Toda estrategia de desinflación en la Argentina, que no quiera convivir con una pobreza de 50% o con 18% de desempleo, o con la mitad de jubilados, sin industria ni tejidos productivos regionales (como en 2001), tiene que apuntar a mejorar el flujo de dólares, y reconstruir una expectativa de estabilidad con fundamentos estructurales. Ése es el camino.
Que la economía sea una ciencia social no nos dispensa de la utilización de datos cuantitativos para construir argumentos. El gráfico que se puede observar más abajo es elocuente de una situación que quiero poner de relieve en el debate de la inflación. Acá hay un problema estructural que está mal diagnosticado por la ortodoxia convencional y, por eso, cada vez que agarran la manija terminan quemando el puchero.
La cuestión es que los precios siguen al dólar, o sea, mandan los costos (o la expectativa de los costos futuros), y las apropiaciones de excedentes, en todo caso, pero no la emisión monetaria, básicamente porque esa emisión sólo llega a la calle cuando la calle se mueve, y es baja la influencia de la tasa de interés en un sistema como el nuestro. La emisión es consecuencia de la inestabilidad, pero no su causa. Puede ser ancla de la actividad y bajar la nominalidad, pero sólo así: destruyendo actividad. No es la solución, aunque es una de las patas de la mesa. Es verdad que hay muchos sectores que tienen un sistema de precios de referencia absolutamente rotos, como pueden ser sectores que precisan flujos de importaciones permanentes para funcionar. Por eso hemos hablado en otras ocasiones de termómetros rotos de la macro local. También es cierto que la construcción, la ropa y los autos subieron a la par del blue en su comparación desde 2018.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Pero no todo indicador dejó de funcionar en las lecturas macro. Veamos una serie de datos para poner en relieve esta situación. El último momento que la Argentina tuvo una inflación manejable (sin el cisne negro de la pandemia de por medio -en 2020 hubo meses sin inflación, pero sin mercado-) fue en marzo de 2018. Antes del choque del macrismo con la deuda y el FMI. En aquel entonces, la canasta básica total (CBT) medida en dólares estaba 882,9 dólares (al mayorista, oficial). Ese valor recién desde agosto de 2022 se está alcanzando. Con algún vaivén que ya veremos. La CBT llegó a estar 600 dólares y pico en noviembre de 2019, coincidiendo con la caída de la actividad y el dólar alto, luego vino la pandemia, por otro lado, actualmente la actividad está en niveles de principios de 2018 -por eso usamos esas fechas de referencia-, aunque los precios relativos cambiaron bastante en el medio. Hoy la canasta básica se encuentra en 897 dólares, un valor similar a enero de 2018 y todavía por abajo en dólares que en diciembre de 2017 (U$S 942). Siempre al oficial.
En el medio, pasaron cosas. El índice de precios de materias primas, que mide el BCRA, y que es una buena aproximación al nivel de precios internacionales, bajó 1.27% interanual en febrero 2023. Pero en alimentos por ejemplo, sigue estando 60% arriba que en 2019 ó 2018. Este dato viene a decirnos que hoy el empate de precios en dólares sobre las canastas alimentarias o totales (que ya de por sí son un perfil de consumo de sectores bajos) todavía tienen un margen para alcanzar la misma paridad con el mundo que en 2018. Este punto nos quita optimismo. Atrasar el dólar es un atajo imposible en este momento, porque hay un flujo de dólares insuficiente y por los acuerdos con el FMI. Más lo primero que lo segundo.
El dólar mayorista subió 81% interanual el 15 de febrero. Frente a una inflación que en febrero difícilmente baje de 100%. Por supuesto hay una inercia que debe ir a buscarse antes de un año atrás, el buffer que va a marcar la cantidad de dinero que tiene la economía para funcionar es el nivel de actividad. Y como sabemos la inflación es multicausal, cosa que se vincula a la combinación de estas variables: primero que nada los costos en dólares, pero también el nivel de dinero en la economía, expectativas de reposición de insumos o mercadería, brecha cambiaria, presiones en precios relativos como tarifas, entre otros. Si uno calcula la carrera de precios y el dólar desde enero de 2018 da que los precios subieron 780% (IPC) y el dólar oficial 860% desde entonces. O sea que todavía tenemos precios más baratos en dólares, en promedio, que en aquel momento. Claramente en el promedio sacan ventaja los gigantes, pero no deja de ser un dato.
Por otra parte, cabe mirar el tipo de cambio real multilateral, que pone en la balanza la relación entre monedas domésticas y las divisas, considerando los precios entre los países que tienen relaciones comerciales. En este sentido, para la Argentina, ese dato muestra que el TCRM subió durante lo que va de 2023, 1.5% desde diciembre de 2022, pero sigue estando 7.15% arriba que en febrero de 2022. En la comparación con enero de 2018, estamos actualmente 2% arriba que entonces.
En este contexto de cosas, el consumo y la actividad se amesetaron, pero en valores altos. Comparables con los de principio de 2018. En enero de este año que empieza, el consumo de bienes y servicios registró en enero una mejora interanual del 5,5% aunque con una caída del 0,3% en relación a diciembre, según un nuevo informe de CAC.
De este modo, tiene sentido que siga habiendo inflación, lamentablemente. Y tiene sentido que haya políticas económicas de calibración, de precios regulados, de tasas más cercanas a las reales positivas, de cuidados sociales (recordemos que hablamos de la canasta básica), con políticas macroprudenciales en la cuenta capital (administración de cambios), política fiscal y monetaria ordenadas. Todo esto tiene sentido. Porque es preciso calibrar precios, cantidades y flujo de dólares comerciales. No habrá otra forma de bajar la nominalidad sin shocks.
Entonces con este diagnóstico andando, la pregunta es cómo seguimos. Con estas lecturas a la vista, la inflación va a seguir mientras siga habiendo una actividad como la actual o mayor, sin un correlato en dólares. Lejos de proponer una recesión, que no se ajusta a las necesidades de la sociedad, las herramientas deben ser de coordinación. Para subir las exportaciones y bajar la nominalidad mientras no se lastima más la distribución del ingreso. Por eso los programas de regulación de precios tienen un objetivo principal que es calzar precios e ingresos. Para que la inflación no sea excusa de una mayor pauperización social, sino al contrario que permita el ajuste paulatino de los ingresos sobre los precios en un país donde la oferta está funcionando y las ganancias de las empresas tiene una fuerte vitalidad. Por eso los acuerdos y las regulaciones de precios tienen sentido.