Banderazos y Vicentin: Que no nos roben la Patria

Sujetarse a categorías eurocéntricas impide recorrer un camino hacia una democracia popular que exprese una Nación en la que impere la Soberanía política, la Independencia económica y la Justicia social.

28 de junio, 2020 | 11.00

En una de estas mismas columnas, publicada el 22 de diciembre de 2018 (“Por qué pierde vigencia la definición de izquierdas y derechas”), su propio título anticipaba una opinión crítica y una interpelación a esas categorizaciones que, desde un pensamiento eurocéntrico, no permitía captar la riqueza, singularidades y notables diferencias de procesos nacionales en otras regiones y, particularmente, en Latinoamérica. El tiempo transcurrido, los hechos acaecidos desde entonces y el peculiar acontecer que desde hace algunos meses vive el mundo entero, entiendo que bien vale volver sobre esas reflexiones incorporando algunas otras perspectivas de análisis.

El predominio del universalismo

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El desarrollo del Capitalismo en los Estados que, en mayor o menor medida, se constituyeron en Metrópolis de un dominio colonial proyectado fundamentalmente desde Europa generó, en aquellos mismos países desde mediados del siglo XIX, un pensamiento crítico de ese sistema y la conformación de fuerzas políticas que se presentaban como disruptivas.

Los cuestionamientos cubrían un amplio espectro sustentado en ideologías que rechazaban al Estado en sí mismo, que lo aceptaba pero reclamando reformas de contenido social, como también que se planteaban revolucionarias y proponían un sistema alternativo absolutamente antagónico.

Con prescindencia de las razones que llevaron a calificar de derechas o izquierdas a cada una de esas expresiones, en líneas generales –incluso hasta la actualidad- se asociaba a las primeras con quienes sostenían posiciones conservadoras o francamente reaccionarias apegadas a los principios capitalistas; en tanto que, a las segundas, cualquiera fuera el nivel de confrontación, con posturas progresistas que postulaban una mayor equidad en las relaciones sociales o, incluso, una total igualación.

En ambos casos predominaba una dogmática universalista, a partir de la cual se pretendían de una validez sin distinción de fronteras ni Continentes, augurando un futuro expansivo que inexorablemente concluiría en su arraigo planetario.

Una mirada estigmatizante del nacionalismo

En las primeras cuatro décadas del siglo XX, el derrumbe de gobiernos europeos liberales (monárquicos o republicanos) o de inspiración socialista dio paso a diversos totalitarismos que reivindicaban su carácter nacionalista y vocación imperial (en Alemania, Italia, Portugal, España), e identificados como de extrema derecha bajo el común rótulo de fascistas.

Por esa misma época, la conformación (en diciembre de 1922) y posterior consolidación de la Unión Soviética (U.R.S.S.), se presentaba como contrastante con todo ese variado arco político y en efectiva concreción del comunismo resultante de la Revolución rusa de 1917, imbuido de un espíritu internacionalista refractario de los nacionalismos.

El desenlace de la Segunda Guerra Mundial y la experiencia vivida, reinstaló al liberalismo en Europa occidental –reforzado por el protagonismo central que alcanzó EEUU- a la par de un rechazo por toda ideología de corte nacionalista.

Ese proceso coronado por los Acuerdos de Bretton Woods y de Yalta, con la posterior Guerra Fría que enfrentara a las dos potencias hegemónicas (EEUU y URSS) llevó a la desestimación, por derecha y por izquierda, de las expresiones políticas nacionalistas que se verificaban en el resto del mundo y particularmente cuando no se alineaban en alguno de esos dos Bloques.

Ese fenómeno se verifica con respecto a diversos movimientos populares latinoamericanos, y se advierte claramente en Argentina con el surgimiento del Peronismo, cuyo nacionalismo antiimperialista es estigmatizado con diversos motes (fascista, filo nazi) y al que se le oponen por igual conservadores, radicales, socialistas y comunistas prestándose en conjunto a la estrategia neocolonialista de EEUU.

