Crimen de Lucio: debates sobre el horror, sus causas y las culpas

08 de diciembre, 2021 | 20.05

El horror frente al crimen de Lucio pareciera no admitir matices. Duele su martirio, su miedo, su vida truncada, la enorme injusticia, ya no sólo de la alevosía que implica el ataque a une niñe, sino también de que hayan podido ser les responsables de protegerle y cuidarle quienes le hicieron daño.

No basta que el caso parezca ir hacia la resolución judicial, con las presuntas responsables identificadas, detenidas y sin que nadie sospeche razones para que tengan impunidad. En los medios y en las redes se ensayan respuestas para entender cómo fue posible, qué salió mal, quiénes más fueron responsables.

Porque las acusadas son lesbianas

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Que las presuntas agresoras fueran lesbianas y feministas era ya extremadamente excepcional para pasar inadvertido. Pero, sobre todo, se acopla muy fácilmente con ideas que tienen un arraigo de décadas. Un tipo de ideas que se llevan muy bien con las historias excepcionales.

Se trata de ideas que se construyen no sobre los hechos, sino prescribiendo cómo “deberían” ser. El famoso “pre-juicio” que se emite antes de conocer eso que juzga. Estas ideas se reafirman con cualquier hecho que puedan forzar en el esquema pre construido, aunque sea excepcional, o precisamente porque lo es: esa excepcionalidad le separa de un contexto al que no se parece y nos aleja de una mirada con perspectiva. Ese es el caso de la antigua idea de que las personas homosexuales son perversas y que representan un riesgo para les niñes que puedan quedar a su cuidado.

Si hasta hace algunos días la idea podía ya parecer anticuada, la información de que las acusadas eran lesbianas no resonó en el vacío. Después de todo, no hace tanto que se discutió el matrimonio igualitario en Argentina y, como tantas veces cuando se discutió en otros países, su oposición política denunciaba la degradación moral de la familia y se horrorizaba ante la posibilidad de habilitar la adopción para parejas homosexuales. Para hacer tangible el supuesto peligro, daban a conocer testimonios de algunas víctimas de maltrato o abuso en familias gais. Pero antes, como ahora, la lógica nos indica que no siempre las cosas que ocurren juntas están relacionadas. Mucho menos cuando ocurren juntas las menos de las veces (es decir que ni siquiera hay una correlación).

Lo cierto es que la prevalencia de maltrato en familias homosexuales esta lejos de ser mayor que en familias heterosexuales. Cuando les especialistas enumeran factores de riesgo para ser agresor infantil, la homosexualidad no está entre ellos. Se menciona, en cambio, personas que padecieron maltrato en su infancia o que ejercen la mapaternidad sin haberlo buscado (es decir, como resultado de embarazos no deseados).

Porque las acusadas son militantes feministas

También resonó que las acusadas fueran militantes feministas, “del pañuelo verde”. En este caso, la amalgama que unió al feminismo con el crimen se nutrió de ideas con una clara circulación actual, tanto más cuanto que el feminismo logró hacerse un espacio en la calle, el Estado y el debate público. Por un lado, la negación de la existencia de la violencia “de género”, que se expresa muchas veces en la consigna de que la violencia “no tiene género”, o en la reformulación del “NiUnaMenos” como “NadieMenos”. Por otro lado, esa reacción bastante frecuente que devuelve las denuncias del feminismo como reflejo, asegurando que las feministas promueven una violencia invertida a aquella que denuncian, y que “odian” a los varones. En este caso la confirmación por la anécdota estaba servida: las acusadas son mujeres y la víctima un niño, varón, pero además ellas son militantes feministas.

No es sólo que el caso, con su indiscutida fuerza emocional, descalifique la relevancia de las formas de violencia que el feminismo denuncia, y que claramente no aplican a este caso. Es que además señalan aquella mirada como responsable y hay quienes llegaron a afirmar que a Lucio “lo mato el feminismo”: las compañeras de militancia que no advirtieron y denunciaron los maltratos, los valores feministas de las acusadas y la jueza que, supuestamente por feminista, confirmó la custodia para la madre.

