La alianza antiexportadora y el verdadero ecologismo

16 de enero, 2022 | 00.05

La política y la economía local asisten al surgimiento de lo último que necesitaban, una alianza antiexportadora que, con la excusa de un falso ambientalismo, persigue lisa y llanamente la prohibición de las principales actividades productivas con orientación al comercio exterior: desde la agricultura moderna a los hidrocarburos, de la energía nuclear e hidroeléctrica a la minería y pasando por la producción de carne de cerdo y salmones.

Como sucede casi siempre que se oponen razones y creencias, una fracción de esta alianza antiexportadora demostró, en repetidas ocasiones, actitudes muy violentas. Entre las acciones más recientes destacan la quema de dieciséis edificios públicos y de un diario en Chubut, el incendio de las oficinas de una empresa minera en Catamarca, el apedreo al Presidente de la Nación en Lago Puelo y reiteradas amenazas de muerte a legisladores, con escraches y ataques a sus viviendas y familias.

  Aunque la sociedad argentina rechaza la violencia, estas acciones directas, generalmente impunes, consiguieron el objetivo perseguido: amedrentar a los oponentes. Se trata de la misma actitud que los militantes de esta alianza impulsan en las redes sociales: el ataque personal y sistemático al que piensa distinto con el objetivo de “cancelarlo” y callarlo, lo que suele ser fácil de lograr con los menos entrenados en la disputa pública.

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  Aunque la alianza antiexportadora se arrogue representación popular, se trata más bien de minorías intensas y muy ruidosas, una parte de ellas con abundante financiamiento internacional (ONGs europeas, especialmente alemanas, y estadounidenses), que logran fortalecerse frente a la pasividad de quienes deberían oponerse. No es lo mismo que este pensamiento maximalista, dispuesto a la acción directa, provenga de grupos neo trotskistas que se olvidaron de las lecturas de las fuentes teóricas originales, que se expanda al interior del Frente de Todos desde una presunta izquierda del movimiento, lo que constituye la primera gran confusión: el falso ambientalismo no tiene nada de “izquierda” en el sentido tradicional del término, por el contrario, es un pensamiento funcional al imperialismo en tanto consolida de hecho la actual estructura económica. Su instrumento no tiene nada de ambiguo, consiste en oponerse al desarrollo de nuevos sectores productivos dinámicos. A modo de ejemplo, no es lo mismo que el único proveedor de dólares de la economía sea el complejo agroexportador, que sumar nuevos complejos, como el minero o el hidrocarburífero. A modo de ejemplo, es bastante posible que en el mar argentino existan más hidrocarburos que en la cuenca neuquina, una fuente de riqueza y de exportaciones que sería absurdo desdeñar.

  Lo que se plantea aquí no es la falsa dicotomía entre ambiente y desarrollo. El verdadero ambientalismo contiene una visión integradora. Su clave no es el antidesarrollo, sino el desarrollo sustentable. El calentamiento global es un hecho que sólo será posible amortiguar. No hay negacionismo posible. Su causa es el crecimiento exponencial de las emisiones de carbono, especialmente desde mediados del siglo pasado. En el presente se lanzan a la atmósfera más de 50 mil millones de toneladas de gases de efecto invernadero por año, número que probablemente diga poco, pero trate de imaginar el lector lo que significa tan solo una tonelada de gas. La razón principal de estas emisiones se encuentra en la quema de combustibles fósiles para la producción de energía. El aumento del consumo de energía es a su vez una función directa de los mayores niveles de bienestar de las poblaciones, es decir una función del desarrollo. Cuanto más desarrollado es un país, mayores son sus emisiones. Argentina, por ejemplo, aporta menos del 1 por ciento (las cifras varían entre el 0,6 y el 0,9 según la fuente) de estas emisiones anuales globales.

  Aquí se define como “falsa agenda ecológica” a la que combate actividades que no tienen relación alguna con el problema de las emisiones de carbono, por ejemplo la demonización de la agricultura moderna. Sin embargo, el ecologismo real también es un espacio de debate de ideas. Una de sus corrientes es la del “decrecimiento”. De manera sintética: como más crecimiento es más consumo de energía, lo que debe hacerse es frenar el crecimiento y cambiar los hábitos de consumo, una idea quizá comprensible en naciones satisfechas y desarrolladas, pero estrafalaria en un país donde cuatro de cada diez habitantes son pobres, es decir ya subconsumen en el presente.

