Habló Cristina. Lo hizo con su particular manera de transmitir pasiones y reflexiones políticas. Desde aquí procuraremos poner el centro de la mirada en lo que podría llamarse el “corazón estratégico” de sus definiciones políticas. “En este país las mafias que se regodean con la impunidad del poder, siempre en algún momento colapsan”, “en algún momento el sistema va a necesitar sanearse para tomar decisiones muy profundas sobre el futuro del país”. Estas frases (que no se reproducen textualmente sino de modo conceptual) tienen el tono de la profecía: no habrá lugar para las mafias cuando la patria enfrente el momento de las definiciones históricas.
La profecía política no equivale a su homóloga, la profecía religiosa. En la política, la frase que liga la inevitabilidad del colapso mafioso con la necesidad del país (a través del “sistema”, como lo llamó la oradora) de resolver cuestiones decisivas respecto de su futuro es más una convocatoria a la acción que una “predicción”. Y esas decisiones -a las que Cristina liga con la cuestión de la “economía bimonetaria”- tienen que ver con la viabilidad de una Argentina soberana y justa. Es una “profecía programática”. Una definición de época que, en la ocasión, estuvo precedida de densos análisis que giraron alrededor de una comparación: la de las políticas públicas que se desarrollaron entre 2003 y 2015 y las que funcionaron a partir del triunfo macrista y del consecuente endeudamiento criminal decidido entonces a nombre del estado nacional con el FMI.
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Ahora bien, no se trata de que ya estamos frente a la inminencia de la profecía programática popular-democrática. No se trata de un acto único decisorio y definitivo: se trata de un proceso que ya está abierto. Que se reveló con la crisis mundial y con la guerra en Europa pero que no dejó de desarrollarse desde la crisis capitalista mundial de la primera década del siglo actual. Se trata de un proceso de transformación geopolítica, desde el mundo unipolar regido por Estados Unidos hacia una transición, que no será inmediata ni se impondrá con la fuerza de las leyes físicas, pero será el vector a cuyo alrededor girará la vida mundial: el nacimiento de un mundo multipolar, regido por agrupamientos regionales y multirregionales que buscan y buscarán mejorar sus condiciones relativas en torno a principios elaborados colectiva y negociadamente. Cuyas decisiones no vendrán precocidas desde los organismos internacionales de crédito, funcionalmente ordenados a favor de los intereses del gran capital financiero.
Por eso la vicepresidenta se explayó en los números económicos de Argentina en las dos últimas décadas. Porque en esos números está condensada una experiencia colectiva de los argentinos y argentinas. Porque esos números no son “abusos de la estadística” como Borges definía a la democracia: son portadores de los dolores y de las recuperaciones de muchos millones de hombres y mujeres de nuestro país. Y por eso, esos números tienen la cualidad de deshacer como por un soplo toda la batería de supuestos seudocientíficos que concluyen siempre con la perorata de que estamos mal porque no hacemos “lo que hace el mundo”. A propósito, algunos de los publicistas del “régimen” (el único que existe y que ejerce el poder real en el país y se comporta de modo mafioso) podrían intentar explicar los últimos discursos del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y advertir lo lejos que están de las pavadas en boga entre nosotros (con gran influencia de la superpotencia que preside el anciano líder norteamericano) y que los publicistas liberales propagandizan todo el tiempo. Esas que se centran en el retiro del Estado, la libertad de mercado como principio central y la abstención en los temas del trabajo, los ingresos y el bienestar popular. Biden enuncia, por el contrario, una suerte de regreso al “new deal” de Roosevelt. El presidente impulsa estos rumbos en su país, pero, por supuesto, no en el nuestro.
Finalmente son esos los tópicos que los argentinos y argentinas empezaremos a decidir en esta etapa electoral, aunque la etapa de lucha en torno a esos objetivos estratégicos no tendrá su calendario atado, necesariamente, al de la de la duración de mandatos presidenciales periódicos. Es una gran discusión, una gran disputa de alcance histórico que se establecerá no ya en divisas políticas viejas o nuevas, sino entre proyectos para la vida en común entre nosotros y nosotras. Por eso, la “clase magistral” lo fue no por las formas ni por las cifras sino por su alcance como pieza de gran nivel, enunciada no por una profesora de ciencia política, sino por la protagonista decisiva de las dos últimas décadas en nuestro país.
En apariencia Cristina “obvió la coyuntura”. Es decir, no dejó indicios terminantes sobre el modo en que intervendrá en la política en los meses preelectorales. No dijo si será o no candidata (aunque no sea un detalle menor que no haya ratificado su decisión de “no formar parte de ninguna lista”). Reemplazó esa visión pequeña de la coyuntura por una visión de época. La frase “siempre estaré cerca de ustedes” solamente puede interpretarse de un modo: ninguna persecución modificará su voluntad política.
Con pocas horas de distancia, una movilización de sus partidarios y partidarias pondrá en marcha la campaña “Cristina presidenta”. Estas líneas se escriben antes de ese acto, lo que impide enlazar (o intentar hacerlo) ambos acontecimientos. Pero todo indica que la conducta de Cristina no será dictada por un estado de ánimo circunstancial ni por su vocación política imposible de ser puesta en duda. Esa decisión estará sostenida por premisas tácticas y estratégicas, tal como ha sido siempre; aún en los tiempos -después del triunfo de Macri- en los que algunos “bien informados” aseguraban que la líder se retiraría hacia sus asuntos personales y familiares.
La cuestión central en los meses próximos será el clima social que los anime. Hasta aquí, la derecha ha venido logrando un ideal: el de la escasez de movilización organizada, el avance de un clima de escepticismo y apatía que, curiosamente o no tanto, está mezclado con tendencias violentas (que empezaron siendo verbales, pero llegaron al intento de magnicidio). Gentes que, como decía Marx de la sociedad francesa de mediados del siglo XIX- prefieren un final terrible antes que un terror sin fin”.
Entramos en un pasaje muy trascendente de nuestra historia cuya importancia, hay que insistir, no consiste tanto en la cercanía electoral como en las definiciones inevitables que tendrá que afrontar nuestro país en tiempos relativamente breves. Acaso el eslabón de engarce entre el análisis magistral que realizó CFK y sus propias decisiones tenga que ser el de considerar que en ciertas instancias históricas el liderazgo no es “un asunto más”. Dicho de otro modo, que su eventual candidatura presidencial puede llegar a ser un momento táctico-estratégico fundamental de este pasaje. Que su presencia puede ser un punto de apoyo decisivo para un impulso popular que tuerza lo que se insinúa como una “derrota anunciada”. Y que esa presencia sería fundamental tanto para el “gran acuerdo” que tantas veces planteó como necesario para terminar con la “economía bimonetaria” como para la lucha por abrirle cauce a una nueva “hegemonía democrática” (o, por qué no, a un amplio “consenso democrático”), para utilizar una de las claves que le dieron título a su clase (realmente magistral).