En las décadas del 60’ y 70’ se produce una revalorización de ese Movimiento Nacional, como tal, y una reconfiguración en la que confluyen sectores con orígenes políticos diversos -incluso otrora antagónicos- que se reconocen como expresión de un “socialismo nacional” y en el que la juventud cobra particular protagonismo, sumando a la base obrera que fuera su columna vertebral capas medias de la sociedad, organizaciones estudiantiles (universitarias y secundarias) y un empresariado en disputa con las corporaciones multinacionales.

Neoliberalismo y pensamiento único

La desintegración de la URSS y la caída del Muro de Berlín marcan el final de la experiencia marxista más definida, dejando en evidencia inconsistencias del llamado “socialismo real” como la capacidad del Capitalismo de recrearse y de imponer un sentido común sustentado en su poderío económico, militar y de creciente penetración cultural.

Un Capitalismo que ha abandonado el sesgo productivista trocándolo por otro con matriz de acumulación financiera, que se erige como manifestación de un pensamiento único y de una influencia decisiva en el orden internacional.

Las “izquierdas” europeas mayoritariamente se refugian, o se reconvierten, en los amplios márgenes que ofrece la socialdemocracia, ya sea conservando sus antiguas denominaciones partidarias o constituyéndose en nuevos agrupamientos ciudadanos nucleados en demandas insatisfechas que no encuentran representación en aquéllos.

Quedan sí, por fuera de esa inclinación, algunos sectores “maximalistas” sin implante efectivo en la sociedad, cargados de un dogmatismo –en muchos casos anacrónico- y distantes de toda chance de gobernar, lo que los libera de las limitaciones propia de la gestión estatal, con lo cual pueden sostener teorías y propuestas “revolucionarias” absolutamente impracticables y abundar en críticas de toda medida que no responda a sus postulados cargados de una “ortodoxia” inconducente.

Tendencias, que se replican en otras latitudes con similares características, motivaciones o frustraciones, si bien acentuando sus debilidades por la condición de subdesarrollo y dependencia endémica que le son inherentes a esos Estados.

La transformación capitalista y el Neoliberalismo imperante esterilizan toda resistencia socialdemócrata que, llegado el siglo XXI, pone en evidencia la pérdida de identidad en esa proposición binaria (izquierda/derecha) y de efectividad con un signo “progresista”.

El renacer del nacionalismo

En la primera década del presente siglo Sudamérica ofrece un singular renacimiento del pensamiento nacionalista ligado estrechamente a una concepción regional, con proyección al Subcontinente latinoamericano, con iniciativas para la construcción de Organismos multilaterales como fueron la UNASUR y la CELAC e, incluso de naturaleza financiera, como el proyectado Banco del Sur y la propuesta de concretar intercambios comerciales abandonando a la divisa norteamericana como único medio de pago.

Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Brasil y Argentina, principalmente, en ese período desarrollan programas políticos que, con sus características nacionales propias, muestran en común una fuerte decisión soberana sustentada en democracias nacionales y populares, así como en la conformación de un Bloque que rompa los lazos de dependencia con respecto a Estados Unidos de Norteamérica y que se manifiesta abiertamente en el 2005 en el rechazo al ALCA (Alianza de Libre Comercio de las Américas).

Es cierto que se verificó entonces una situación sin precedentes, en función de la empatía y confianzas (políticas y personales) que se verificaban entre quienes ejercían los liderazgos y las responsabilidades de gobierno en cada uno de esos países. Sin embargo, esa circunstancia relevante no opacó el elemento principal y definitorio que residía en una concepción de Patria Grande pero fundado en un profundo sentimiento nacionalista, democrático y pluralista.

Nuestro país, junto a la recuperación de la Política como concepción ética de una actividad indispensable para llevar adelante las transformaciones que exigía el objetivo de alcanzar una sociedad más igualitaria, y en procura de la justicia social, que logró volver a enamorar a la juventud confiando en su virtuosidad e incorporándose a su práctica en los diferentes ámbitos de actuación; pudo rescatar también el sentimiento nacional y reconstruir el concepto de Patria, como valores primordiales en el tránsito hacia la definitiva concreción de una democracia popular, que se puso claramente en evidencia con motivo de las celebraciones del Bicentenario de la Revolución de Mayo.

