“‘Imposible’ es sólo una gran palabra lanzada por hombres pequeños a quienes les resulta más fácil vivir en el mundo que se les ha dado que a explorar el poder que tienen para cambiarlo. Imposible no es un hecho, es una opinión. Imposible no es una declaración, es un desafío”. Una de las muchas agudas reflexiones de Muhammad Alí, que cobra particular relevancia en estos agitados días del mes de julio de 2020.
Historias del boxeo
Nuestro boxeo cuenta con muchas figuras que a lo largo de los años han concitado el fervor de los aficionados a ese deporte y también de otros tantos que no lo son, aunque hubo algunos que poseían dotes singulares que los convirtieron en icónicos.
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Nicolino Locche, apodado el “intocable”, es recordado por su postura en el ring frecuentemente dejando los brazos caídos al costado del cuerpo (bajando la guardia) y desafiando a su oponente a tirar golpes que, uno tras otro, eran esquivados por sus formidables reflejos, sus movimientos de cintura y las piernas que semejaban las de un bailarín.
Fue campeón mundial de la categoría welter junior entre 1968 y 1972, su estrategia consistía en fatigar al ocasional adversario y desconcertarlo por los frustrantes ataques que no llegaban a destino, por medio de las habilidades aludidas no por la mera fuerza de sus propios golpes. Podría resumirse en pegar poco sin dejarse tocar, como se desprende de las 117 peleas ganadas como profesional de las cuales sólo 14 fueron por nocaut (KO).
En el otro extremo, si bien perteneciendo a una categoría distinta (peso mediano), se ubica Carlos Monzón que fue campeón mundial entre 1970 y 1977 enfrentando a los mejores de su época. Con un estilo predecible y lento si bien por demás eficaz, de gran contundencia y demoledor.
Tenía un manejo extraordinario de la larga distancia (aprovechando la longitud de sus brazos) que era su mejor defensa, pegaba utilizando el peso de su cuerpo en el último estiramiento de su antebrazo en forma constante con una mano, hasta encontrar por donde colar la otra con una potencia tremenda y poner fin al combate.
Perfil que surge de los resultados de su carrera profesional, habiendo vencido en 87 oportunidades de las 100 peleas que protagonizó (9 fueron empates), con 59 victorias por nocaut.
Un contemporáneo de esos argentinos, considerado el mejor de todos los tiempos en su categoría (peso pesado), fue Muhammad Alí, consagrado campeón mundial en 1964 con sólo 22 años y que se distinguía por cualidades que, en cierta forma, amalgamaban las de aquellos otros.
Era un boxeador de una agilidad increíble, que mantenía sus piernas en movilidad constante como si bailara sobre el cuadrilátero, con una desafiante y provocadora osadía que exhibía tanto dentro como fuera del ring e irritaba a sus contrincantes. En las peleas sumaba a esas condiciones una pegada de gran eficacia que, particularmente, llevaba a cabo de contragolpe y con una aptitud especial para tornar brillantes los cierres de cada round.
Su cara no parecía la de un boxeador de “peso pesado”, gracias a su don para eludir los golpes, a pesar de los 61 combates en que se enfrentó y en los que obtuvo la victoria en 56 ocasiones, 37 de ellas por nocaut.
Historias de vida
Los días que llevamos de julio ofrecen una serie de fechas que son motivo de efemérides, algunas se señalarán en esta nota con el propósito de advertir ciertas conexiones que en la actualidad sería conveniente analizar.
El 1° de julio se conmemoró el 46 aniversario de la muerte de Juan D. Perón (1974), fundador del Movimiento Nacional más emblemático de la Argentina, el día 2 fue el cumpleaños 90 de Carlos Menem (coincidente en nuestro país con la segunda Década Infame del siglo XX, que prohijó) quien fue el mejor operador del Neoliberalismo en aras de hacer desaparecer del Peronismo todo rasgo revolucionario, popular y defensor de un Estado social y soberano.
