¿Y si sale bien?

El optimismo en torno a la gestión de Javier Milei crece entre empresarios y políticos, alimentado por indicadores financieros favorables y gestos internacionales. Sin embargo, su plan económico revive fórmulas que en el pasado llevaron al país al colapso, dejando una pregunta latente: ¿es un éxito duradero o el preludio de una tormenta anunciada?

17 de noviembre, 2024 | 00.05

La pregunta nació como provocación libertaria y se viralizó entre opositores como chicana sarcástica. Pero en la última semana se esparció entre políticos y empresarios como interrogante genuino: ¿Y si sale bien?

Las postales recientes abonan el optimismo arrogante que despliega el presidente Javier Milei y su cohorte libertaria: inflación a la baja, sindicatos combativos domados, bailecito con Donald Trump, inminente cumbre con Xi Jinping, sesión crítica abortada por fuga de diputados peronistas, gobernadores domesticados, Cristina Fernández doblemente condenada, bonos y acciones al alza, riesgo país en declive.

¿La está pasando bien?
Es evidente que sí.
¿Le va a salir bien?
No hay manera.

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Milei es una copia farsesca de gobiernos que ya intentaron imponer el mismo modelo de primarización exportadora, burbuja financiera y concentración del ingreso. La dictadura de Videla y Marínez de Hoz, Carlos Menem y Cavallo en los ‘90, De la Rúa y Sturzenegger en el albor del siglo y Mauricio Macri-Toto Caputo en la década pasada llevaron a cabo programas de endeudamiento, fuga, apertura importadora y de la cuenta capital, liquidación de activos y destrucción del aparato productivo. Todos, a su tiempo, contaron con un entusiasta respaldo inicial que duró hasta que se terminaron los dólares. Es de esperar que lo mismo le ocurra a Milei, un imitador ególatra con talento para conectar con el público enojado y tratar con una "casta" experta en seguir el sentido del viento y mantenerse a flote.

Lejos de la recuperación en V que fabula en redes, Milei a lo sumo escribirá un proceso en L, con la economía en estado catatónico, salarios pauperizados, carestía de la vida y carencias sociales en ascenso.

Como lo exhiben incluso voces afines -como la del economista ortodoxo Emilio Ocampo-, la pretendida recuperación como “pedo de buzo” que vocifera el presidente es apenas un provechito comparado con programas de estabilización similares aplicados en el pasado.

Gráfico elaborado por el economista del Cema Emilio Ocampo para su cuenta de X

El espejsmo hegemónico que hoy ostenta Milei se derrumbará cuando se le acaben los dólares y/o el poder económico que lo encumbró decida descartarlo. Nadie puede precisar los tiempos: puede ser un año, como ocurrió con De la Rúa -que tenia 60% de imagen positiva 12 meses antes de volar por los aires- o Carlos Menem, que estiró una década su permanencia en el poder. Con el viento de cola de Vaca Muerta y una ayudita de Trump, el Gobierno puede estirar el verano financiero hasta pasadas las elecciones de medio término, aunque el invierno tiene pronóstico de granizo: mayor demanda estacional de energía, fuertes vencimientos de deuda, caída en el precio de los commodities y suba global de la tasa de interés. 

La esperable tormenta externa y las necesidades electorales domésticas desaconsejan abrir el Cepo, dispositivo central del control de cambios -en tu cara, Kristalina- que ejecuta el gobierno para mantener a raya la inflación. Pero a la vez, demanda central de los “inversores” que aún mantienen bajo llave sus dólares, como reprochan a viva voz Milei y su voraz ministro Caputo.

El problema central no es el tiempo que el presidente se mantenga en control de su gobierno, sino la magnitud del daño que produzca. A la dictadura, por caso, le alcanzó un lustro para perpetrar un genocidio que aún persiste en la búsqueda de desaparecidos, hijos y nietos. Macri se tomó medio mandato para derrumbar 20 puntos el poder adquisitivo de los ingresos y alumbrar el fenómeno de asalariados pobres que se expandió con la pandemia del Covid y el gobierno fallido del Frente de Todos. 

La obligación urgente de la oposición es limitar el daño que provoca Milei. La recuperación del poder está lejos en el calendario y en las posibilidades políticas reales de un dispositivo intoxicado de real politik, gastado por el paso del tiempo, las defecciones, el internismo crónico y las peleas de cartel. 

