El acuerdo de renegociación de la deuda que el macrismo tomo con el FMI trajo nuevamente al primer plano de la política el concepto de soberanía. Un acuerdo con el FMI, en tanto significa una fuerte pérdida de grados de libertad de la política económica, representa de hecho todo lo contrario. Por esta razón a nadie en el campo nacional y popular puede parecerle deseable tener un programa con el Fondo.
Sin embargo, debido a la interna de la coalición gobernante, lo que inicialmente era un debate por las formas de la renegociación de una deuda heredada derivó, extrañamente, en la contradicción “FMI sí o FMI no”, o más específicamente en “soberanía sí o soberanía no”, algo que nunca estuvo en discusión. Luego, el debate real tiene sólo dos alternativas pagar o no pagar. Si la decisión es pagar, el camino es lograr el mejor acuerdo posible. Si la decisión es no pagar, el camino es un default con todos los países que integran el FMI, lo que significa, además de la recesión interna, olvidarse de casi cualquier tipo de financiamiento externo.
Una verdad triste, de esas que no tienen remedio, es que en el capitalismo realmente existente las deudas de los Estados, antes o después, se renegocian o se pagan. No es un deber ser o un juicio de valor, sino un imperativo de las relaciones de poder. Las deudas se pueden denunciar, se pueden patalear, pero al final del camino se deben pagar. No debe olvidarse que la deuda que tomó Mauricio Macri no fue a título personal, sino del Estado argentino y con la legitimidad de expresar el voto mayoritario de la población. Si la oposición interna tenía para ofrecer una alternativa distinta, una suerte de tercera vía, fracaso en hacerla conocer.
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Comprender con mayor profundidad este escenario complejo demanda repasar brevemente algunos datos de contexto:
Cuando se consolidó el proyecto del Frente de Todos, una de las premisas fue resolver el problema del fuerte endeudamiento que se heredaría del macrismo. La propuesta nunca fue la ruptura con los acreedores, sino buscar la mejor refinanciación posible. El norte siempre fue obtener una reprogramación de los vencimientos y, de ser posible, plazos de gracia. Ambas premisas corrían tanto para los privados como para el FMI.
Las postergaciones en los pagos resultaban esenciales porque la única forma de pagar la deuda externa, es decir la nominada en divisas, es a través del crecimiento simultaneo del PIB y de las exportaciones. El crecimiento del Producto es indispensable para la recuperación de los niveles de bienestar de las mayorías y, por extensión, para la estabilidad política. A su vez, el aumento de las exportaciones tiene tres funciones: financiar el crecimiento del Producto, aumentar las Reservas Internacionales del Banco Central y hacer frente a las obligaciones externas.
El principal problema económico-político del presente es la inflación. La lucha contra la inflación demanda estabilidad macroeconómica. La estabilidad macroeconómica se obtiene partiendo de la estabilidad cambiaria. La estabilidad cambiaria se consigue alejando el déficit externo, es decir con una generación de divisas igual o superior a la demanda de divisas. O dicho de otra manera, con exportaciones e ingresos de capitales mayores o iguales a las importaciones y salidas de capitales.
Si la demanda de divisas es superior a la oferta se produce una situación que se conoce como de “restricción externa”. La restricción externa tiene una dimensión real, es decir de exportaciones frente a importaciones de bienes y servicios, y otra financiera, de entrada y salida de capitales. Parte de la salida de capitales es también lo que se conoce como “formación de activos externos”, la que puede asumir la simple forma de la “dolarización de excedentes”, sea de particulares o de empresas.
Dada la naturaleza del comportamiento de los actores económicos locales, la “incertidumbre” alienta esta dolarización, es decir, la demanda financiera de divisas. Por ejemplo, dado un contexto en la que aparece el riesgo de que el Estado no pueda pagar vencimientos de deuda con recursos propios, como es el caso de los picos vencimientos de 2022-23, la reacción racional de los actores económicos consiste en refugiarse en una moneda que cumple la “función de reserva de valor”, es decir en el dólar.
Lo que se intenta explicar es que no tener un arreglo con el FMI en un contexto en el que se carece de reservas internacionales suficientes y se acercan vencimientos impagables conduce a una situación de inestabilidad cambiaria. Precisamente por ello la premisa de campaña del Frente de Todos fue que se buscaría un acuerdo. Desde esta perspectiva el acuerdo representa una “condición necesaria” para reducir la “incertidumbre cambiaria”, que a su vez es la condición necesaria para la estabilidad macroeconómica, el punto de partida para reducir la inflación.
Se agrega que el problema de la inestabilidad macroeconómica que se intenta resolver es de larga data. Al kirchnerismo le apareció a partir de 2011 y le costó el gobierno. El macrismo creyó que lo resolvería tomando 100 mil millones de dólares de deuda adicional, con lo que en realidad potenció los desajustes. Lo que intenta la actual administración es resolver el problema heredado. Luego de la ardua refinanciación con los acreedores privados, impulsa un acuerdo con el FMI inédito en su historia en tanto excluye las recesivas reformas estructurales, destructoras de derechos y de capacidades estatales, y posterga pagos por cuatro años.
Por supuesto, y lamentablemente, el acuerdo no libera al país de las revisiones periódicas y de la relación con el FMI. A diferencia de 2006 Argentina no cuenta en el presente con la posibilidad de pagar la totalidad del capital adeudado y despedir al acreedor. Resulta realmente anacrónico comparar la situación del presente con el contexto de hace 17 años. Los discursos políticos no deberían reeditarse en el vacío.
Quienes optan por denunciar renuncias a la soberanía nada dicen sobre cómo se combatirían los efectos de la grave inestabilidad macroeconómica que seguiría al rechazo de un acuerdo. Hoy el Banco Central no cuenta con las reservas internacionales suficientes como para contrarrestar la segura disparada del dólar, cuyos efectos se expresarían rápidamente en la caída del poder adquisitivo de los salarios. La secuencia sería devaluación, inflación, caída de los salarios y recesión, un panorama que afecta con mayor intensidad a los sectores de menores de ingresos.
Luego, resulta imposible ignorar las noticias de la guerra en Ucrania. La guerra en Europa no es una conflagración aislada más en un país remoto, sino que se trata de la primera gran guerra en la era del capital financiero globalizado y su impacto más inmediato ya se siente sobre los precios internacionales de las commodities. El primer efecto será una potente inflación internacional que derramará indefectiblemente sobre la economía local y que agravará las limitaciones endógenas preexistentes.
La conclusión preliminar es que para un país de la periferia del capital y altamente endeudado, la verdadera soberanía consiste en aumentar los grados de libertad de la política económica. El primer paso en este camino es la eliminación de la espada de Damocles de los vencimientos de deuda. El segundo, la postergación de los pagos para destinar la totalidad de los excedentes externos a financiar el crecimiento interno. El tercero, reforzar las reservas internacionales.
El acuerdo con el FMI podría funcionar entonces como el primer movimiento para la reconstrucción de la soberanía monetaria que comenzó a perderse a mediados de los años ’70, hace ya casi medio siglo. Recuperar la moneda propia y bajar la inflación demanda que el peso recupere su función de reserva de valor, lo que vuelve el relato al punto de partida: La verdadera soberanía no pasa por las bravuconadas vacías frente a los acreedores internacionales, sino por construir el marco para consolidar el crecimiento económico, aumentar las exportaciones y mejorar los ingresos de los trabajadores. No hay atajos.