Los datos de la semana fueron pocos pero contundentes. El Banco Central “quemó” más de 4300 millones de dólares de reservas internacionales, cuando en el resto del año había intervenido con poco más de 2.400 millones. El objetivo fue sostener la cotización del dólar, que de todas maneras llegó a sobrepasar los 21 pesos. Luego, sobre la hora y jugando fuera de agenda, el Central sumó 300 puntos básicos a la tasa de referencia de política monetaria para ponerla nuevamente por arriba del 30 por ciento anual.
Dejando de lado las histerias de corto plazo y las lóbregas perspectivas del futuro mediato, el resultado concreto fue que fracasó -en sus propios términos y sin considerar las visiones conspirativas- la estrategia anunciada a fines de diciembre por la conducción económica colegiada.
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El último día de los inocentes los nuevos cuatro fantásticos de la economía le transmitieron a la población dos mensajes. Primero que se abandonaba la pauta inflacionaria del 10 por ciento para 2018 y se la reemplazaba por una meta del 15. Segundo que el Banco Central frenaría su política de súper tasas de interés, presuntamente para alentar por esta vía la evolución de la economía real y, al mismo tiempo, desalentar especulación financiera. Como consecuencia de estas decisiones, aunque no fue dicho explícitamente, se esperaba una suba controlada del precio del dólar, un deseo extendido entre el gobierno y los exportadores.
El resultado concreto fue que fracasó la estrategia anunciada a fines de diciembre
Más allá de todas la sarasa que gira a su alrededor, el “sistema de metas de inflación” no es más que el nombre aggiornado del viejo arbitraje de tasas contra dólar. Se sube la tasa de interés para que los excedentes monetarios del sistema se queden en pesos y no se vayan a dólares y viceversa. Si la tasa en pesos es lo suficientemente atractiva en términos internacionales se genera además un ingreso de dólares del exterior, el carry trade mejor conocido como “bicicleta”, un flujo de divisas que también presiona a la baja el tipo de cambio. Si el arbitraje de tasas se hace sobre la base de una meta inflacionaria anual y midiendo las expectativas del mercado sólo es un complemento, el mecanismo básico es que la tasa de interés es una función inversa al precio del dólar. Luego, en economías como la argentina, es el valor del dólar el que contiene o dispara el nivel general de precios. Nunca lo dirá en estos términos ninguno de los integrantes de la actual conducción del Banco Central, ya que tienen una visión teórica distinta sobre la inflación, una teoría monetaria de inflación de demanda, cuando en realidad el proceso es por costos, por variación de los precios relativos: dólar, tarifas y salarios.
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Lo que ocurrió desde los anuncios de diciembre, entonces, siguió las reglas de la (buena) teoría. El 28 de diciembre pasado el dólar cotizaba 18,5 pesos por unidad luego de tocar, el día 11 del mismo mes, un piso de 17,2. La tasa de política monetaria, en tanto, estaba clavada en 28,75 desde agosto. El 10 de enero se bajó a 28 y el 24 a 27,25. El dólar pasó los 19 pesos en enero y los 20 en febrero. Todo relativamente tranquilo, devaluando despacio, y con intervenciones que hasta antes de la semana pasada sumaban, como se dijo, compras por algo más de U$S 2.400 millones. Con reservas internacionales que rondan los 60.000 millones la imagen resultante es la de un Banco Central con gran poder de fuego para intervenir. Nadie con lógica contable debería preocuparse por la cotización de la divisa. El escenario era simple, el gobierno había decidido dejar que el dólar suba unos escalones para evitar una apreciación en relación a la inflación. Los únicos que patalearon, como lo reflejó la prensa financiera internacional, fueron los capitales financieros globales, que con menos tasa y suba del dólar vieron como se reducía el margen de la bicicleta.
El problema fue que el gobierno no sólo dejó subir el dólar, sino que con los tarifazos de los servicios públicos le dio una nueva vuelta de tuerca a la inflación. El resultado fue que la pauta inflacionaria anual anterior al día de los inocentes se consumió en apenas un cuatrimestre y la nueva meta del 15 por ciento quedó apenas en expresión de deseos. Es más, en este mismo momento las consultoras de la city están ajustando sus números en torno al 25 anual y siempre que todo vaya bien.
