Esta semana el Banco Central logró estabilizar el tipo de cambio en torno a $ 20,5 con menos esfuerzo que en los últimos cuarenta y cinco días, acompañado de la continuidad de la tasa de referencia de la política monetaria en el 27,25%. Pareciera que reparó la cadena de la bicicleta financiera, o “carry trade”, que se había roto a fines de febrero.
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Funcionarios y voceros oficialistas del quehacer económico se apresuraron a afirmar que el gobierno había encontrado finalmente el ancla anti-inflacionaria que tanto había buscado. La cotización del dólar en $ 20,5 sin intervención de la autoridad monetaria y la vuelta de un arbitraje tasa de interés/tasa de devaluación favorable a la primera auguran un recorrido tranquilo durante el cierre de paritarias, teniendo en cuenta, además, el cambio de atención social que provoca el inicio del Mundial de Fútbol.
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Federico Sturzenegger parece haberse afirmado frente a los embates menos ortodoxos del gabinete con su política de metas de inflación y tasa de interés real positiva respecto del valor del dólar. El ministro Caputo sorteó con éxito la visita explicativa al Congreso de la Nación, mientras que el ministro Dujovne se congratula expresando que el déficit fiscal primario se encuentra en descenso. La Semana Santa parece haber conjurado la crisis veraniega del equipo económico, que se había iniciado el Día de los Inocentes pasado.
Pero los números que arrojan las políticas monetaria y cambiaria a comienzos de abril no expresan una estabilidad que pueda ser sostenible en el tiempo. A la vez, el sector externo de la economía tampoco presenta un horizonte cómodo a mediano plazo.
En un mercado cambiario totalmente desregulado como el actual, en dónde la creación primaria de dinero (emisión monetaria) está fuertemente influida por la disponibilidad de divisas que lleguen desde el sector externo, la relación pasivos monetarios del Banco Central/reservas internacionales cobra un singular vigor, al tener tan estrechamente vinculado el mercado de dinero local a los mercados internacionales. Una versión más flexible, pero a la vez más desbalanceada, del recordado “un dólar igual un peso” de la Convertibilidad.
La relación entre pasivos monetarios y reservas llevaría al tipo de cambio a $38,3 por dólar
La ecuación de la base monetaria más los títulos emitidos por el BCRA dividido por el total de reservas internacionales arroja un tipo de cambio teórico que los agentes económicos leen para medir si la cantidad de pesos disponible en la economía guarda relación con el volumen de divisas que dicha economía genera. Este “enfoque monetario” del balance de pagos, al que adhiere la conducción del Banco Central, es el que suele tensionar al mercado cambiario cuando los operadores consideran que hay excedente de pesos en relación con el valor del dólar.
A principios de abril, la relación pasivos monetarios/reservas internacionales expresaba una paridad teórica para el dólar de $ 38,3, un 86,7% superior a la cotización del dólar de mercado que el BCRA procura establecer ($ 20,5).
La experiencia histórica dice que cuando la brecha entre ese tipo de cambio teórico y el dólar nominal de mercado es muy grande, en este caso un 86,7%, las expectativas de devaluación de los agentes económicos suelen aumentar.
El interrogante es si el Ente Rector monetario y cambiario podrá aumentar adecuadamente el nivel de reservas para reducir la mencionada paridad teórica en el actual momento de ingreso de divisas o si ensayará medidas que combinen una reducción de los títulos que emite con una mayor devaluación. En este último caso se rompería el mentado “ancla” contra la inflación.
Es bueno recordar que este diseño de políticas monetaria y cambiaria en las que el BCRA apuesta a mantener el valor del dólar en $ 20,5 cuando sus pasivos monetarios le arrojan una paridad teórica de $ 38,3 ocurre con un sector externo singularmente desequilibrado, tanto por el déficit de cuenta corriente como por la salida de dólares por atesoramiento (FAE), agregándose un escenario internacional de progresiva restricción de la liquidez global hacia los países emergentes. Se afirma que un país emergente puede tener déficit en su cuenta corriente durante un período acotado, no superior a los cinco años, en tanto y en cuanto exista liquidez internacional y haya un flujo potente de inversiones. No es un dato menor que durante el bienio de gobierno de Cambiemos el déficit de cuenta corriente y la salida de capitales fueron financiados, en un 80%, con deuda contraída por el sector público.
La política económica entró a jugar tiempo suplementario con la expectativa de llegar a los penales en el 2019. Veremos qué dicen los agentes económicos respecto de las correcciones que los desequilibrios cambiario, monetario, fiscal y externo comienzan a demandar, en tanto el financiamiento mundial se restringe.