El campo popular se equivoca si cree que,  como ocurrió en 2019, el inevitable fracaso del programa de Milei hará que la sociedad corra a sus brazos. Las encuestas coinciden en que el rechazo a las principales figuras opositoras sigue siendo tan alto como en noviembre pasado, cuando en muchos barrios cundió el voto a Milei como castigo “a lo que hay”. Entre otras cosas, porque sigue vigente el mismo reproche: haber desordenado la vida familiar con la inflación galopante mientras los propios mejoraron sus condiciones materiales abusando del Estado.

Tapar el sol con el dedo es deporte olímpico en el campo popular. Con esa práctica se le regaló a la derecha las banderas de la estabilidad económica y la lucha contra la corrupción. El primer paso para recuperar la confianza -en principio, de los propios- es manifestar fuerte y claro que el campo popular ya no va a despreciar el orden fiscal como condición necesaria -no única ni suficiente, claro está- para desplegar un plan de desarrollo sustentable.

Tendrá que demostrar, también, que está dispuesto a ser y parecer. Nada contribuye más a la demonización del Estado que el abuso del Estado. En las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner se hizo un uso virtuoso de lo público, ampliando derechos y posibilidades a colectivos vulnerables y postergados. Pero también se masificó el uso abusivo del empleo público, distribuyendo cargos y salarios entre propios y entenados sin más mérito que el de pertenecer. 

Párrafo aparte para los hechos de corrupción, que los hay en todos los gobiernos, pero en especial en los de derecha, donde el robo es estructural a través de la gestión de negocios por mano propia. Que los gobiernos de derecha estén plagados de ladrones no puede ser excusa para justificar el robo en un mandato del campo popular. Y menos con la excusa de que eso democratiza el acceso de los sectores populares a los cargos públicos, porque "para hacer política se precisas plata", como se suele escuchar como excusa en reuniones del peronismo y alrededores.

Es un cuento que toma por idiota al pueblo que se pretende representar. Y no parece prudente tomar por idiotas a personas que ya se mostraron dispuestas a votar cualquier cosa con tal de no repetir experiencias fallidas.

El riesgo de un estallido anómico está a la vuelta de la esquina. Lo saben los inversores de la economía real que dejan pasar las tentaciones que les tendió Milei, como el Rigi, el crédito barato y la domesticación sindical. Aún así se muestran reacios a hundir dólares en un mercado de consumo chico y pauperizado, y con perspectiva de seguir igual. Un buen ejemplo de eso es lo que ocurre con Loma Negra, la principal cementera del país: está en venta, en la bolsa sube el valor de sus acciones, pero nadie la quiere comprar. ¿La razón? Las valorización financiera responde al buen ciclo de timba. El poco atractivo de sus operaciones es consecuencia del derrumbe de la construcción provocado por el cierre de la obra pública y la recesión.

El caso resume las razones del fracaso que le espera a Milei. Al remanido programa que hoy encarna el presidente libertario le sobran millones de argentinos que ya están siendo descartados con despidos, supresión alimentaria, abandono sanitarios y ajuste del salario real.

El futuro crítico está en pleno desarrollo. Pero en el presente, Milei celebra porque acierta todo lo que tira. Cuenta con ventaja: tiene al árbitro a favor y el rival no da pie con bola. 
 

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Adrián Murano

Nació en el barrio porteño de Villa Urquiza, en 1973. Egresado de la escuela de periodismo Taller Escuela Agencia (TEA), lleva 30 años desarrollando el oficio de periodista en radio, gráfica y tevé.
En radio trabajó en las radios América, La Red, Del Plata y Somos Radio, entre otras emisoras, donde cumplió tareas como productor, columnista y animador. En la actualidad conduce Verdades Afiladas, en el mediodía de El Destape Sin Fin, de Buenos Aires.

En televisión fue columnista político en las señales de noticias A24 y CN23, participó de ciclos periodísticos en la Televisión Pública, y condujo el programa de entrevistas Tenemos Que Hablar (#TQH).
Escribió sobre actualidad política y económica en Noticias, Veintitrés, Poder y Perfil, entre otros, donde cumplió tareas como cronista, redactor y editor.

En la última década ejerció la secretaría de Redacción en el diario cooperativo Tiempo Argentino. En la actualidad escribe y edita en El Destape.

Publicó los libros de investigación periodística Banqueros, los dueños del poder (Editorial Norma) y El Agitador, Alfredo de Angeli y la historia secreta de la rebelión chacarera (Editorial Planeta).