De los errores se debe aprender: sobre la dicotomía entre las reservas y la brecha cambiaria

Las experiencias pasadas pueden servir para tomar decisiones futuras. Qué hacer con algunos de los principales problemas de la economía: la brecha cambiaria, las reservas y los tipos de dólares. 

22 de septiembre, 2022 | 00.05

La pésima política comunicacional del Banco Central volvió a jugar una mala pasada el lunes, cuando se informó erróneamente que los productores agropecuarios que habían liquidado su soja a 200 pesos, en el marco del acuerdo impulsado por el ministro Massa, estarían impedidos no solo de acceder al mercado oficial de divisas a través del llamado dólar-ahorro (por el cual, de cualquier modo, sólo podrían adquirir 200 dólares al mes cada uno) sino que también estarían vedados de participar en el Mercado Electrónico de Pagos (MEP), por el cual se puede acceder a dólares a través de la compra y venta de bonos -también llamado dólar bolsa-.

Esto fue rápidamente corregido. Se planteó que solo las compañías exportadoras estarían sujetas a esta reglamentación, en tanto los productores sí estarían vedados de comprar divisas en el mercado oficial pero no en el MEP.

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A través de este programa, vigente de manera especial entre el 5 y el 30 de septiembre, los exportadores de soja pueden liquidar su cosecha a un tipo de cambio de 200 pesos, aproximadamente un 33 por ciento por encima del tipo de cambio oficial vigente para todas las actividades, a lo que se le debe descontar un 33 por ciento de retenciones, que formalmente ingresan al Tesoro como tributos, pero que en los hechos funcionan como un tipo de cambio diferencial.

Así, el programa en cuestión hizo que el dólar soja pasara, aproximadamente, de 100 pesos por dólar a 133. Si luego de eso los exportadores quieren dolarizar sus ventas a través del MEP, deben comprar las divisas a un tipo de cambio que durante la semana pasada fluctuó apenas por debajo de los 300 pesos. Así, si sin el programa el tipo de cambio percibido era de un tercio del MEP (o, dicho de otra manera, por cada tres dólares exportados, el exportador podía quedarse con uno), con el programa esta relación pasó a 1 / 2,20.

Por supuesto, esta cuenta, así planteada, es tramposa, puesto que los insumos de producción del sector se importan mayormente al dólar oficial, con lo que el ejercicio hipotético de permitir la no liquidación de las divisas resultantes de la cosecha en el mercado oficial -el cual muchas veces vemos expuesto en gráficas de economistas ortodoxos o de las propias organizaciones patronales agropecuarias- implicaría un explícito subsidio a la importación sin ninguna regulación sobre la exportación: un negocio espectacular, que además traería como consecuencia un aumento sideral de los precios locales de los alimentos.

En cualquier caso, la prohibición de acceder no solo al mercado oficial sino también al MEP -cuya operatoria no insume reservas del Banco Central- llevaría necesariamente a un aumento de la demanda sobre el dólar informal (blue), también paralelo pero ilegal, de tamaño pequeño pero de muchísimo impacto social: en el blue se compra y se vende muy poco, pero su precio es tomado como referencia para un montón de actividades y transacciones.

Es cierto, en el mediano plazo el valor del blue tiende a seguir al MEP y al contado con liquidación (CCL), también legal pero operado fuera del país, pero en el corto este puede mostrar altísima volatilidad. De hecho, durante el último mes el blue se ubicó sistemáticamente por debajo del MEP y el CCL.

Surge entonces la pregunta: ¿Qué sentido tiene restringir las operaciones en el MEP? Durante 2020 se empezó a limitar el acceso al MEP a quienes percibían algún tipo de subsidio o ayuda social en el contexto de la pandemia, pero esto tuvo como principal objetivo el desincentivo a pedir esas ayudas. Si un empresario solicitaba el ATP o el acceso a los créditos a tasa cero, perdía el acceso al MEP. De hecho, una vez que se conoció esta reglamentación, en el mes de mayo de 2020, muchos empresarios que habían accedido a los beneficios en abril solicitaron darse de baja de los mismos. Ahora bien, si ese incentivo no corre -principalmente porque se está tomando la decisión luego de la liquidación de la mayor parte de la cosecha que había estado retenida-, ¿Cuál sería la razón?

En el fondo, parece primar la idea de que cerrando el acceso a un mercado paralelo legal esa demanda de dólares va a desaparecer, pero la experiencia muestra que esto no sucede. Esa demanda puede irse hacia el blue, o puede accederse al MEP a través de testaferros, personas jurídicas o familiares. Si algo ha caracterizado a los argentinos, y sobre todo a los más pudientes, es la creatividad para sortear disposiciones gubernamentales y acceder a beneficios económicos.

Decimos que la política comunicacional jugó una mala pasada porque, incluso cuando la información fue corregida de modo relativamente rápido, la sensación de que se estaría cerrando la canilla nuevamente volvió a estar en boca de muchos. Y, justamente, uno de los problemas de que el mercado del dólar blue sea tan pequeño es que este es sumamente volátil ante perturbaciones no necesariamente importantes: cualquier pequeño aleteo genera en él un tsunami, y las herramientas para intervenir desde el gobierno son limitadísimas, precisamente porque se trata de un mercado ilegal.