El día 4 corresponde a un nuevo aniversario de la Independencia de los EEUU, que desde su consolidación como Estado se ha ocupado, y preocupado, por entorpecer o frustrar todo proceso independentista soberano en otros países, principalmente en Latinoamérica. La Doctrina Monroe (expresión de su política expansionista, 1823), su papel en la guerra de Cuba para independizarse de España (1898), sucesivas intervenciones en Centroamérica a comienzos del siglo pasado después continuadas en Sudamérica y completadas desde los años 60’ con su Doctrina de la Seguridad Nacional (responsable de múltiples y sangrientos golpes de Estado), que luego dio paso al Consenso de Washington (1980) y ahora al lawfare.
También un 4 de julio, pero de 1976, se produjo uno de los tantos actos genocidas de la dictadura instaurada ese año, conocida como la Masacre de San Patricios, iglesia en la que de madrugada ingresó un Grupo de Tareas de la Marina con apoyo policial (que despejó el terreno como “zona liberada” y a pesar de contar con denuncias previas de la sospechosa presencia de hombres armados). Siendo fusilados tres sacerdotes y dos seminaristas Palotinos.
El diario La Nación informó al respecto dando cuenta del Comunicado del Comando de la Zona I del Ejército (“Elementos subversivos asesinaron cobardemente a los sacerdotes y seminaristas (…) lo cual demuestra que sus autores, además de no tener Patria, no tienen Dios …”), ello a pesar de los mensajes dejados junto a los cuerpos que impedía concederle ningún crédito a esa versión de los hechos (c, siglas que aludían al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo). Por supuesto, la Justicia no convocó a que declararan los testigos que conocían de las circunstancias previas al crimen, archivando la causa por sobreseimiento provisorio (falta de pruebas).
El 7 de julio, declarado como el Día del Abogado Laboralista (por ley nacional sancionada en 2014) en homenaje a los profesionales que fueron víctimas del terrorismo de Estado en la llamada “Noche de las Corbatas” (secuestrados, torturados y asesinados). Entre ellos, el Dr. Norberto Centeno, autor de una ley (de Contrato de Trabajo - 1974) fundamental para la defensa de los derechos laborales, que aún hoy muestra su vigencia y adaptabilidad a los cambios operados en el mundo del trabajo denotando su genialidad en la elaboración de esa normativa, con una técnica legislativa accesible para cualquier persona y en particular para sus naturales destinatarios (las y los trabajadores).
El 9 de julio, celebración del Día de la Independencia (1816), que en el acto central en Tucumán al cumplirse 200 años de su Declaración tuvo como invitado especial al depreciado (y despreciable) ex Rey Juan Carlos de España; frente al cual, el entonces Presidente de la Nación (Mauricio Macri), nos avergonzó como argentinos al sostener que nuestros patriotas habrían sentido angustia al tomar esa decisión soberana (“… claramente deberían haber tenido angustia, querido Rey, de tomar la decisión de separarse de España”).
Fue también un 9 de julio, en 1947, que Perón declaraba la “Independencia Económica” de la Argentina, que luego formara parte del ideario refundacional plasmado en la nueva Constitución Nacional sancionada el 11 de marzo de 1949. En aquélla fecha, desde la ciudad de Tucumán, entre otras medidas en aquel sentido, anunció la nacionalización del Banco Central y de los Ferrocarriles (en poder de los británicos), el Plan Siderúrgico Argentino (y la creación de la empresa SOMISA), la independencia de todos los organismos internacionales de crédito; y con total elocuencia, sostuvo:
“Aspiramos a una liberación absoluta de todo colonialismo económico, que rescate al país de las finanzas foráneas. Sin bases económicas no puede haber bienestar social: es necesario crear esas bases económicas”.
Este 9 de julio el Presidente Alberto Fernández destacó la valentía y el patriotismo de quienes fueran los próceres de nuestra Independencia allá por 1816, reiterando su permanente propósito de alcanzar la unidad nacional: “Vine acá para terminar con los odiadores seriales y para que todos nos unamos. No vengo a instalar un discurso único. Sé que hay diversidad, la celebro y propicio”.
En esa misma fecha fue convocado un llamado “banderazo” opositor, en abierta violación de la cuarentena y con hechos de inusitada violencia contra trabajadores de prensa que cubrían esa flaca movilización en la Ciudad de Buenos Aires. Circularon libremente, tanto como se les permitió llevar acabo agresiones físicas, sin que la Policía de la Ciudad hiciera nada para evitarlo, esa misma Policía que –bajo la misma conducción política- estaba siempre presta a reprimir cualquier manifestación popular entre 2016 y 2019, con una ferocidad ilimitada.
