¿Qué deberían hacer Milei y su gobierno después de las cifras recientemente conocidas de evolución de las condiciones de vida de los habitantes de nuestro país? Si las tan mentadas conquistas de la democracia argentina alcanzadas con la última reforma constitucional (1994) tuvieran algo que ver o qué decir sobre esto podría ser el caso de decirlo, de llenar de algún contenido el culto a la reforma del acuerdo Menem-Alfonsín. Es muy previsible que a nadie se le ocurra poner en marcha la operación: rápidamente sería aislado como un personaje alejado irreversiblemente de la realidad. Es decir, los principios legales y constitucionales regirían en “etapas normales. Cuando se trata de un momento de gravísima crisis que afecta centralmente la convivencia social habría que dejarlos de lado: estamos “en emergencia”.
Más de la mitad de los habitantes de este país viven en condiciones de pobreza. ¿Tendrá algo que ver esto con el “régimen político”? El extremismo liberal -hoy llevado a un modo grotesco y carente de toda seriedad- sostiene, en la práctica, que la sociedad liberal no tiene un punto de referencia en ideas y valores: a lo máximo que puede aspirar es a evitar, postergar o disminuir los daños de los desastres sociales. Si hoy la política argentina no encuentra una hoja de ruta desde la cual enfrentar esta gravísima circunstancia, no corresponderá seguir despotricando contra la “indiferencia ciudadana” como la raíz central de nuestros dramas. Ante la ley somos todos iguales, pero ante la política no lo somos. La política tiene estructuras de poder que la atraviesan, que habilitan a algunos a hacer cosas a las que otros no están obligados ni les es permitido.
Los datos sociales recién conocidos son el dato político central entre nosotros. Desde hoy hasta el día en que sean reemplazados por “otros datos” que den testimonio de la vida política argentina. El problema no es solamente de la gente que apoyó y apoya la actual política depredadora de las mínimas condiciones de convivencia pacífica entre los habitantes de este suelo: es de todos los argentinos y argentinas. Si esto no es el eje de la discusión ¿cuál lo será? Para los neoliberales, la economía tiene sus leyes prescritas: en el centro de cualquier ensayo que se reconozca en esa tradición mística, tiene que estar la “contención del gasto público”. Pero resulta que esa fe religiosa en el mercado es lo que está detrás y en la base del tembladeral social en el que estamos moviéndonos. Para muchos sectores de clase media va quedando claro que seguir por el camino que vamos, termina con ellos formando parte de un “nuevo proletariado”, el que inevitablemente brota de las prácticas neoliberales
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Y estamos en un momento muy riesgoso porque este gobierno, el de Milei, no tiene ninguna variante. Como confunde la política con determinaciones matemáticas -grotescas las más de las veces- se aferra a su “saber”. Un saber que no es inocente ni inconsciente, sino que es el sustrato de su ser político; lo es para cualquier liberalismo, pero la variante a la que tributa el presidente es la más obsoleta e inservible de ellas. De este modo de razonamiento se llega a una síntesis más o menos obvio: si este camino conduce en la dirección de la tragedia social -que ya estamos transitando-, lo que es necesario y urgente es cambiar el rumbo. Para no hablar de abstracciones aéreas, hablemos de nuestra crisis de fines de 2001: ¿cuál fue, entonces, la clave de la recuperación? La clave fue que la política dio por terminado de facto el período de “la convertibilidad”. Lo más significativo es, hoy, a la distancia, registrar que el gobierno de entonces era corresponsable del desastre económico. Y sin embargo, la “salvación de la política” pasaba necesariamente por el fin de la alquimia de la equivalencia del peso con el dólar.
La fuerza política de gobierno real pasó a ser la unidad de Duhalde y Alfonsín; los jefes de las dos principales fuerzas durante muchas décadas en la política argentina. Y lo que hoy a la distancia apreciamos es que aquel “pacto de salvación” tenía una primera regla clara: la atención urgente de quiénes estaban llevando la peor parte de la crisis: ¡¡igual que ahora!! La política hoy tiene que impedir que este proceso de deterioro desemboque en enfrentamientos caóticos en el interior del propio pueblo. Debe imponer la lógica del bien común por sobre las de las “ventajas en el río revuelto”. Claro que, a todas las dificultades propias de las situaciones críticas, hoy tendremos que agregar la del “régimen institucional”. Porque el gobierno de LLA fue elegido por el período que termina en 2007. En consecuencia, cualquier arreglo tendría que incorporar el acuerdo del grupo hoy gobernante. Finalmente, de eso trata la política: no de aplicar técnicas de gobierno conocidas sino de explorar caminos novedosos, peligrosos, críticos para sostener el régimen que la polis decide. En 2001 fue la ruta de la presidencia provisoria y la convocatoria a elecciones presidenciales dos años después. No hay posibilidades de repetir la experiencia, sencillamente porque las experiencias no se repiten. Lo verdadero -y muy complejo- es la reedición de la fórmula de “unidad nacional” como ámbito para producir los reacomodamientos institucionales necesarios. En este punto, lo que hace particularmente grave la situación actual es la conducta del gobierno, empezando por su presidente. Consiste en mantener intocables, inalterables, las fórmulas que nos trajeron hasta acá. Y está muy claro que, después de conocidos los datos, el gobierno no atina a ningún gesto, ningún amago que pudiera insinuar la rectificación del rumbo.
Aparecería, entonces, la fórmula de “dejar todo como está”. Pero esa determinación no frenaría el derrumbe, por el contrario, lo anticiparía. Si no es el patriotismo y la sensibilidad social, sería bueno que ocupara sus lugares, un sentido de supervivencia nacional que nos condujera a un camino de acción colectiva capaz de protegernos como comunidad política.