Pobreza: democracia y modelos

08 de abril, 2021 | 05.00

La publicación de la última medición del INDEC sobre pobreza vino a confirmar lo que se hacía evidente: su incremento que llevó a abarcar al 42,5% de la población de nuestro país. Un duro dato que lo padecen millones en la cotidianeidad y lo puede percibir el resto de la sociedad. Los efectos de la pandemia han sido muy costosos en lo económico no solo aquí, sino que escuchamos cómo se han agravado los indicadores en todo el mundo, acrecentado por la alta incertidumbre que la situación genera.

El aprendizaje es muy lento y se acumula a medida que transcurren los días y los meses, hoy con una esperanza real llamada vacuna, pero cuyos efectos generan un impacto que requiere tiempo. Apresurados a pronosticar que los tiempos pospandémicos serían mejores o peores el primer salto relevante consiste en comprender que han cambiado los ritmos y el manejo de las políticas mientras dure este contexto que ya está siendo largo. Existen momentos de quiebres en la historia y este parece ser uno, no sabemos aun los alcances, pero sí sabemos que debemos estar abiertos a percibir esos cambios, a comprenderlos y luego a administrarlos.

¿Qué es lo nuevo? ¿En qué sentido lo es? Parece más relevante comprender la dimensión política de este tiempo antes de aventurarse en conclusiones morales. Entonces sobre los datos conocidos, la pregunta es si este aumento de la cantidad de personas en situación pobreza es nuevo o es viejo; ¿Es fruto de la pandemia o es parte de un ciclo del que no podemos despegarnos? ¿O es consecuencia de las políticas económicas que implementa el gobierno de Alberto Fernández? Porque los datos conocidos son muy graves, pero no pueden ser combativos si no podemos responder esas preguntas porque lo más probable sea que reproduciremos las mismas situaciones. 

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Esos interrogantes tienen, sin embargo, varias respuestas. La primera refiere al tipo de democracia que hemos construido a lo largo de estas casi cuatro décadas de manera ininterrumpida. Le hemos dicho que si a la democracia y sus instituciones a pesar de las distintas crisis por las que atravesamos; en todas, la salida fue marcada por lo que la Constitución prescribe y por la conducta responsable de los distintos actores políticos. Pero, al mismo tiempo, esas crisis nos dejaron una huella en la sociedad como cuando una ciudad se inunda y la marca de la altura que alcanzó el agua queda escrita en las paredes de las casas como recuerdo de lo vivido y sufrido.

Pero aquí nos son simples marcas. Cada crisis, las de 1989 y 2001 en particular (mucho más grave en el 2001 que la pobreza alcanzó al 57%), rompieron el piso de millones de personas. Casi toda la sociedad, no toda desde luego, debió correrse un escalón más debajo de donde estaba, y los últimos sufrieron ese corrimiento de manera más dramática poniendo en riesgo su salud y su vida. De este modo, hemos dejado atrás el ciclo de las interrupciones autoritarias, pero en el mismo proceso hemos incorporado por momentos el empobrecimiento como un factor con el que la democracia puede convivir sin mayores sobresaltos, y eso no puede no afectar la calidad de nuestra forma de organizarnos políticamente.

 

En particular porque las crisis “naturalizaron” esas heridas en la forma de vida, haciendo que lo intolerable se vuelva rutina. La crisis del 2001, en ese sentido, fue la ruptura de ese acostumbramiento. Tenemos entonces una dimensión de la pobreza vinculada a ciertas formas que la democracia tomó en particular en la década del 90. La post crisis del 2001, puso en cuestión esa construcción y los gobiernos posteriores abrieron un debate sobre el modo en que se tomaba la cuestión social. Podemos enumerar políticas públicas específicas, pero lo central fue el hilo conductor en que esas políticas se articulaban: es cierto, no hubo un corte abrupto con el pasado (las condiciones estructurales y mundiales no parecían alentar ese sentido) pero los números fueron claros al respeto y aun cuando la crisis mundial de 2008 comenzó a golpear, con indicadores que mostraban menos impacto positivo, el Estado pudo continuar desplegando muchas políticas que mejoraron la vida de los más postergados. Y aquí se hace clara una segunda dimensión: la continuidad o no de ese hilo conductor de las políticas.

La llegada del macrismo implicó la ruptura de esa línea que acumulaba políticas para desandar el camino de manera mas que evidente. La CEPAL acaba de publicar un informe sobre el impacto de la pandemia en la pobreza (este histórico organismo internacional habla del impacto de la pandemia y no de las diversas cuarentenas) y el informe social de América Latina, el cual puede leerse aquí) nos presenta datos sumamente claros que pueden verse en estos gráficos y que preceden a la pandemia. El primero nos muestra cómo la Argentina se ubica en los últimos años entre los países que incrementaron la pobreza de sus habitantes, junto a socios políticamente cercanos:

 
Argentina en los peores puestos de América Latina entre 2014 y 2019. Esa situación de empobrecimiento se puede ver también en el coeficiente de Gini que mide la desigualdad (cuanto más cerca de cero, la sociedad es más igualitaria): 


 

Las políticas del macrismo incrementaron la pobreza y la desigualdad, como resultado más evidente y eso implica destruir los generado y, sin crisis evidente, mover otra vez un escalón hacia abajo a la mayor parte de la sociedad. La pandemia no llega luego de un ciclo de crecimiento, sino en el que se incrementó decididamente la pobreza. Lo sostenía en una entrevista, el Secretario de Industria de la Nación, Ariel Schale afirmando que la política de desindustrialización de Macri fue notable por su extensión temporal: “21 meses consecutivos de caída de la actividad, 45 meses de destrucción del empleo industrial en 48 meses de gestión”. No fueron políticas que no funcionaron, si no precisamente a la inversa.

De este modo el actual aumento de la pobreza no es un fenómeno vinculado exclusivamente a la pandemia, sino que Argentina parte de una situación muy crítica y de una tendencia a incrementarla. Por el contrario, el informe de CEPAL al respecto señala lo mucho que destinaron los países de la región a mitigar la situación, aunque desde luego esto no fuera suficiente; incluso en nuestro país creció el empleo industrial, a pesar de la pandemia, gracias a las políticas. Hablábamos de lo nuevo; nos queda un largo camino por construir para tener una democracia con justicia social ¿qué será lo nuevo que debe generar la política para alcanzar esa meta?
 

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Sergio De Piero

Politólogo y docente universitario UBA, UNAJ, UNLP.