La gestión de Martín Guzmán, de hecho, se caracterizó por alimentar la oferta en los mercados paralelos legales -principalmente el CCL- para mantener contenida a la brecha cambiaria, entendiendo que esta, si bien no afecta directamente a las reservas, sí incide sobre las expectativas devaluatorias, promoviendo, como de hecho venía sucediendo y se aceleró luego de su renuncia, el adelantamiento de importaciones y la postergación de exportaciones, lo cual sí afecta a las reservas. Es más, esta lógica incluso llevó a la caída de las reservas, en la medida en que el gobierno terminó poniendo los dólares a disposición para contener el CCL. Es más, entre octubre de 2020 y junio de 2022 no hubo nuevos cerrojos sobre el mercado oficial, ni en sus variantes dólar-ahorro o dólar-tarjeta (que permanecieron en un 65% sobre el dólar oficial) ni en las importaciones de insumos y bienes finales. Su salida se precipitó, precisamente, cuando la caída de las reservas obligó a disminuir las autorizaciones de importaciones.

La gestión de Sergio Massa, si bien da cuenta de muchas continuidades, parece más preocupada por las reservas que por la brecha. Es cierto, el contexto externo actual es ligeramente diferente del que le tocó a Guzmán, y sobre todo muy diferente del de su primer año: el superávit comercial sigue siendo positivo pero viene cayendo, pero la apreciación real y el crecimiento de la economía están haciendo que suba muy velozmente la demanda de importaciones, en particular en el rubro de turismo y en los consumos con tarjeta de crédito en el exterior, que se prevé alcancen niveles récord en el próximo verano. Lo curioso, por lo menos en estos primeros meses, es que mostrar una mayor preocupación por las reservas que por la brecha -llegando incluso a empezar a negociar nuevos canales de financiamiento externo- no ha mostrado un aumento significativo de la brecha, sino todo lo contrario. La brecha parece reaccionar, precisamente, a lo que sucede con las reservas, con lo que la dicotomía que profesaba Guzmán podría no ser del todo válida.

Es decir, la experiencia reciente parece mostrar que la mejor forma de controlar la brecha cambiaria es cuidar las reservas. La suba de las tasas de interés, generando incentivos a inversiones financieras en pesos que le quiten demanda al dólar, parece ser un elemento necesario siempre y cuando existan mecanismos de compensación, subsidio o algún tipo de intervención que permita que las pequeñas empresas puedan acceder al crédito a tasas razonables. Sin embargo, esta es una condición necesaria, no suficiente.

En este contexto, mientras liberar el mercado oficial va a contener la brecha pero tendrá efectos negativos sobre las reservas, o en su defecto promoverá una depreciación más acelerada del tipo de cambio nominal, que indudablemente echará más nafta al fuego de la inflación, liberar el MEP efectivamente puede tener efectos negativos sobre la brecha en el corto plazo, con lo que algunas expectativas devaluatorias pueden llegar a tomar más vuelo, pero en un plazo mediano lo más probable es que el propio crecimiento de las reservas, garantizado por el aún vigente superávit comercial, pero también por el hecho de que los actuales tipos de cambio reales paralelos no tienen ningún asidero en términos de competitividad y que solo se explican por la particular coyuntura financiera, lleve al control de la brecha.

En este sentido, desde estas humildes líneas se sugiere un camino distinto al que vienen proponiendo tanto el ministerio de Economía como el Banco Central: dado que, de hecho, la brecha actual entre el MEP y el dólar-tarjeta es reducida (menor al 20 por ciento), y que se espera un aumento considerable de la demanda de dólar-tarjeta en la próxima temporada estival -incluyendo a los afortunados que viajarán al Mundial en Qatar- el gobierno debería iniciar un camino paulatino hacia una real segmentación del mercado de cambios, manteniendo la operatoria regulada del dólar oficial -con sus variaciones por retenciones y aranceles- para el comercio exterior de bienes, lo cual es importantísimo puesto que este es el dólar que incide mayormente sobre los precios internos, pero liberando completamente el MEP.

Es más, esto debería incluir que las operaciones con tarjeta de crédito se canalicen por esa vía: que los gastos de argentinos con tarjeta de crédito en el exterior deban saldarse desde cuentas en dólares, para lo cual las personas deban conseguirlos en el MEP o donde sea, pero cerrando la venta de dólares oficiales para tal fin; y que los gastos de extranjeros con tarjeta de crédito en Argentina también coticen al MEP, quitando el actual incentivo al uso de efectivo o al cambio en el mercado informal en cuevas u hoteles e incidiendo a la baja sobre la brecha, lo cual tendría un efecto positivo sobre el turismo, que más allá de su impacto en materia de divisas es sumamente relevante en términos de actividad en muchas regiones del país.

Haber hecho esto cuando la brecha entre el dólar-tarjeta y el dólar-MEP era mucho mayor habría significado un cimbronazo importante para quienes tenían viajes al exterior planeados, e incluso podría haber implicado nuevas turbulencias en el mercado cambiario local. Hacerlo hoy no generaría demasiado impacto en ese sentido. Pero cerrar la canilla del dólar-ahorro y del dólar-tarjeta (este último, además, en cuantías no controladas por el gobierno sino por los límites que imponen las propias tarjetas y los bancos) se vuelve ahora un paso necesario, y los episodios de esta semana parecen demostrarlo con claridad.

En síntesis, vale aprovechar las enseñanzas de estos errores involuntarios para tomar decisiones sensatas hacia el futuro. Si la brecha depende de las reservas, no tiene ningún sentido seguir sosteniendo la fuga de las mismas con los mecanismos del dólar-ahorro y el dólar-tarjeta, como sí lo tuvo cuando la brecha era mayor y la demanda de divisas por turismo mucho menor. Al contrario, dejar de entregar dólares para contener la brecha puede, bajo ciertas condiciones, llevar a una brecha más baja.