La pandemia por coronavirus nos obligó a detener la vorágine, a quedarnos en casa y cortar de cuajo con la rutina diaria. La vida cambió de golpe, pasamos de correr al colectivo a tener tiempo no apurado, de aturdirnos a observar, de picotear cualquier cosa a pensar en qué comer y a tomar cabal conciencia de algo que sabíamos hace rato: los productos que nos ofrece el mercado son caros y hacen mal; con cuidados y un poco de tierra podemos alimentarnos más sano y mejor. Así fue como las huertas urbanas, que venían expandiéndose de a poco, brotaron prácticamente de golpe en terrazas y balcones, y en las redes sociales florecieron consejos, preguntas y orgullosas fotos de incipientes romeros y tomates.
Quedarnos dentro de casa nos llevó a añorar, valorar e incentivar a la biodiversidad dentro de la ciudad. “La situación de encierro crea el deseo de estar más en contacto con la naturaleza. Esto ha generado una reactivación muy importante en la consulta y demanda de profesionales de la jardinería y de los viveros y proveedores de insumos, contribuyendo al restablecimiento de la biodiversidad, algo muy importante porque da la posibilidad de observar cómo reaparecen pájaros y variedad de insectos polinizadores dando matices diferentes al jardín”, cuenta la Ingeniera Agrónoma Haydeé Steinbach, directora de la Tecnicatura en Jardinería de la Facultad de Agronomía de la UBA.
Además, la incertidumbre de qué pasará abrió paso a reflexionar sobre qué lazos sociales queremos y en qué tipo de medioambiente nos gustaría habitar. “Al tener más tiempo en casa se cocina más y también se observan más los cambios en el clima, en los paisajes, y la gente se detiene más en las veredas para observar cosas de las que antes pasaba de largo”, reflexiona Ludmila Medina, Técnica en producción orgánica vegetal de la UBA y creadora de “La ciudad nos regala sabores”, un proyecto nacido en 2012 que invita a los vecinos a caminar por su barrio para conocer los árboles frutales y las plantas medicinales. Coronavirus mediante, el paseo se transformó en un recorrido virtual por la ciudad donde cada vez se suman más curiosos ávidos de reconocer plantas medicinales y comestibles y de paso, quizás sin pretenderlo, abrir redes y crear lazos entre personas con inquietudes similares. “Mis paseos siempre fueron técnicos -porque siempre hablé de botánica y cómo se maneja el arbolado urbano, centrándome en los comestibles y medicinales-, con el agregado de la pata cultural de volver a hablar con un vecino/a, compartir una receta y estar un rato en la vereda, pero también desde la parte educativa, porque alguien ve, por ejemplo, un naranjo en flor, como dice la canción, y tiempo después observa cómo se poliniza y como va creciendo el fruto. De este modo se tiene otra concepción de la naturaleza y se valora cuánto le cuesta producir una fruta al árbol. También invito a redescubrir los yuyos o malezas, ya que hay un montón que son comestibles o medicinales”, explica Ludmila.
Este parate obligado hizo que las personas se concentraran más en su alrededor en lugar de correr tras un transporte público con pánico de mirar el reloj. “Para el capitalismo el tiempo es oro y ahora con la pandemia vimos que eso era una estafa, porque podemos trabajar desde casa y nos dimos cuenta que lo más importante no es producir, sino preservar la vida, y que hay formas alternativas de producir”, afirma Carlos Briganti alias “El reciclador urbano”, autor del libro “Una huerta en mi terraza”, quien hace más de 10 años imparte talleres sobre cómo realizar huertas en la ciudad sin gastar un peso y es un gran fomentador de la soberanía alimentaria. “Hay gente que viene diciendo desde hace rato que hay que cambiar el paradigma de producción, que habla de la soja transgénica, de los desmontes, de los incendios de los humedales, de todas las consecuencias que trae aparejado este modelo productivo. Esta pandemia es un disparador para ver cómo vivimos. En la ciudad tenemos falta de espacios verdes, hay emergencia alimentaria e ingerimos unos productos que si no tienen agrotóxicos son ultraprocesados. Desde el colectivo reciclador proponemos resocialización y alimento seguro, sano y soberano. ¿Cómo? Interviniendo veredas y terrenos vacíos. Los medios dicen que en Inglaterra y Alemania ya plantan en la vereda ¿Para qué viajar si acá en Chacarita, en Roseti al 1000 tenemos toda la cuadra intervenida con cubiertas pintadas artísticamente y alimentos germinando al alcance de la mano? Acá se tejen redes; en la cuadra siempre hay gente mirando, sacando fotos, por lo tanto no es un lugar seguro para delinquir. Estamos recuperando la vereda, más ahora en pandemia, porque es el único lugar donde puedo abrir la puerta y salir seguro. Esto se está replicando en Malvinas Argentinas, en el Barrio Santa Rita, en Burzaco, se generan espacios verdes, de esparcimiento y también se producen alimentos”, cuenta con entusiasmo Briganti.
Desde su terraza de 60 m2, donde llega a producir 400kg de verduras de hoja en invierno, invita a quien quiera a que se anime a compostar, plantar una semilla y redescubra sabores. Basta con un tacho de pintura o de helado, buena tierra, compostaje, semilla, riego y ganas de cambiar hábitos. “Éste sistema ya está perimido, hay que generar algo nuevo. Sueño con hacer una bicicleteada con miles de personas hasta la legislatura porteña y decirles: ‘hasta acá llegamos, a partir de mañana queremos hacer huertas en todos los baldíos, necesitamos huertas públicas y agroecológicas’. Cambiemos el paradigma. Se dice que no se va a poder hacer antes de empezar a hacerlo, pero yo sueño con grandes y chicos escarbando la tierra, alimentándose y redescubriendo sabores sanos y soberanos”.