Frente a este escenario, que es anterior a la semana que pasó, los hacedores de política económica habían apostado al “ancla cambiaria”, a frenar el dólar para contener la inflación, disparada, como se dijo, por los aumentos pasados de la divisa y por las nuevas subas de tarifas. El círculo sería virtuoso también para los especuladores, ya que con dólar planchado se recuperaría la rentabilidad de la bicicleta. Pero aparecieron datos nuevos. Algunos fondos de inversión, por ejemplo, decidieron salir de la bicicleta en pesos e irse a dólares, sea para mantenerse allí o para regresar a sus países de origen, mientras que los exportadores locales continuaban con bajas liquidaciones. Las interpretaciones fueron inmediatas y variadas, la suba de tasas en Estados Unidos y, en consecuencia, la suba del dólar como un fenómeno regional. Para colmo entraba en vigencia un nuevo impuesto a la renta financiera en el mercado local, detalle que debería haberse compensado con más tasa, lo que haría doblemente inútil al impuesto.
Se observa desde fuera que Argentina necesitará en los próximos años ingresos de dólares por un piso de 30 mil millones anuales
Sin embargo, el fenómeno podría ser más profundo y menos coyuntural. En concreto: el modelo económico de la Alianza Cambiemos resulta cada vez más dependiente de la entrada de capitales mientras la economía no genera más dólares. Son datos esperables cuando en la economía real resalta el déficit creciente de la cuenta corriente del Balance de Pagos. Las cuentas voluntaristas del equipo económico sobre una supuesta estabilización de la relación deuda/PIB a partir de 2021 no son compartidas ni siquiera por el FMI, que no cree que ello ocurra ni en 2023, como también se conoció en abril. Nótese además que son plazos insólitos en tanto desdeñan factores políticos como los cambios de gobierno, es decir son proyecciones que, en el mejor de los casos, se reducen a puros ejercicios intelectuales. Lo que en realidad se observa desde fuera es que Argentina necesitará en los próximos años ingresos de dólares por un piso de 30 mil millones anuales, una cifra impresionante para un país que no está transformando su estructura productiva para generar recursos para su repago.
La semana que pasó el Banco Central intervino con decisión en el mercado cambiario, pero con gran insolvencia técnica. Ningún especulador perdió un centavo. Todos ganaron. Es probable, pensando con buenas intenciones, que los propios técnicos, después de liquidar casi 1.500 millones de dólares el miércoles 25, no hayan esperado la continuidad de la corrida. Pero lo cierto es que el Central nunca defendió un precio, intervenía a la vez que dejaba correr la cotización. Su propio accionar sumó incertidumbre sobre el precio deseado de la divisa. Recién el viernes, con más de 4.300 millones menos de reservas internacionales y el dólar a 21 se activaron todas las alarmas.
Si se mira desde los objetivos del pasado diciembre el balance a la fecha es calamitoso. Se gastaron casi 6.800 millones de dólares de reservas, la moneda local se devaluó más del 16 por ciento y la tasa volvió a estar por encima de los 30 puntos, como no ocurría desde agosto de 2016. Mientras tanto, la inflación del primer cuatrimestre fue de casi el 10 por ciento y se vienen los ajustes de segunda vuelta originados por la nueva suba del dólar. El desastre no está a la vuelta de la esquina, el BCRA conserva poder de intervención si lo sabe usar. Todavía puede controlar las variables aunque el miércoles continúe la corrida. Lo que sí está claro, en cambio, es la completa insustentabilidad de largo plazo de un modelo basado en la entrada de capitales creciente, especialmente para una economía que no los genera en la magnitud que demandarán los repagos. El capital financiero ya lo sabe y actuará en consecuencia. Dicho esto por más ejercicios de “sostenibilidad” de mediano plazo que se dibujen en Buenos Aires y Washington.