  Otra corriente, a la que adhiere quien escribe, considera en cambio que el principal objetivo ecológico de mediano plazo es consolidar la “transición energética”, avanzar hacia un uso creciente de energías “limpias”, es decir de energías cuya emisión de gases de efecto invernadero tienda a cero. Las energías del futuro seguramente serán una suma de fuentes renovables y nucleares (las que también avanzan hacia ser renovables), pero en el camino, “en la transición”, también se deberá avanzar en objetivos más modestos, como por ejemplo en el reemplazo del carbón por los hidrocarburos y, dentro de ellos, del petróleo por el gas. Efectivamente, los hidrocarburos que deberán reemplazarse en el futuro están llamados a jugar un rol central en la transición. Luego, las energías limpias necesitan muchos metales, como por ejemplo el cobre y el litio, fundamentales para el desarrollo de la electromovilidad. Para el verdadero ecologismo, entonces, la minería tiene un rol fundamental. Es difícil entender la promoción de energías limpias y que al mismo tiempo se rechace la actividad minera, la que dicho sea de paso es “mega” por definición dado que en el capitalismo avanzado las commodities se producen a escala. La verdaderamente contaminante, en cambio, es la minería de pequeña escala, artesanal, precisamente la que no puede internalizar los costos inherentes al cuidado ambiental. Sí, aunque usted no lo crea tanto el cuidado ambiental como la transición energética energética demandan ingentes recursos económicos y será más asequible para los países ricos que para los pobres. 

  La primera síntesis provisoria entonces es que la primera pregunta del debate ecológico es por el aporte de gases de efecto invernadero y la segunda es “cuidado ambiental” versus “prohibición”. La segunda síntesis es que la economía local está llamada a jugar un rol clave en la transición energética a través del aporte de minerales e hidrocarburos. En este marco debe considerarse que si bien Argentina, entre mar y continente, tiene hidrocarburos para varios siglos, deberá “extraerlos” todos lo más rápido posible, es decir en las próximas décadas, pues cuando se complete la transición energética estos recursos perderán su valor.

  Luego está la economía política del problema, la que supone un análisis muchísimo más complejo en tanto demanda mirar hacia el interior de la alianza antiexportadora, su composición social y su potencial dinámica. La existencia misma de esta alianza señala que lecturas tradicionales como las del “péndulo argentino” probablemente ya no describan la realidad local.

  Acerquemos la lupa, aunque sólo a modo de introducción para la tarea más amplia de la construcción social de la nueva lectura. La visión del péndulo decía, en muy pocas palabras, que existía un problema de consolidación de hegemonía entre dos grandes fuerzas: un sector “nacional y popular”, con visión desarrollista, y un sector neoliberal aperturista. El crecimiento de la alianza antiexportadora -que excede a las fuerzas de choque del falso ambientalismo-- habla en cambio de una nueva hegemonía neoliberal que, al neoliberalismo tradicional, suma al grueso de la izquierda, otrora marxista, y a buena parte de ese heterogéneo colectivo de sectores medios urbanos denominado “progresismo”. Todos estos sectores confluyen en dos grandes imaginarios básicos. El primero es la creencia de que el Estado carece del poder y la eficiencia para controlar cualquier actividad, una idea que notablemente convive con la demanda de que ese mismo Estado se haga cargo de todo aquello que funciona mal, y el segundo es el posmaterialismo, la escisión entre consumo y producción. Por ejemplo, se consumen hidrocarburos, pero se rechaza su extracción, se consumen productos de la minería, pero se rechaza la actividad minera, se consumen productos que demandan dólares, pero se sostiene que generar dólares no es importante “porque se los fugan” o son “para pagarle al FMI”. Se propone redistribuir, pero se rechaza aumentar la producción. La confusión es tan grande como la mezcla de conceptos. El problema de fondo es que la nueva coalición “liberal progresita” adquirió poder de veto sobre las actividades económicas, una situación que podría afectar al conjunto de la economía.