No hay hechos nuevos en la economía, son todas historias conocidas. Cuando hay dólares la macroeconomía es más o menos estable y permite algunos errores de política. Los desajustes graves llegan cuando los dólares se terminan y los márgenes de error se reducen al mínimo. El momento de la falta de dólares siempre es de vértigo. Es cuando se ensayan las distintas “formas de administración de la restricción externa”. Dicho de otra manera, la economía no está siempre en crisis. Con prescindencia de la solución de los problemas estructurales de fondo –endeudamiento externo, productividad, aumento de exportaciones, distribución del ingreso, etc. – las crisis ocurren en los momentos de escasez de divisas y se profundizan cuando la administración de la restricción fracasa. La razón es que sin divisas es inevitable devaluar, lo que significa más inflación, más caída de ingresos y recesión. Luego, no debe olvidarse que el ciclo económico determina al ciclo político. Los gobiernos que no consiguen administrar la restricción se van o caen.
Los ejemplos son constantes. La convertibilidad iniciada en los ’90 y finalizada en diciembre de 2001 terminó cuando se cortó el ingreso de capitales que sostenía una paridad ficticia. Mantener sobrevaluado el tipo de cambio produce un desajuste de las cuentas externas porque se abaratan las importaciones de bienes y servicios. Si no hay una contraparte de ingreso de divisas el proceso se aborta con una crisis devaluatoria. Durante el primer kirchnerismo, el ciclo positivo de las commodities permitió años de estabilidad macro. Cuando ese ciclo terminó a partir de la crisis estadounidense de 2008-2009 y la disparada de las importaciones de energía a partir de 2011, lo que sucedió fue que se empezó a consumir el stock de reservas acumuladas. Consciente de la situación el gobierno intentó reconstruir la relación con las finanzas globales, proceso que fue hackeado por los buitres externos e internos. No se llegó a una crisis profunda, pero fue suficiente para posibilitar la llegada del macrismo. Durante la recaída neoliberal se pensó que la restricción externa se resolvería solamente con el cambio de expectativas y se desdeñó el problema. Lo que se hizo fue tomar deuda desaforadamente a la espera de la lluvia de inversiones que nunca llegaron y se terminó en el FMI y en la eyección del gobierno.
La actual administración inició con el viento en contra del mega endeudamiento, lo que resolvió provisoriamente con la renegociación con los privados y el FMI y con el actual período de gracia en los pagos. Sin embargo, el esquema cambiario elegido, entre otras razones, evitó que se pueda aprovechar el ciclo externo positivo de su primera etapa para acumular reservas internacionales. La crisis externa que se profundizó a partir del inicio de la guerra en el este de Europa se tradujo en una larguísima corrida contra el peso que recién se frenó parcialmente con la llegada de Sergio Massa, quien leyó el escenario y comenzó a acumular reservas de manera no ortodoxa (dólar soja). Sin embargo, los escenarios económicos no se repiten en el tiempo. Al problema externo se le sumaron factores que desanclaron las expectativas. La salida de Martín Guzmán fue una de ellas. No importa si la salida del ex ministro fue causa o efecto, pero lo cierto es que a partir de entonces la inflación que ya venía creciendo se aceleró y se entró cabalmente en un régimen de alta inflación, es decir, con desanclaje de expectativas y ruptura del esquema de precios de referencia.
Probablemente la lectura más simplista (e inútil) sobre los acontecimientos es que existen unos empresarios oligopólicos malos que no hacen más que aprovechar el descalabro para aumentar sus márgenes de rentabilidad. Encontrar un malo siempre resulta intelectualmente cómodo porque evita tener que explicar procesos complejos, pero para un economista es ideologismo o, peor, pereza intelectual. La dinámica no funciona así. Sobre ello se escribió mucho en los años 80 y quizá valga la pena repasar los trabajos de economistas como Roberto Frenkel, por entonces muy entrenados para pensar en contextos inflacionarios. Cuando se rompe el sistema de precios de referencia, los agentes aplican un margen de ganancia mayor por pura incertidumbre sobre cuáles serán sus costos de reposición. Luego, si estos costos son menores a los esperados la ganancia queda realizada, pero no era el maligno objetivo inicial, sino el resultado de un proceso defensivo frente a la incertidumbre. De nuevo, hay más remarcación porque se está en un régimen de alta inflación ¡y no al revés!
Es precisamente por esta dinámica perversa que se necesita un plan de estabilización que corte de cuajo la inercia. Sin embargo, hacerlo no es tan fácil como enunciarlo. El primer dato es que la existencia de dólares múltiples para distintos sectores (soja, turismo) es una señal clara de que el nivel del tipo de cambio no es el óptimo. Volvamos incómodamente a la historia, se trata de algo similar a lo que intentaba hacer el siempre creativo Domingo Cavallo con los “planes de competitividad” en la agonía de la Convertibilidad, similar en el objetivo de alterar por otras vías los efectos de un tipo de cambio inadecuado. Resulta evidente que estas soluciones son sólo parches y como tales provisorias. Es por esta suma de razones, entonces, que los planes de estabilización incluían siempre una devaluación.
Ahora bien, en el presente la alternativa de devaluar no es viable políticamente porque luego de años de caída de los ingresos de los trabajadores ya no existe margen para seguir ajustando salarios. Lo que se necesita entonces es una “estabilización light”, es decir instrumentos que corten la dinámica de las remarcaciones, pero sin devaluar. Esto fue un poco lo que señaló esta semana el titular de Producción, José Ignacio de Mendiguren. El camino posible es congelar la foto de la actual distribución del ingreso, es decir sin crear una nueva foto vía la devaluación. Ello implica tres cosas según desde dónde se mire. El Estado debe comprometerse a no devaluar ni sobrevaluar, lo que también supone sostener el equilibrio fiscal para evitar que el déficit presione sobre el tipo de cambio y que los tarifas no crezcan por encima de la inflación, los empresarios deben comprometerse a no remarcar y los trabajadores a no pedir aumentos de salarios. Si se incumple cualquiera de las tres premisas el plan falla. Este es el significado real de “todos tienen que ceder”. Ahora bien, el plan tampoco funciona sin un fuerte acuerdo entre las partes. En la foto inicial deben estar las principales alimenticias, los sindicatos, el Presidente y su Vice. Si esto sucede es probable que la inflación pueda converger al momento de las elecciones a los 2 o 3 puntos mensuales, lo que permitiría un fin de mandato relativamente tranquilo y hasta un aceptable resultado electoral.
Congelar los ingresos en su nivel actual puede parecer injusto para los trabajadores dada la acumulación de pérdidas ya producidas y seguramente demandará algún tipo de transferencia para los sectores más desfavorecidos. Sin embargo, el dilema del presente es más urgente. Lo que efectivamente puede conseguir una “estabilización light” es que los ingresos de los trabajadores dejen de caer. En contrapartida un límite será que la misma estabilización significará una mejora porque dará lugar a una reactivación, la que a su vez demandará divisas, algo de lo que es imposible escapar. Sin embargo, llegado este punto ya se estará frente a desafíos de segunda generación, es decir para entonces la urgencia ya habrá quedado atrás.