No vale la pena detenernos nuevamente en el equívoco de vincular las cosas sólo porque co-incidieron. Que las acusadas sean feministas está lejos de probar, por si solo, que su feminismo tuvo algo que ver con los hechos por los que se las acusa. Lo que si merece una respuesta es la inquietud acerca de si el feminismo promueve la violencia ¿A eso se refiere la consigna muchas veces pintada en las paredes de “muerte al macho”?

Aunque no podemos descartar que existan mujeres feministas que odien al total de los varones, la consigna de “muerte al macho” refiere a una configuración específica de la masculinidad, que es la machista. Hace alusión a la lucha por erradicar esa dimensión, y las opresiones y abusos que se arraigan en ella. De hecho, aunque el feminismo es diverso y podríamos incluso hablar de feminismoS, no existen hasta donde se sabe milicias feministas que asesinen varones, ni siquiera a los machistas o abusadores en particular. Y es que incluso si existiera alguna vez una expresión radicalizada y violenta del feminismo, en tanto que feminista, no sería esperable que entienda a los rasgos machistas como “naturales”, de modo que su objetivo no podría ser “cualquier varón” y definitivamente tampoco un niño.

Cuando nos preguntamos si los valores feministas pueden haber tenido que ver con el tormento de Lucio, encontramos que es todo lo contrario: el feminismo denuncia y rechaza violencias que están ancladas en el trato cosificado (deshumanizado) del otre, como si fuera un objeto, una propiedad sin derechos ni autonomía, cuyo bienestar y consentimiento no tiene ningún valor. Y también rechaza, en su confluencia con el movimiento LGTB+, las violencias enraizadas en la intolerancia y el disciplinamiento para cumplir con mandatos de identidad y prácticas sexuales. Hay casi una afinidad directa entre estas causas y el rechazo del maltrato y abuso de las infancias. En definitiva, si las acusadas fueran culpables, su militancia nos informaría más acerca de su hipocresía de algo que haga o promueva el feminismo.

Otra acusación enfatiza que la perspectiva feminista de la jueza fue la que definió la suerte de Lucio, al priorizar a la madre y no al padre al momento de asignar la custodia. Sin embargo, por un lado, la información sugiere que la disputa por la custodia era entre la madre y la familia de un tío (hermano del padre), no con el papá de Lucio, y es bastante conocida la jerarquía que el sistema institucional da a la vinculación de menores con los progenitores, sin que nada tenga que ver ello con las consignas feministas. Además, la información disponible sugiere que no fue la jueza la que dirimió el conflicto (ya que al parecer lo que hizo fue convalidar una conciliación entre las partes, sin denuncias de maltrato de la otra parte). Pero, aún si hubiera decidido a favor de la madre en una disputa por la custodia con el papá de Lucio, es cuanto menos forzado atribuir al feminismo la tendencia a naturalizar que sean las madres las principales encargadas del cuidado de los hijos.

Que la acusada haya eventualmente usado la amenaza de denunciar falsamente por abuso a su contraparte, como forma de asegurarse la tenencia, sería en todo caso un abuso deshonesto y vil de la justicia, con el que no haría más que perjudicar al movimiento y a las mujeres que genuinamente son víctimas de un sistema judicial machista, dinamitando su credibilidad. Una credibilidad que es clave muchas veces para poder obtener protección en situaciones de enorme riesgo.

Combatir la violencia, sin azuzarla

El caso de Lucio es indiscutiblemente una historia de horror. Además de quienes lo atormentaron, le faltó el auxilio que nunca llegó. El debate sobre cómo erradicar el maltrato de las infancias no es en absoluto prescindible, pero es necesario darlo con la responsabilidad que amerita un tema de esta gravedad y relevancia. Poco puede aportar arrojar culpas que, además de inexactas, alimentan otros circuitos de estigmatización que derivan en violencias, también terribles, y también evitables.


 


 


 

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