La tercera década del siglo XXI es el escenario de disputas de poder entre las grandes potencias mundiales, generando cambios profundos en el plano internacional. Por estos motivos, desde el Observatorio de Coyuntura Internacional y Política Exterior (OCIPEx), decidimos lanzar una serie de informes bimestrales sobre algunos ejes que consideramos clave desarrollar para comprender dichos cambios profundos. En este sentido, esta semana publicamos “Iniciativas regionales y financiamiento alternativo: hacia una multipolaridad económica”.
Diversas potencias emergentes y reemergentes adquieren un rol preponderante en estas disputas, la mayoría de ellas euroasiáticas. De esta manera, el escenario político internacional es testigo de reconfiguraciones en el aspecto político-militar, económico-financiero y comercial, entre otros. En el primero de ellos, podemos visualizar el entramado de organizaciones e iniciativas, tales como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) o la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), que se posicionan como una alternativa a las tradicionales instituciones surgidas luego de la Segunda Guerra Mundial, cuya conducción estratégica está bajo el liderazgo indiscutido del eje euroatlántico, como por ejemplo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En el plano comercial, venimos advirtiendo sobre la creciente utilización de monedas nacionales en transacciones comerciales internacionales, entre potencias euroasiáticas. Esto se ha acelerado y profundizado luego de la intervención rusa en Ucrania en febrero de 2022, y el consecuente bloqueo y sanciones económicas, financieras y comerciales que obligaron a Moscú a reconsiderar los destinos de sus exportaciones y los países de origen de sus importaciones. La reemergencia de potencias alternativas al eje euroatlántico plantea la reconfiguración del comercio internacional por medio nuevos corredores económicos, los cuales acortan distancias y costos logísticos. El Corredor de Transporte Multimodal Norte-Sur que va desde San Petersburgo hasta Bombay a través del Cáucaso y Asia Central, es un ejemplo de ello. De esta manera, Rusia evita atravesar el Mar Báltico, el cual con la adhesión de Finlandia (2023) y Suecia (2024) a la OTAN, se convirtió de facto en una especie de lago interno de esta organización. De manera similar, el desarrollo chino-ruso de la “Ruta de la Seda del Ártico”, permite conectar la costa marítima china con Europa, sin necesidad de atravesar el Océano Índico, el Estrecho de Bab El Mandeb, el Mar Rojo y el Canal de Suez.
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En la imagen podemos visualizar los diferentes corredores económicos que atraviesan la región euroasiática de Norte a Sur y de Este a Oeste. La integración de todos conforma la “Red de Transporte Euroasiática”. En azul, el “Corredor de Eurasia Norte”; en rojo, el “Corredor de Transporte Internacional Europa-China”; y en amarillo, el “Corredor de Transporte Multimodal Norte-Sur”.
En el aspecto económico-financiero, destacan bloques económicos, como los BRICS, surgidos luego de la crisis financiera internacional de 2008-2009 que, además de agrupar a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, este año aceptó la membresía de Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y la República Islámica de Irán. Recordemos que la República Argentina fue invitada a formar parte de este bloque que hoy representa el motor del crecimiento económico mundial, pero el actual gobierno rechazó dicha invitación, excusándose de que priorizaría la inserción argentina en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que a diferencia de BRICS, posee un claro predominio euroatlántico y muchos requisitos que impiden la adhesión inmediata.
Lo más relevante de los BRICS, es que desde 2014 poseen el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, con sede en Shanghái (China), el cual otorga financiamiento para obras de infraestructura a los países miembro, conformándose como una alternativa al Banco Mundial (con sede en Washington D.C., EE.UU.).
Por otro lado, la política planificada por países como la Federación de Rusia y la República Popular de China condujo a la construcción de espacios institucionales que buscan integrar físicamente a la región euroasiática. En el caso ruso, desde 2006 impulsa el Banco Euroasiático de Desarrollo (BED), cuyos principales objetivos son la promoción del comercio y la integración económica de los países euroasiáticos; y desde 2014, impulsa la Unión Económica Euroasiática (UEE), conformando un único mercado integrado entre 5 ex repúblicas soviéticas.
En el caso de China, en 2013 lanzó la iniciativa de la “Nueva Ruta de la Seda” o la “Franja y la Ruta” (One Belt, One Road - OBOR), con el objetivo de invertir mundialmente en 150 países y organizaciones internacionales. Para dicho fin, impulsa desde 2014 el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (BAII), encargado del financiamiento en materia de infraestructura, en el marco de la Nueva Ruta de la Seda. Es decir, China posee una iniciativa para integrar físicamente no sólo la región de Eurasia, sino también busca proyectar poder en Europa, África y América.
En términos de integración comercial, cabe destacar también, la “Asociación Económica Integral Regional” (Regional Comprehensive Economic Partnership - RCEP), impulsada por China desde 2020, comprendiendo un acuerdo de libre comercio que agrupa a 15 Estados de la región Asia-Pacífico, entre ellos a diversos aliados y socios de EE.UU. en la región, como Filipinas, Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur.
