Alberto Fernández es el presidente electo. Mauricio Macri no logró ser reelegido. La elección deja un mensaje muy claro y definitivo. Lo que pudo haber pasado si, lo que no se hizo o se hizo mal en la campaña ya es solo recuerdo. El 10 de diciembre Alberto Fernández asume la Presidencia de la Nación, y con él se cimienta la esperanza de recomponer la crítica situación económica y social que nos lega el macrismo.
Hay una explicación muy simple y no menos relevante acerca de la victoria del Frente de Todos: más ciudadanos optaron por esa propuesta que quienes quisieron que Cambiemos siguiera en el poder. No está mal descomplejizar un resultado electoral, que ya se ha vuelto rutina en nuestro país, afortunadamente. Pero claro, la derrota de Macri tiene algo de inesperado. Varios llamaron la atención sobre un dato muy relevante: 11 presidentes intentaron la reelección inmediata en Sudamérica desde 1980 y lo consiguieron; Macri inaugura el listado de quienes fracasan en ese intento y es inevitable la pregunta acerca de por qué fracasa. El macrismo se presentó ante la sociedad como un proyecto político con ambiciones de transformación cultural de la sociedad en su conjunto. En numerosas ocasiones enarboló un discurso respecto a la necesidad de revertir los último 70 años de historia argentina, de desandar un extenso camino que habría llevado al país a una decadencia no solo económica, sino centralmente social y cultural, la cual se habría iniciado, los años no dejan mentir, con la llegada del peronismo.
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Así el presidente Macri se refirió reiteradamente a aspectos que él consideraba claves a abandonar de la cultura argentina como “la búsqueda de atajos”, “el obtener ventajas”, “el recelo al trabajo” que, nos decía con firmeza, estaban anidados en las prácticas de todos los argentinos. Una sociedad contaminada por acciones que la habían arrastrado a esta situación actual. Pero además en esas prácticas las responsabilidades estaban distribuidas democráticamente entre todos los habitantes sin ningún tipo de distinciones. En eso, en lo de distribuir responsabilidades, el macrismo siempre fue muy igualitario.
De modo que el objetivo trazado era ambicioso: ya no reformar el Estado o modificar el sistema político, sino cambiar la cultura de los argentinos, transformar la sociedad y sus prácticas.
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Y allí se lanzó el macrismo demandado sacrificio y prometiendo un difuso y lejano horizonte de bienestar. En las elecciones de 2017 una parte importante de la sociedad lo volvió a acompañar; y la lectura fue que el triunfo en dos elecciones seguidas habilitaba a emprender un nuevo camino de reformas en pos de lograr ese país perdido hace 70 años. Y emprendió la reforma del sistema previsional, asistido por las fuerza de seguridad. Convencido que el apoyo electoral era una habilitación a toda política el macrismo buscó avanzar con otras reformas (la laboral por caso) pero comenzó a percibir que el acompañamiento electoral no se extendía sin más. La política salarial que enarbolaba comenzó a encontrar una fuerte resistencia de parte de los sindicatos y el camino se pobló de dificultades. Un año después luchaba contra los fantasmas de los que había asegurado ya no serían un problema: la inflación, la suba del dólar, la caída de la economía. El proyecto refundacional de Macri, la tercer oleada neoliberal de los últimos 40 años, no podía siquiera controlar los indicadores básicos de la economía. Se propusieron una obra descomunal, el sueño eterno de una sociedad civil disciplinada y tolerante a las reformas de mercado, el retorno de la disciplina social, y concluyeron colocando un cepo a la compra de dólares.
Macri fracasó porque nunca fue el líder de un proceso político que contara al menos algunas virtudes. El liderazgo político no es mero carisma, no es simpatía y contacto con “la gente”. Es ser el conductor de un proceso político que propone algunas transformaciones; que es capaz de sumarle un ladrillo a la trabajosa construcción democrática. Alfonsín fue un líder porque garantizó la transición a la democracia; Menem lo fue porque logró derrotar la hiperinflación y realizar no pocos cambios; se suma Duhalde a este pelotón porque pudo conducir la transición post crisis del 2003; lo fue Kirchner porque se convirtió en un hombre inesperado para reponer el programa popular; y del mismo modo Cristina porque continuó y amplió esa agenda para responder a tantas demandas no atendidas. Todos en su contexto y con sus estilos, generaron políticas que respondían a cuestiones que la sociedad civil estaba presentando al Estado y le demandaba una respuesta.
En cambio, la sociedad nunca le pidió que la cambiara culturalmente Macri. Le demandaba solucionar algunos temas puntuales y generar crecimiento, atender a una mejor educación, más salud, construir viviendas…Macri nunca lo leyó esos reclamos sociales, por el contrario cada vez se mostró más distante de ese discurso: lo de pobreza cero fue una forma de decir.
El resultado es esta salida temprana del poder. Temprana porque la reelección, como vimos, no es una tarea demasiado compleja para los presidentes de la región. Y eso sucedió porque Macri no fue nunca el líder de un proceso político que involucrara, que incluyera a una parte significativa de la sociedad, la que le garantizara desplegar su obra de gobierno por otros cuatro años más. Y cuando no se construye políticamente un camino que conecte con la sociedad, simplemente se fracasa. Es lo que le pasó a Macri.