La ex vicepresidenta prefiere que la historia la recuerde por su rol mucho más relevante de haber sido dos veces presidente. Es comprensible, con luces y sombras hay mucho más para reivindicar en el período 2007-2015 que en el 2019-23, etapa vicepresidencial de la que prefiere hablar en tercera persona. En su último “documento de trabajo”, difundido este miércoles 14, pone en palabras del propio Alberto Fernández que las decisiones no las tomaba ella.
El “eje teórico” del documento es que en la historia reciente los problemas estructurales de la macroeconomía fueron causados por la restricción externa, que como se sabe a esta altura del partido, se hace presente cuando el ingreso de divisas por todo concepto no alcanza para hacer frente a los compromisos con el exterior, lo que lamentablemente también incluye a “la demanda interna de activos externos”, es decir de dólares. Siempre que ello sucedió el Estado recurrió a fuentes extraordinarias de divisas, la liquidación de activos públicos (no sólo empresas, sino también las reservas internacionales del Banco Central) y el endeudamiento en moneda extranjera, lo que si bien aliviaba la restricción en el corto plazo, la agravaba en el largo. Para la población del país el efecto más palpable de la aparición de esta restricción es la inflación, en tanto la falta de divisas impide sostener el precio del dólar, se devalúa y todo el resto de los precios de la economía acompañan a los básicos. Tal el mecanismo de transmisión.
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Agreguemos también que lo habitual en la historia es que la restricción externa, real o financiera, se lleve puestos a los gobiernos que no logran conjurarla. La contrapartida de los ciclos de restricción externa es el endeudamiento con el exterior, lo que suele venir de la mano del FMI, su rol de auditor y sus modelos macroeconómicos estándar que enfatizan en la restricción interna, la fiscal, la que surge del Presupuesto, y no en la externa, la que surge del Balance de Pagos.
Luego, el documento abunda sobre el remanido debate de si la inflación es de uno u otro origen, fiscal o externo, pero lo cierto, y esto no lo dice CFK, es que en restricción externa el déficit fiscal agrava la restricción y, en contrapartida, no hay superávit fiscal que logre conjurar la restricción externa. Se trata de un falso dilema, de restricciones distintas con efectos diferentes. No es uno u otro. Son los ideologismos los que provocan estos encasillamientos. El único axioma posible en la relación entre las dos restricciones es que “el límite de la expansión del Gasto, que conduce el crecimiento, está dado por la disponibilidad real de divisas”. Por eso no hay proceso de crecimiento y redistribución “sustentable” sin desarrollo exportador, que es la única fuente genuina de divisas, junto con la IED, la inversión extranjera directa, y no precisamente la que surge de no poder girar divisas al exterior (como la que se agrega en alguno de los gráficos a dólares corrientes del documento).
A modo de ejemplo, entre 1998 y 2001 hasta hubo períodos de deflación y la economía interna era invivible, tanto que terminó en una crisis social de proporciones. El superávit fiscal de Néstor Kirchner fue una consecuencia de un período de expansión exportadora y no una virtud inmanente, endógena, de su modelo. Y, efectivamente, durante la convertibilidad de Cavallo - Menem siempre hubo déficit fiscal. La economía no es un objeto estático que pueda juzgarse a partir de variables aisladas.
Resulta esperable que CFK reivindique los números agregados de sus gobiernos, envidiables en términos históricos. Los resultados en materia de crecimiento del PIB y de redistribución del ingreso son innegables, por eso muchos valoran muy positivamente estos períodos. Sin embargo, la función del análisis económico no es hacer cherry picking de los resultados positivos de los gobiernos con los que a priori se simpatiza, sino entender la dinámica de los procesos de largo plazo y sus restricciones. Lo que le sucedió a los gobiernos de CFK se puede explicar recurriendo al propio núcleo teórico expuesto en el documento de San Valentín.
A partir de 2008-2009, con el cambio de las condiciones internacionales, se hizo evidente que no se habían producido los cambios en la estructura productiva necesarios para seguir creciendo y redistribuyendo a la velocidad que se venía y por ello CFK tuvo que comenzar a lidiar, precisamente, con la restricción externa. Los datos agregados del período 2003-2015 son muy positivos, pero para el análisis económico lo que importa es el momento del cambio de tendencia en los indicadores, cuando se alcanzan los picos. Y los máximos se alcanzaron en torno a 2011-12. Por ello, desde entonces, se empezaron a perder elecciones, no por culpa de Clarín. Debe asumirse que las blancas siempre juegan.
Y que las blancas jugaron desde 2008 e igual se ganaron por paliza las elecciones de 2011, momento a partir del cual, en vez de ordenar la macroeconomía, no se dejaron errores sin cometer. Entre otros, negar la inflación, creer que era culpa de empresarios más malos que los de otros países, mantener tasas de interés negativas o destruir el mercado de deuda en pesos. La economía se vuelve “bimonetaria” no porque el dólar se transforme por arte de magia “en objeto de deseo”, sino porque no se hace lo necesario para restablecer la función de reserva de valor de la moneda propia. No es un problema cultural, es un problema de política monetaria.
Luego, lo que sucedió en el gobierno 2019-23 fue que los conflictos internos y la falta de decisión presidencial evitaron, a partir de 2022, el necesario plan de estabilización tras la pandemia. Hacer eje en un presunto mal acuerdo con el FMI solo es una búsqueda de justificación de conductas propias que no exime de la responsabilidad histórica. Además, no se ajusta a la verdad decir que en la renegociación no hubo quita de intereses. U olvidar que se consiguió uno de los principales objetivos: el período de gracia en los pagos. Claro que es horrible tener al FMI adentro, pero es un dato de la realidad, no una decisión política.
Probablemente la parte más rica del documento es la que ocurre cuando terminan las páginas reivindicatorias. En las conclusiones CFK parece asumir algo de autocrítica y el esbozo de una sumatoria de ejes en busca de un programa. En pocas palabras, destaca la necesidad de un Estado más eficiente, de abrir las empresas públicas a más gestión privada, al estilo YPF, con cotización en bolsa. Propone rever las causas del deterioro de la educación pública, asumiendo el dato de no perder días de clases por conflictos gremiales, y de la degradación del sistema de salud, tanto público como privado, a pesar de los ingentes recursos que se le destinaron. También habla de la necesidad de simplificar el sistema tributario, de promover las grandes inversiones y asume las transformaciones en el mundo del trabajo, las que deberían ser acompañadas por cambios en la legislación. Finalmente invita a abandonar el consignismo en materia de seguridad. No es poco.
Una última cuestión inevitable es la preguntar por el efecto del documento. Para el oficialismo es una oportunidad de polarizar, tarea a la que se abocó inmediatamente. Para la actual oposición es posible que la polarización atente contra el surgimiento de alternativas intermedias por fuera del núcleo duro. Cualquiera sea el caso el camino no es pedir silencio. Quizá lo mejor sea ver el documento como el inicio de un proceso de decantación al interior del peronismo.-