básica, el espectáculo de los permanentes aumentos de precios se vuelve desesperante. En este contexto sumamente desfavorable, el gobierno consiguió dos prodigios, que no existan problemas de empleo y sostener el nivel de actividad, pero a pesar de ello la alta inflación impidió que los ingresos de los trabajadores crezcan. El problema es que el estanmcamiento de los ingresos ucede hace demasiado tiempo. Se frenó a partir de 2011, cuando se alcanzaron los picos. Se volvió un problema a partir de 2018 y se sostiene desde entonces.
Como lo demostró el kirchnerimo con el 54 por ciento de los votos en 2011, los medios de comunicación no ganan elecciones, pero si pueden, con facilidad, exacerbar los climas sociales. Uno de los climas que siempre promovieron las derechas tradicionales fue la antipolítica, una extensión del credo antiestado, pero también una forma de poner el ojo de la crítica por fuera de la sociedad civil, es decir sin mirar el rol de la clase empresaria. Luego está el contexto. Sí el estancamiento de los ingresos (Frente de Todos) luego de una fuerte caída (Cambiemos) es persistente, se vuelve terreno fértil para la prédica antipolítica. El éxito de Javier Milei fue sintetizar este clima en una sola expresión: “la casta”. Lo mismo sucede con la perdida de funciones de la moneda producto de la inflación interminable, que Milei resolvió a través de una sola expresión sintética: “dolarización”, lo que evita explicaciones complejas para un tema complejo. Lo que en consecuencia se vuelve realmente complejo es explicar por qué la dolarización es una propuesta delirante y dañina. No obstante, en la hora, Milei cumple la función ausente de representar. A pesar de su extremo conservadurismo aparece como “antisistema”, es la figura del enojo contra una clase política que una parte de la población siente que no le brinda soluciones. También es quien ofrece una propuesta mágica y sencilla para resolver la inflación. Y un dato central, su prédica antiestado no es percibida por la población como menos maestros y menos policías, sino como menos AFIP, como menos vigilancia y menos impuestos, lo que endulza los oídos de cualquier “emprendedor”, desde el pequeño comerciante de pueblo que todos los meses liquida IVA al gran empresario transnacional.
Frente a esta simpleza y canalización del enojo, las alternativas son los representantes del gobierno que fracasó en 2016-19 y del gobierno que no pudo dar vuelta la situación desde 2020. El macrismo ofreció hacer lo mismo, pero más rápido, mientras que el oficialismo atribuye el presente a la mala suerte de la pandemia, la guerra y la sequía, pero hasta el último minuto mantuvo su internismo sin fisuras, en tanto sus promesas de futuro concretas aparecen como muy vagas para los no iniciados. La idea de que el año que viene si tendremos dólares, porque hay gasoducto, no habrá sequía, y finalmente comenzaremos a explotar los recursos naturales, desde el petróleo a la minería. Si bien es una descripción real, tiene gusto a poco cuando parte de la misma coalición combatió estas potencialidades, cuando se sabe que en el próximo período de gobierno se deberá volver a renegociar el endeudamiento hoy en período de gracia y cuando el FMI seguirá condicionando la economía. Y sobre llovido, mojado. El lunes 14 el gobierno anunció una devaluación acordada con el Fondo que solo cambiará la nominalidad de la economía potenciando la inflación hasta las elecciones. ¿Había que devaluar? Sí, porque no hay dólares y no es solo una cuestión de voluntad, pero debía hacerse con compensaciones y en el contexto de un plan de estabilización.
Frente a esto se consolida el “producto Milei”. Se corre el riesgo cierto de que asuma la presidencia alguien que carece de la menor experiencia en la gestión del Estado, que es un saber y un oficio, y de alguien que fue un invento de un grupo empresario para remozar una figura que en los ’90 encarnaba José Luis Espert (para los memoriosos) y, muchos años antes, el mismísimo Álvaro Alsogaray (para los más memoriosos), la figura del “guerrero ideológico”, cuya tarea consiste en correr a la derecha el discurso mediático. El método siempre consistió en proponer disparates extremistas que luego hacen aparecer como racionales a los derechistas verdaderos. Espert, por ejemplo, corría por derecha nada menos que a Domingo Cavallo, lo que nadie imaginaba entonces era ver a Espert como líder de mayorías o a sus barrabasadas convertidas en propuestas que la sociedad discutiría. De hecho el cincuentón Milei recién comenzó a aparecer como personaje público durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando fue el economista con más horas de aire en los medios de comunicación. Hoy el Frankestein tiene vida y las consecuencias de su potencial gobierno pueden generar cambios tan dolorosos como irreversibles en la sociedad y en la estructura económica. Mucho peor, puede incluso ser el prolégomeno del regreso a nuevas formas organizadas de violencia política, proceso que ya dio sus primeros pasos con el intento de magnicidio a Cristina Kirchner. Sorprende la falta de visión de las clases dominantes locales para anticipar procesos predecibles que pueden, simplemente, afectar el normal desarrollo de sus negocios. Aunque vean el espejismo de la construcción de una nueva mayoría expresada por el 58 por ciento de los votos en las PASO, el caos está a la vuelta de la esquina. Y no se habrá creado de un día para otro, sino que será la culminación de un largo proceso de degradación del discurso que comenzó con la demonización del diferente, primero, y de la política, después. Todo ello en medio de un deterioro persistente de los ingresos que sirvió de marco