La situación social está mal de verdad. Es evidente que está creciendo la pobreza, que aumenta la desocupación y que se estira la brecha entre los que están mejor y los que están peor en nuestro país. No tiene sentido tomar datos parciales o comparar estadísticas con otros períodos para suavizar lo evidente: es mucha la gente que cada día está un poco peor en Argentina.
Lo que domina la foto social de hoy es el sobreendeudamiento de las familias. Como los costos fijos son cada vez más altos (por la suba de luz, gas, agua, alimentos, transporte, medicamentos, combustibles, etc.), como al mes le sobran 10 ó 12 días, las familias se endeudan pateando el pago de la tarjeta (80% de interés anual), yendo a la financiera de la esquina (150%), al financista del barrio o al que vende droga que, como tiene billetes, termina también siendo prestamista. Esta situación se generaliza tanto en los más pobres como en los que hacen changas o los que, aún con un sueldo fijo, no logran llegar a fin de mes.
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Así se va generando un clima de implosión social, de mucha gente que revienta para adentro, mucha gente sacada y complicada. Cualquier conflicto menor termina a los golpes o a los tiros porque la tensión cotidiana es tan grande y permanente que todo escala rápidamente. La sensación de la mayoría de las personas en Argentina es que están solos, que el Estado no los acompaña y que tienen que arreglárselas como pueden.
Cada uno va por la libre tratando de encontrarle la vuelta a su economía familiar en un contexto en donde cada vez asisten más personas a los comedores comunitarios, cada vez hay más chicos en los comedores escolares, se nota mucho el parate de las changas (en especial lo que tiene que ver con la construcción y el textil) y se agota la red social. Como todos están mal en el barrio, no hay a quien pedirle porque todos están secos y nadie tiene. No hay en donde hacer pie.
Mi mayor temor frente a esta situación es el quiebre del contrato social, el desenganche de la sociedad respecto del Estado, de la política y de lo que sea. El desencanto no es sólo con el Gobierno, es con la política en general y con la sensación de que casi nadie mira ni acompaña al que la pasa mal. La bronca generalizada no sólo tiene que ver con la falta de plata; se asocia ahora también a la falta de expectativas y de horizonte para los ciudadanos de a pie que trabajan, la pelean, producen y, así y todo, se funden y no llegan a fin de mes.
Hace falta encarar otro camino para, al menos, ponerle un piso a la crisis. Es necesario decretar ya la emergencia alimentaria. Ya es ayer. Volcar más dinero en los comedores comunitarios, aumentar los recursos en los comedores escolares y bajar el precio de los 11 productos de la canasta básica. No se trata de regular el conjunto de la economía ni de promover un modelo intervencionista. Se trata de hacer lo mínimo: lograr que en Argentina comer sea barato. Quitar el IVA a la canasta básica y regular los precios de esos 11 productos es la primera política social que hay que poner en marcha si queremos evitar que se agudice la fractura social en nuestro país.
También es necesario generar un sistema de crédito no bancario que le ponga un límite a las tasas usurarias que cotidianamente pagan las familias y que le permita acceder a máquinas y herramientas a las personas que hacen changas o son cuentapropistas. Yo presenté un proyecto en la Cámara de Diputados para llegar a 500.000 créditos en un año para máquinas y herramientas a tasas menores del 5% anual. Se trata de generar un Fondo de $12.500 millones (que es el 0,8% del préstamo del FMI) para que el carpintero tenga una sierra circular, para que el pibe que tiene un taller mecánico en el Conurbano acceda a un scanner y una computadora o que quien cose ropa en su casa tenga la máquina para hacerlo. Esto es política social y debería ser la base tanto para desendeudar a las familias como para promover nuevos ingresos al sector vulnerable de la Argentina.
Finalmente, se trata de concentrar la obra pública en la infraestructura básica, en los servicios básicos, la vivienda social y las obras pequeñas que son generadoras de empleo masivo. Es clave para el desarrollo argentino generar grandes obras de infraestructura, caminos y autopistas; pero es clave, también, para evitar el quiebre del contrato social, poner mucho foco en obras “mano de obra intensivas” y en el empleo de los más jóvenes.
El camino de la emergencia alimentaria, el sistema de crédito no bancario y las obras públicas “mano de obra intensivas” no resuelven los problemas estructurales de la Argentina ni tampoco nos encamina a un modelo de desarrollo sostenido, pero es una condición imprescindible para ponerle un piso a esta crisis que está desacomodando mal la vida cotidiana de millones de argentinos.
* El autor es diputado nacional por el Frente Renovador