Por su parte, EE.UU. no ha permanecido inmóvil. En 2016, junto a la Unión Europea (UE) lanzaron la “Asociación Transatlántica de Inversión” (Trans Atlantic Investment Partnership - TTIP), que excluye a Rusia. Ese mismo año, se firmó el “Acuerdo Transpacífico” (Trans Pacific Partnership - TPP), el cual une a estados asiáticos y americanos del Pacífico con exclusión de China, del cual EE.UU. se retiró durante la Administración Trump, en 2017. La estrategia es clara: aislar a China y a Rusia. Dicha maniobra adquiere mayor sentido cuando leemos documentos oficiales del Gobierno estadounidense, en los cuales vienen mencionando que la “guerra contra el terror” ya no es la máxima prioridad para Washington, sino competir contra sus rivales estratégicos: China y Rusia.
Esta intención puede verse con mayor nitidez en 2021, cuando en agosto de ese año la Administración Biden decide el retiro de tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de Afganistán, luego de 20 años de ocupación. Tan sólo un mes después, se formaliza la alianza militar “AUKUS”, entre EE.UU., Reino Unido y Australia, con el objetivo de transferir tecnología a ésta última para el desarrollo de submarinos de propulsión nuclear. Es decir, el financiamiento militar al gobierno de Zelensky en Ucrania en su guerra contra la Federación de Rusia y la transferencia de tecnología crítica y financiamiento a Estados que se encuentran en la zona de influencia china, como Australia y Taiwán, son ejemplo concretos de la estratégia euroatlántica.
Reflexiones finales
El mundo se encuentra en transición y esto representa una gran oportunidad para el Sur Global y países emergentes. Algunos lo están aprovechando y otros no. Lamentablemente, en el caso de nuestro país, no haber ingresado a los BRICS fue un error estratégico que da por tierra con una política delineada en las últimas décadas de estrechamientos de vínculos estratégicos con Brasil, Rusia, India y China. La membresía de Argentina al bloque hubiese allanado el camino para la posterior inserción en el Nuevo Banco de Desarrollo y facilitado el acceso a créditos para obras de infraestructura, vitales en un contexto de escasez de reservas en el Banco Central. A su vez, insertarse en el esquema que actualmente antagoniza con el capital financiero internacional encarnado en el G7 y el Fondo Monetario Internacional (FMI), otorga a cualquier Estado un punto de apoyo para sentarse en una mesa de negociaciones con estos organismos y alcanzar una solución política, por ejemplo, al problema de la deuda externa en dólares que nuestro país posee con el FMI desde 2018. Es decir, Argentina podría posicionarse de forma más favorable en lo que respecta a las presiones, metas, revisiones trimestrales y vencimientos establecidos por esta institución que desde su creación ha demostrado ser una verdadera arma geoeconómica al servicio de los intereses de Wall Street.
Al actual gobierno argentino no le bastó con esto, sino que privilegió un alineamiento automático con Occidente. De aquí se desprende el esfuerzo por liberar precios, desmantelar la regulación estatal en sectores estratégicos y transformar a la Argentina en una economía extractivista de enclave destinada meramente a la exportación de bienes naturales, desconectado del mercado local, para abastecer y garantizar ganancias exorbitantes a grupos económicos multinacionales, monopólicos y privados de Occidente. La arquitectura jurídica para esa Argentina anarco-colonial está garantizada por el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI).
Así, en términos geopolíticos, busca ser “socio global de la OTAN”; trasladar la embajada argentina en Israel desde Tel Aviv a Jerusalén y enviar helicópteros a Ucrania. Estas desinteligencias involucran a nuestro país en los principales conflictos mundiales, da por tierra con la histórica neutralidad que caracterizó a nuestra política exterior; pone en riesgo la seguridad nacional; va en contra de la postura argentina de la “solución de dos Estados” en el conflicto palestino-israelí; y busca formar parte de la alianza que posee una base militar en nuestras Islas Malvinas, ilegal e ilegítimamente usurpadas por el Reino Unido de Gran Bretaña desde 1833. El reciente Pacto Mondino-Lammy es una muestra de la política concesiva en torno a la Causa Malvinas en favor de los británicos.
El mundo está siendo testigo de movimientos tectónicos que reconfiguran las relaciones internacionales y Eurasia es el epicentro. Desde OCIPEx seguimos muy de cerca esos cambios, como la tendencia a la comercialización internacional en monedas nacionales (por fuera del dólar), la arquitectura económico-financiera alternativa a los Acuerdos de Bretton Woods, los nuevos corredores económicos y el entramado político-militar que busca integrar la región euroasiática y antagonizar con el G7 y la OTAN. En este contexto y con más de la mitad de su población sumida en la pobreza, parece poco realista querer replicar un alineamiento con un hegemón en declive relativo. ¿Puede Argentina darse el lujo de seguir actuando como si estuviésemos en la última década del siglo XX? ¿Hasta qué punto es conveniente “atarse” a un bloque geopolítico determinado, pudiendo diversificar sus vínculos externos?; ¿estas políticas redundan en mayores márgenes de autonomía para nuestro país y bienestar económico a nuestro pueblo?