Patria y Nacionalismo

La feroz deconstrucción neoliberal de muchos de los pilares en los que se había erigido aquel proceso regional, ligado a las inescrupulosas operaciones de los EEUU con sus aliados nativos valiéndose de los medios de comunicación hegemónicos y un poder judicial afín, se registró nítidamente en los cuatros años de gobierno de Macri.

A la entrega vergonzante del país a intereses extra y anti nacionales, la pérdida de soberanía en todos los órdenes y el severo menoscabo institucional republicano, se añadió una enorme desvalorización de la Política que favoreció un creciente individualismo distorsivo del concepto de libertad y por completo alejado –como desentendido- de la noción de igualdad.

Esos fenómenos han perdurado en parte de la sociedad que, en las difíciles circunstancias provocadas por la pandemia instalada en las ruinas dejadas por el macrismo, opone una resistencia irracional a medidas indispensables para proteger la salud y la vida por encima de los requerimientos de la Economía cuyo derrumbe es ineludible –en Argentina y en todo el mundo- por razones que exceden la actual coyuntura que, en realidad, ha dejado a la vista la inviabilidad de un sistema capitalista financiero constituido en el sólo provecho de una minoría miserable y desaprensiva.

Lo paradójico es que desde esas expresiones pretendidamente “democráticas” y “libertarias”, se exhiban falaces consignas nacionalistas como patrimonio de los sectores más reaccionarios, funcionales o cómplices de la antipatria, valiéndose de una simbología (banderas argentinas, escarapelas, invocación de figuras de nuestra historia patria) que recrea un “patrioterismo” regresivo que se identifica con regímenes autoritarios, claramente elitistas como contrarios a toda idea de democracia, menos aún social y popular.

“Una legión de hombres indignos se ha formado en la ‘escuela de la entrega’ tolerados por nuestra desaprensión y nuestro olvido y estimulados por las ventajas materiales y la propaganda falaz e interesada (…) La cacareada ‘libertad de la economía’ no ha pasado nunca de ser una ficción desde la que, a la economía o la dirige el Estado o lo hacen, en su lugar, los grandes consorcios capitalistas, con la diferencia de que el primero puede hacerlo en beneficio del pueblo; en cambio, los segundos lo hacen generalmente en su perjuicio. Como ello, la ‘democracia’, no menos cacareada, que está resultando una suerte de eclecticismo pagano que santifica a los que sirven a los poderosos y que es una herejía cuando está encaminada a servir a los pueblos sumergidos y sufrientes. O la ‘libertad’, en cuyo nombre se siguen cometiendo los crímenes más monstruosos (…) Sin embargo, hay mucha gente contenta con este destino que se forja más en las agencias de noticias de la falsedad y la propaganda, que en la realidad de un quehacer histórico que un día ha de avergonzar a la humanidad misma.” (Pruebas de una traición. Los Vendepatria, págs. 165/166)

Estas reflexiones que Perón hacía allá por 1957 mantienen una vigencia ostensible, porque los antagonismos de entonces no han desaparecido, sino que en buena medida se han profundizado y manifiestan la tensión que subyace en la colisión de la voluntad soberana con el sojuzgamiento colonial, nutridos por los respectivos alineamientos ciudadanos.

Sujetarnos a categorías eurocéntricas que poco responden a las realidades de nuestros países, como confiarnos en que las subjetividades sean punto de partida en la conformación de una alternativa colectiva superadora, no parecen adecuarse a los imperativos del presente ni constituir una alternativa realmente viable.

Apelar a la acción coordinada de las organizaciones libres del pueblo, con especial sustento en el Movimiento Obrero, para que con –y también desde- el Estado se articulen acciones fundadas en un acendrado nacionalismo que nos reconcilie y reúna en un común anhelo en defensa de la Patria, nos brinda la oportunidad de recorrer un camino en pos de una democracia popular que exprese definitivamente una Nación en la que impere la Soberanía política, la Independencia económica y la Justicia social.

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.