El presidente retomó esta semana la cuestión del federalismo, un tema sobre el que ya se ha expresado otras veces. Digamos que no tomó el tema de costado: “(la Ciudad de Buenos Aires) llena de culpa, de verla tan opulenta, tan desigual con el resto del país”. No es necesario enumerar las desigualdades porque son evidentes, desde el acceso a servicios, el nivel de vida, la centralidad que ocupa en la agenda política y económica. Algunos porteños se quejan del uso de servicios públicos “propios” por parte de ciudadanos de otras provincias, pero no tienen ese juicio a la hora de solicitar mano de obra para limpiar sus casas, construir edificios, realizar trabajos de cuidados o de seguridad. Si habitantes del Gran Buenos Aires y de diversas provincias no concurrieran a cubrir esos puestos, los porteños tendríamos un problema importante. El caso es que el desbalance es notable y a la vez, o quizás por eso mismo, complejo de resolver.
Luego de conseguida la independencia del imperio español, de los varios conflictos que enfrentaron las provincias unidas la tensión entre el modelo unitario y el federal fue la más relevante, porque lo que estaba en juego era el orden político que las nuevas naciones se darían. (Por ejemplo nunca fue una discusión central la de presidencialismo o parlamentarismo). Un debate que se hizo presente en buena parte de América Latina, que fue germen de no pocas guerras internas. La disputa se resolvió y la historia dice que los federales se impusieron y su modelo quedó plasmado en la propia Constitución Nacional, así lo expresa el preámbulo y el mismísimo Artículo 1°. Y sin embargo las objeciones a un federalismo no puesto en práctica no han cesado desde el nacimiento del Estado.
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Si los federales se habían impuesto sobre los unitarios y dicha victoria se plasmó en la Constitución Nacional ¿porque ese federalismo no se consolidó en el modelo de país? No existe una sola respuesta ni una única dimensión para explicarlo. No puede omitirse una hecho histórico: Urquiza triunfó en Caseros, pero se retiró de Pavón dejando a Mitre como vencedor. El fracaso de la Confederación Argentina marcó también los límites de un proyecto político sin Buenos Aires; el resultado de Pavón y el ascenso de Mitre, fueron una muestra del rol que la futura nueva capital jugaría en el destino del país. Esto fue un sello histórico indeleble. A partir de allí el modelo económico que se establecería en los países de la región se define en torno de su inserción en el mercado internacional como proveedores de materias primas, de allí que los puertos comiencen a ocupar un lugar central: por allí saldrían los granos, la carne, la fruta o los minerales que Europa necesitaba imperiosamente.
El nuevo mapa de las jóvenes naciones comenzaba a acomodarse a este modelo y el trazado de las vías ferroviarias en Argentina es la muestra más clara de ese modelo económico: el tren más que comunicarnos entre nosotros, estaba destinado a acelerar la llegada de aquellos bienes al puerto para embarcarse hacia su destino final; un país construido para satisfacer las demandas e intereses se otros. Y en ese armado, Buenos Aires se convierte en la convergencia no solo de los trenes si no de la actividad económica del país; en pocos años aspira a ser “como una capital europea” con sus nuevos edificios modernos y sus servicios como los de cualquier país europeo desarrollado. Mientras tanto, el resto del país, “el interior” (¡que fórmula semántica para ocultar toda una nación en la parte de atrás, en un pasillo casi desconocido!) ve por una parte desmoronarse importantes centros económicos (como La Rioja por ejemplo que tenía un gran comercio con Chile), la persistencia de formas económicas pre capitalistas y la consolidación de un modelo de distribución de la tierra sostenido en la gran estancia lo que hacía casi imposible el acceso a la tierra para miles de campesinos.
Ese perfil se consolidó y definió la república oligárquica que gobernó la Argentina al menos hasta el primer cuarto del siglo XX. Factores históricos locales y demandas del mercado internacional terminaron impactando de manera decidida en un modelo que nominalmente federal, se consolidó en una lógica unitaria. Los gobiernos de Perón a mediados de siglo, se pararon justamente para revertir ese modelo. Desde luego, la existencia de gobernaciones y un Senado que demuestra el peso de las provincias a la hora de votar leyes, no dejó de marcar su huella para influir en las decisiones presidenciales hasta el día de hoy. Ese arreglo institucional, fue clave para que las provincias se convirtieran en un actor central de ciertas políticas, pero que a la vez mengua ante la dependencia financiera de Nación. Esa relación está enmarcada en las leyes de coparticipación federal, tema de debate inacabado, porque expresa justamente el tipo de relación entre las provincias y la Nación y entre ellas mismas.
El último arreglo data de 1988, cuando una ley ajustó los porcentajes de los impuestos coparticipables devolviéndole a la Provincia de Buenos Aires algo de lo que había perdido. La Constitución de 1994 ordenaba sancionar una nueva ley, pero ello aun no ha ocurrido. Estas demoras dejan a las claras que discutir la coparticipación es un tema difícil de abordar: todas las provincias saben que la de Buenos Aires es quien espera seguir recuperando lo perdido, y ello significará recortes para el resto.
Tenemos entonces al menos dos dimensiones para abordar un mayor y más justo proceso de federalización: el político institucional, regido por la coparticipación, y el político económico, orientado por el modelo productivo y de inserción internacional. En ambos la CABA deberá ceder ventajas que hoy tiene. La obra pública que mejore la comunicación interna y el acceso a la energía, es un punto clave porque estimular la inversión y mitigar la concentración en grandes ciudades. La planificación de esas obras públicas vitales para muchas regiones del país (algunas ya en marcha) serán políticas claves para construir un federalismo que nos acerque a tener una sola Argentina. La discusión sobre nuestro modelo productivo, es sin duda la otra pata para e esa inetegración sea efectiva.