La fábula de la rana y el escorpión
La última dictadura en Argentina, como había ya ocurrido en otros quiebres institucionales, contó no sólo con la complicidad de civiles que fueron los reales ideólogos al servicio de intereses antinacionales, sino con la aquiescencia cuando no con la colaboración –por acción u omisión- de una parte de la sociedad civil.
El mirar hacia otro lado o el “por algo será” frente a las desapariciones forzadas, que se manifestó incluso después de recuperada la democracia, como los más de 40 años que llevan los procesos contra los genocidas, sigue iluminando acerca de cierta indiferencia social propiciatoria para los que valiéndose de ella puedan pretender seguir lucrando con la desgracia de los argentinos e incluso alentar una ruptura del orden institucional en su exclusivo beneficio.
La inveterada impunidad de los responsables del empobrecimiento del país, del endeudamiento externo improductivo, de la fuga serial de capitales, de los continuos vaciamientos que concluyen en empresas pobres (o quebradas) y empresarios ricos desligados de los pasivos. Siendo el caso del Grupo Vicentín un ejemplo claro, tanto en cuanto a la conducta de sus dueños y la actitud de las otras Corporaciones afines que quieren mantener la opacidad de los negocios en el sector agro exportador, como en el inexplicable apoyo que reciben de sectores medios que son también víctimas –directas e indirectas- de esas maniobras defraudatorias en perjuicio del Estado y de la población en general.
La despreocupación por el otro, la pérdida de sentimiento solidario, la creencia en la salvación individual y la meritocracia, no hacen sino dañar aún más el tejido social.
Es conocida la fábula que cuenta lo ocurrido cuando una rana, venciendo su justificada desconfianza frente al pedido del escorpión que no sabía nadar, acepta cargarlo sobre su lomo para cruzar el río y a mitad de camino a la otra orilla recibe un aguijonazo mortal.
No entiendo nada… ¿Por qué lo has hecho? Tú también vas a morir. (dijo la rana, mientras se hundía)
Y entonces, el escorpión la miró y le respondió: Lo siento ranita. No he podido evitarlo. No puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de otra forma distinta a como he aprendido a comportarme.
Entre historias y fábulas
La Argentina exhibe tensiones de diversa índole, por causas muy variadas y potenciadas por las circunstancias actuales que afectan nuestra vida personal y comunitaria. Pero una tensión subyace a todas las demás, se asienta en la confrontación entre modelos de sociedades por completo antagónicas.
Una propuesta de país democrático e igualitario, respetuoso de la pluralidad, la diversidad y el disenso, no permite tender puentes con quienes siempre están dispuestos a destruirlos, con los guiados únicamente por el odio, con los intolerantes que hacen del desprecio y la discriminación su estilo de vida.
Menos aún con los especuladores de la miseria a la que es arrojado el conjunto del pueblo, con los usureros locales e internacionales, con los que la única libertad que defienden es la de mercado y no los exime de reclamar ayuda estatal ante cualquier dificultad sin pensar nunca en recurrir a las ganancias acumuladas en sus años de bonanza.
Las tácticas del boxeo a veces son útiles para representarnos las formas posibles de encarar contiendas en otros escenarios, de cómo enfrentar los más duros embates máxime cuando no provienen de simples adversarios sino de enemigos.
La persuasión mediante el diálogo es factible cuando hay disposición para ello, pero si no se muestra vocación alguna en ese sentido, mantenernos en esa dirección exigirá agudizar los reflejos para esquivar uno tras otros los golpes que nos propinen y permanecer a la defensiva esperando que el desenlace final nos sea favorable.
Al poder hegemónico concentrado difícilmente se lo podrá vencer por puntos, cuando encandila a una parte del público facilitando la actuación taimada de quien detenta el arbitraje. El triunfo ante los pesados deberá ser por nocaut, combinando las habilidades defensivas con las de un impacto certero que descargue toda la fuerza reunida.
Considerar a la Política como el arte de lo posible expresa una ínsita resignación a un devenir que nos es ajeno, como lejano a cualquier transformación profunda que sólo es alcanzable tomando conciencia que la Política es la herramienta para hacer realidad lo que parece imposible.