De Milei a IDEA, la casta antipolítica en la raíz de la crisis

08 de octubre, 2023 | 00.05

Aunque no se manifieste a través de un estallido, como sucedió tantas veces en el pasado reciente, la economía local atraviesa una nueva y predecible crisis externa. Las crisis externas se producen cuando la economía se queda sin dólares, no se puede sostener el precio de la divisa y, en consecuencia, se acelera la inflación.

La alta inflación afecta a todo el mundo, pero lo hace más duramente con quienes tienen ingresos fijos. Desde 2016 al presente la suba generalizada de precios funcionó como el principal instrumento de redistribución regresiva del ingreso, limitó la recuperación de los salarios reales y aumentó la tasa de ganancia. Dicho de otra manera, fue el principal instrumento de una lucha de clases ganada por el capital. En el camino el proceso terminó de destruir la función de reserva de valor de la moneda. Estos factores son los que están por detrás y sintetizan la crisis actual cuya resolución amenaza con ser institucionalmente disruptiva, lo que sería el peor final. Cualquiera sea el desenlace, 2023 será recordado como “el año que vivimos en peligro”.

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Sin embargo, recortar el período 2016-2023 explica solo parcialmente la crisis del presente. El largo plazo comienza en realidad en 1975, cuando cambió el modelo de desarrollo. La dictadura iniciada en marzo de 1976 no fue solo la dolorosa represión por la que suele ser recordada, sino que marcó también el fin del modelo sustitutivo de importaciones y del Estado benefactor. Si de lo que se trata es de buscar el año en el que “se jodió la Argentina” ese año es 1975 a partir de Celestino Rodrigo como ministro de Economía. Luego, la democracia recuperada cuatro décadas atrás no fue capaz de construir una nueva hegemonía política, lo que significa que las clases dominantes locales no fueron capaces de consensuar un nuevo modelo de desarrollo. Esta falta de consenso explica los bandazos de los últimos 40 años.

Regresando al presente, inevitablemente en los próximos años se analizarán con detalle las causas del nuevo fracaso que se expresa en la inflación de tres dígitos. Aunque el contexto electoral no es el mejor momento para iniciar el debate, sí es posible adelantar algunos puntos. En particular interesa detenerse en un aspecto clave y a la vez generador de equívocos: ¿De quién es la responsabilidad, la culpa, de la situación actual?  Aunque parezca contradictorio, la respuesta a la pregunta no persigue encontrar un “chivo expiatorio”, sino, ya que de animales se habla, que nadie “se haga el oso”.

La pregunta surge a partir del auge de la expresión “la casta” enarbolada por el outsider que consiguió nada menos que un tercio de los votos para presidente en las PASO, porción que todo indica retendría en las generales de este mes. La idea de “casta” no refiere, por supuesto, a la alta burguesía, sino que retoma la vieja tradición antipolítica según la cual la culpa de todos los males residiría en la sociedad política, cuyo ámbito es el Estado y sus instituciones, y no en la sociedad civil, cuyo ámbito es el mercado. Dicho de manera más coloquial, “la casta” sería la clase política y no la empresaria, “los políticos” y no la “alta burguesía”.

Cuando se recurre a las ciencias políticas el panorama es otro. En el estado actual de la ciencia los conceptos de sociedad civil y sociedad política remiten a la obra de Antonio Gramsci, pero para el cientista sardo ambas sociedades, civil y política, no estaban separadas en el control del Estado, sino en una relación de dependencia recíproca. Es decir, Gramsci concibe al Estado no sólo como la maquinaria de gobierno y sus instituciones, sino como la expresión de una unidad dialéctica entre sociedad civil y sociedad política. Esta unidad resultaba esencial para la construcción de una hegemonía y la consecuente posibilidad de que unas clases ejerzan relaciones de dominación legítimas sobre otras, es decir que conduzcan por la vía del consenso y no de la coacción. En la construcción de este consenso cumplían un rol fundamental los intelectuales, tarea a la que hoy no dudaríamos en sumar a los medios de comunicación, incluidas las redes sociales donde “intelectuales somos todos”.

Si se traen a colación estos conceptos básicos y simplificados es porque la crisis actual y su emergente antisistema expresan con claridad una crisis de legitimidad, lo que sin forzar conceptos significa también el fracaso relativo de las sociedades civil y política en la construcción de una hegemonía y de un modelo de desarrollo. Si algo reflejaron esta semana los trasnochados discursos de los dueños y de la alta gerencia de bancos y empresas que anualmente se autoconvocan en el “coloquio” de IDEA, es que la ideología de la burguesía local es tan primitiva y rudimentaria como la del líder de La Libertad Avanza.

Tanto para el anarcocapitalista como para los grandes capitalistas locales todos los males del presente encontrarían su fuente en el Estado y en “la política” y “los políticos”, mundo impuro del que, contrariando a la ciencia, ellos, la cúpula de la sociedad civil, estarían excluidos. Para los participantes de IDEA el problema es siempre el mismo: los impuestos, “la voracidad del Estado” que se “inmiscuye en la actividad privada” y el dispendio de la política. El dato de color de este año fue que una parte de los asistentes se mostraron asustados por la propia creación, el guerrero ideológico Javier Milei, lo que los llevó a aplaudir con fruición a la anodina candidata de Juntos por el Cambio, como si 2016-19 no hubiese sido otro fracaso estrepitoso, como si pagar la inmensa deuda pública heredada por el macrismo no reclamase tantos o más impuestos que financiar un Estado activo y eficiente.

La conclusión preliminar es que el actual estado de situación sigue denotando la falta de consenso sobre un modelo de desarrollo. Este desarrollo no puede beneficiar sólo a la propia clase, sino al conjunto de la sociedad. Si no es así resultará imposible construir un orden económico y político legítimo y estable. Luego un modelo de desarrollo implica hablar de producción, de exportaciones, de generación de excedentes y de empleo, no solo de pagar menos impuestos y de destruir al Estado. A modo de ejemplo, una de las estrellas invitadas al “coloquio” fue el presidente del Banco Central del Perú, Julio Velarde. El país andino es un caso notable de estabilidad económica en un marco de inestabilidad política. Tan notable como ello es que Velarde preside el Banco Central ininterrumpidamente desde 2006. Para los participantes de IDEA el prodigio sería el resultado de un Banco Central independiente que tiene prohibido financiar al Tesoro. Nuevamente, más allá del detalle institucional, la realidad es otra. Solamente el sector minero peruano exporta casi 40 mil millones de dólares anuales en un país de 33 millones de habitantes. Ello le permitió acumular reservas internacionales por más de 70 mil millones de dólares. Parte de esta acumulación se debió a la necesidad de intervenir comprando divisas para que su moneda, el sol, no se revalué en exceso. Adicionalmente, las reservas sirvieron para aguantar shocks de salidas de capitales provocados por sus turbulencias políticas. La estabilidad macroeconómica en países capitalistas periféricos, como Perú o Chile, parece no tener grandes secretos, el punto de partida es exportar mucho para tener los dólares suficientes, conseguir luego estabilidad macroeconómica y tener moneda. Pero de ello nadie habló en IDEA, quizá por culpa de “los políticos” o de la voracidad del fisco, o del árbol que no deja ver el bosque