La confirmación de la comunidad política moderna parte de un principio básico: ninguna persona puede tener privilegios, esto es prerrogativas que estén por encima de las leyes. El llamado imperio de la ley, constituye el eje sobre el que se pueden pensar y definir, tanto los derechos como la forma de gobierno para una sociedad que aspira a un orden justo y que, desde hace algo de más de 200 años, llamamos democracia.
Si nos detenemos en nuestra propia experiencia como país, ese lapso es notablemente más breve. El espíritu de las transformaciones democráticas ha extendido estas luchas a diversas áreas, sosteniéndose en un punto de partida que permitió pensar que esos derechos eran posibles: la unidad de quienes se oponían a un orden construido sobre la desigualdad.
La unidad moderna no es una fundición de las particularidades en una única expresión, una anulación de las diferencias, sino una convivencia de ellas justamente para garantizar las variantes que habitan a cada sociedad y es a la vez el mecanismo mediante el cual le es posible perseguir diversos objetivos comunes en una convivencia que logra sobrevivir en base a esos fines que son buscados. Desde luego, ello no siempre sucede porque el conflicto no es una externalidad a esa convivencia, sino parte de su estructura constitutiva; hay conflicto porque existen intereses diversos y la política es la única herramienta capaz de imaginar soluciones y acuerdos. ¿La convivencia es un costo excesivo? Esa evaluación suele presentarse en distintas coyunturas, en ocasiones fruto del paso del tiempo que puede hace olvidar desde dónde se viene, aquello que la convivencia permitió dejar atrás.
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Lo que sucede en el Frente de Todos no es ajeno, como puede observarse, a esta situación propia de las democracias modernas. El Frente nació porque se entendía que era la carta, la única carta, que podía garantizar una victoria sobre el macrismo que proponía continuar cuatro años más con sus políticas de exclusión; esa sensación, casi una certeza, convenció a un conjunto de personas y espacios políticos, que la unidad era la herramienta necesaria de cara al desafío electoral.
Hoy esa unidad se ve sitiada por dos tipos de amenazas, principalmente entre quienes ejercen los liderazgos; por una parte parece haber crecido la desconfianza; detrás de los reclamos cruzados sobre políticas, decisiones y acciones, es evidente que la desconfianza anida como fuente de observaciones. No quiere decir que sea una regla, pero sí un elemento que puede alentar visiones. Sin embargo, no se trata de una situación original del FdT; Pierre Rosalvallon, el destacado politólogo francés, define la política y la democracia actuales como signadas por una era de la desconfianza, en donde esta última se convierte en “una institución invisible”; y lo no percibido, pero presente, siempre es complejo de procesar.
La segunda amenaza para el Frente, vinculada justamente a esa caracterización, consiste en la ausencia de mecanismo de mediación ante el conflicto que es, repito no una excepcionalidad, sino la regla de todo acuerdo político. Con el diálogo deteriorado, el espacio parece quedar huérfano de otras posibilidades que puedan encauzar las diferencias, las cuales no tienen que ser necesariamente institucionalizadas, pero si aceptadas y asumidas por quienes concurren allí. Máxime cuando esas diferencias no son respecto a programas políticos distintos, pues todos los espacios continúan levantando los mismos principios que hizo al origen del peronismo; nadie parece estar planteando cuestiones de fondo, ya que aun cuando no sean solo procedimentales y existan divergencia sobre algunas políticas, no hay una ruptura respecto a la visión general sobre el rumbo del gobierno.
En ese punto radica la pregunta respecto de por qué parece tan complejo alcanzar un acuerdo interno. Uno de los que plantean esta cuestión con claridad es el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, quien dejó dos frases contundentes este fin de semana: “La dirigencia del FdT estuvo disputándose en cuestiones internas, bueno, la verdad es que nos van a cagar a palos todos los argentinos". Y como una consecuencia de esas acciones el resultado puede ser el siguiente: “Sería muy irresponsable dejar a la gente en manos de esa derecha".
Es claro que la unidad por sí misma no produce todos los hechos políticos esperados, pero es la llave que los habilita; sin unidad, ninguna de las propuestas en marcha son posibles ni las esperanzas anheladas son posibles. Es claro también que unidad no puede significar silencio, por el contrario la convivencia asume que existen conflictos, pero que estos pueden resolverse, son plausibles de ser administrados, ordenados. Existe un acuerdo extendido que el retorno del macrismo al gobierno, bajo los ropajes que sea, constituiría una auténtica tragedia para los sectores populares, los del trabajo y la producción. Esa sola certeza, debería alcanzar para un nuevo momento de innovación política en el Frente de Todos.