En el día de la asistencia humanitaria el mundo honra a quienes arriesgan su vida todos los días para salvar la de otros. Sin embargo, también es un día clave para preguntarnos qué aprendizajes deja la pandemia a quienes nos dedicamos a la asistencia en un mundo en el que las necesidades crecen al mismo ritmo que la pobreza y la desigualdad.
Argentina es reconocida mundialmente por la forma de responder a esta pandemia. Los hicimos a tres meses de cambiar de gobierno cuando la economía y el tejido social estaban lastimados por políticas que destruyeron la producción y el trabajo además de dejarnos en una situación de muchísima vulnerabilidad financiera. Las medidas fueron de defensa de la salud integral: multiplicar la capacidad de respuesta del sistema de salud, el distanciamiento o aislamiento social preventivo y obligatorio según la fase, pero también los ingresos de la población y la ayuda a los actores del trabajo y la producción.
Por eso mismo, hoy la prioridad está puesta disminuir los contagios pero también en la reactivación económica, encarando una gran reestructuración de la deuda, con grandes inversiones del Estado en obra pública para generar trabajo o con el impulso de las exportaciones argentinas que viene trabajando con mucha fuerza el Canciller Felipe Solà y a lo que se suma la reciente conformación de un Gabinete de Comercio exterior. Es decir, Argentina quiere salir de la crisis con trabajo, producción y recuperación de ingresos. Esa es la mejor forma de estar listos para eventuales amenazas similares al COVID-19: sin pobreza, desocupación, falta de acceso a recursos básicos o cualquiera de las vulnerabilidades que aumenten los riesgos y multipliquen las consecuencias.
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Detrás hay una definición: el Estado está para garantizar derechos. Los proyectos neoliberales no acompañan esa mirada y han priorizado siempre agendas de debilitamiento del estado. Después de lo que paso en muchos países el mundo no puede negar el rol irremplazable de los Estados como garantes de derechos, como garantes de respuesta ante las crisis. Donde hay salud pública de calidad, derechos laborales sólidos, un sector privado fuerte y desarrollo científico y tecnológico soberano, la capacidad de respuesta es mayor. Con un futuro que promete intensificar las catástrofes de todo tipo, no puede haber lugar para agendas políticas o económicas que minen en el futuro la capacidad de los estados de dar respuesta ante las emergencias humanitarias de sus pueblos. Las agencias y organismos internacionales tienen el desafío de incorporar con mucha más fuerza en sus agendas el fortalecimiento de las capacidades autónomas de asistencia humanitaria de los estados.
Un segundo gran aprendizaje es la importancia de los diálogos amplios, diversos y aceitados, para construir respuestas coordinadas con todos los sectores, más allá de las diferencias políticas. En la Argentina hemos visto que el rol de la comunidad organizada, organizaciones sociales, voluntariados civiles de todo tipo fue central. Incluso se convocó a los actores de todo el mapa político. La respuesta local no hubiera sido posible sin la comunidad organizada con suficiente poder en los territorios como para complementar su acción con la del Estado. Los países que no han enfrentado la pandemia en esquemas de coalición política y ciudadana tienen muchas más dificultades para encontrar resultados sanitarios y, sobre todo, económicos y sociales. Aunque sabemos que falta menos, la pandemia sigue y los esfuerzos no pueden detenerse. La pospandemia abre una agenda de fortalecimiento de las capacidades de respuesta integrales de los estado y de construcción de más y mejor democracia.