Un giro afectivo: repensando la democracia en tiempos de neoliberalismo

De la democracia sólo queda la envoltura formal; sin embargo, sigue siendo la invención política más avanzada. Habrá que volver a pactarla. 

27 de julio, 2019 | 22.15

La desregulación y expansión neoliberal trajo como consecuencia un dominio casi total del discurso capitalista colonizando la mayoría de los aspectos de la cultura y ocupando gobiernos. Las democracias se transformaron en administración o gestión de expertos, adaptadas a la forma que necesita el capital globalizado y los representantes de las empresas y los grupos privilegiados. Se ha roto el fallado pacto que funcionaba entre democracia y capitalismo. 

La imperante ideología neoliberal se encargó de demonizar la política, por ser la herramienta que tiene lo social para expresar faltas y poner en juego demandas.  Esta ideología que rechaza la política tiende a conformar sistemas totalitarios, que van de la mano de la inoculación de odio a todo lo que objeta o goza de modo diferente a los imperativos invisibles impartidos por el poder. El neoliberalismo se propone la tarea de colonizar el goce singular imponiendo “satisfacciones para todos”: estimula el consumo, el odio republicano y la autoexplotación de los hombres que, tal como afirmaba Spinoza, combaten por su servidumbre como si se tratara de su salvación. 

El poder neoliberal busca instalar un consenso obediente y sacrificado cuya vida digna vendrá más adelante, mientras la subjetividad debe esperar que “pase el invierno” o varios inviernos. Impone una pseudopacificación que rechaza el antagonismo político y tapa todas las faltas pregonando la “felicidad de Coca Cola”.  El debate social, transformado en circo romano, se convirtió en un espectáculo que entretiene y satisface el odio plagado de violentas expresiones racistas y xenófobas.  

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

De la democracia sólo queda la envoltura formal; sin embargo, sigue siendo la invención política más avanzada. Habrá que volver a pactarla. 

Ante lo que representó el nazismo, Freud advirtió que la comunidad, conformada por vencedores y vencidos, amos y esclavos, no es estable. Los amos intentarán abandonar el derecho para imponer nuevamente el dominio de la violencia, los oprimidos querrán volver al derecho igual para todos. Las rebeliones, guerras civiles y renovadas violencias que se produzcan deberán ceder su lugar a un nuevo orden legal que conserve la comunidad; habrá que volver a pactarla todas las veces que haga falta, recomendaba en 1932 el psicoanalista vienés.

¿Cómo se repacta y se reactiva la democracia? Es una pregunta que no puede apoyarse en una fuente o un manual, y más que apresurarnos a darnos una respuesta conviene que abramos el juego de hacernos nuevas preguntas. Por ejemplo: ¿Cómo pasar de una democracia formal, que se satisface en el odio y la culpa, a una forma política de comunidad compuesta por lazos solidarios?  ¿Cómo trascender la seducción que ejerce el individualismo y la meritocracia? ¿Cómo hacemos para incluir la soberanía, el pueblo, la igualdad? ¿Cómo pasamos de una ideología compuesta por verdades que funcionan como certezas a la producción de un saber colectivo? ¿Cómo conmovemos identificaciones crueles, masoquistas, sacrificiales? ¿Cómo incluir el antagonismo en lugar de la grieta de odio entre enemigos? ¿Cómo dar lugar a la falta en una ideología que se caracterizó por taparla?  ¿Cómo construimos hegemonía custodiando y preservando la diferencia, para que no se convierta en una masa homogénea?

Será necesario elaborar un trabajo de  duelo y desinvestimiento de los viejos modos, ofreciendo nuevas relaciones y adhesiones. Ni lo cognitivo, las argumentaciones o la persuasión alcanzarán para conmover las identificaciones sedimentadas. La política, Eros, tiene que ser capaz de producir un acto que opere un corte capaz de elevar el actual estrago social a la dignidad de la comunidad.

Se necesita un giro copernicano capaz de conmover afectos y despertar pasiones políticas, junto a una ética democrática que incluya la falta para todos porque sólo a partir de la falta será posible pasar del odio al amor, la amistad y la solidaridad.