Durante el gobierno de Mauricio Macri notamos en múltiples situaciones que la dirigencia política que hoy integra el Frente de Todos (pero también otros sectores, algunos de ellos al interior de la coalición Cambiemos) quedaban descolocados ante ciertas acciones y estrategias que desplegaba el jefe de Estado que terminará su mandato en diciembre.
¿Qué era esto que estaba pasando? ¿Por qué se elegía abordar los problemas (o no abordarlos) de ciertas formas y no de otras? ¿Cuál era la lógica que estaba detrás de un conjunto de acciones que parecían inconexas o directamente fuera de foco?
¿Para qué liberalizaban tan rápidamente las variables económicas? ¿Qué sentido tenía el temprano blanqueo de capitales? ¿Por qué aceleraban la reforma previsional? Pero también: ¿cuál era el apuro en implementar el voto electrónico? ¿Por qué rechazaban todo tipo de acuerdo duradero con sectores del peronismo? ¿Qué sentido tenía atacar a los investigadores del CONICET? ¿Para qué montaban enormes operativos de seguridad en torno al Presidente? ¿Por qué nombraban jueces de la Corte por decreto cuando podían utilizar el procedimiento previsto? ¿Qué sentido tenía levantar un fantasma de “guerrilla mapuche”? ¿Qué es lo que le pasaba a esta gente?
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Por decirlo con una analogía, donde la dirigencia política “tradicional” sabía jugar al fútbol, el gobierno de Macri comenzó a jugar al rugby. Las lógicas, el lenguaje, la cosmovisión de una elite con trayectorias de vida muy determinadas y acotadas, que se movía en círculos muy específicos, en territorios muy puntuales, que -por ejemplo- no habían pisado una institución educativa pública en su vida, tenía consecuencias a la hora de detectar, entender y atacar (o no) los problemas.
El triunfo en la elección de la fórmula Fernández-Fernández implica el regreso del peronismo al poder pero también la “vuelta del fútbol”. Pudimos verlo una vez más en el debate sobre la caracterización del golpe de Estado en Bolivia. La posición de un gobierno argentino puede ser más “realista” o más “idealista” y se trata de un debate muy interesante. Pero no condenar un golpe de Estado en un país limítrofe, como hizo el gobierno de Macri, rompe con lógicas “futbolísticas” que pudieron verse en las posiciones de los grandes partidos nacionales como el PJ y la UCR.
¿Esto quiere decir que no hay lugar para el pragmatismo, para la innovación? ¿Esto quiere decir que “vuelve lo de siempre”? Por supuesto que no. Porque todo nuevo gobierno tiene siempre la necesidad de inventarse, de crear su propio sistema de juego, su propio planteo táctico y estratégico y de poner en cancha a sus jugadores. Su contrato con “la hinchada” es producto en parte de una tradición y en parte de la propia campaña electoral: en el caso de Alberto Fernández se tratará de poner a la Argentina de pie, encender la economía, luchar contra el hambre y la exclusión.
Se tratará, en definitiva, de ver si se transforman en goles las jugadas preparadas en este tiempo. Y eso está abierto. Lo único seguro es que vuelve el fútbol y la política, algo en lo que todos los argentinos somos casi expertos.