Naturalizar el incremento de las asimetrías entre el Capital y el Trabajo, admitir pasivamente la pérdida de conquistas sociales históricas y la pretendida imposibilidad de recuperarlas o de adquirir nuevos derechos, resulta funcional a un determinismo falso e inmovilizante que sólo llevará a degradar aún más nuestra calidad de vida.
Las falacias que nutren la posverdad
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A diario leemos o escuchamos pronósticos apocalípticos sobre el futuro del Trabajo cargados de sesgadas opiniones que, desde usinas neoliberales, nos plantean el inexorable cambio de paradigmas y la inevitable sujeción a los avances tecnológicos que determinarían los nuevos modos de organizar el quehacer laboral.
Los cambios que se han ido verificando en la producción, intercambio y generación de bienes o servicios en las últimas tres décadas, como su creciente vertiginosidad, aparecen fuera de todo debate. No ocurre lo mismo en cuanto a sus consecuencias para las personas que trabajan, ni en lo que atañe a las alternativas que brinda ese fenómeno.
La pretensión de proponer una visión única y uniforme, no es original sino que surge de la misma matriz que planteaba el “fin del trabajo” en los años 80’ y 90’ del siglo pasado, con similar analogía al declamado “fin de las ideologías” por aquella misma época.
Claro está que ambas afirmaciones estaban estrechamente entrelazadas, toda vez que son las concepciones ideológicas las que definen las políticas en materia económica y social. Justamente por ello, mal podría admitirse la existencia de una sola manera de afrontar los desafíos continuos –y propios de ese campo- que plantea la regulación y desenvolvimiento de la actividad laboral.
El origen de la riqueza
La riqueza no es –ni ha sido nunca- la que provee trabajo, sino es éste el que genera aquélla. No consiste en un mero juego de palabras, sino de dos maneras de concebir las relaciones sociales y de producción que, a su vez, condicionan la forma de intervenir en ese complejo ámbito.
De allí también deriva el modo en que se propone tanto la distribución de la riqueza, como el grado de participación en la gestión productiva que corresponde al sector del trabajo.
La nefasta y jamás comprobada “teoría del derrame”, propone reforzar el espacio de maniobra para la acumulación del Capital con el alegado propósito de que superado un cierto nivel habrá de revertir en parte a la sociedad toda y que, además, tendrá por principales destinatarios a quienes con su trabajo lo han posibilitado. Pero impone, obviamente, importantes sacrificios a estos últimos.
El trabajo en ese marco no es únicamente un “costo” más, sino se transforma en la variable de ajuste estratégica para obtener la productividad y competitividad necesarias para alcanzar los objetivos empresarios, que se presentan como expresión del bien común.
Las aplicaciones prácticas de esa teoría han demostrado siempre que la bonanza prometida no ha llegado a los que se indicaban como futuros beneficiarios, sino que sirvieron para maximizar las ganancias y la concentración del capital en pocas manos a la par del empobrecimiento general. Muestra de lo cual es la brecha cada vez mayor entre ricos y pobres, que ha alcanzado rangos inconcebibles y sin precedentes en Occidente, siendo la Argentina actual un exponente claro de ese designio.
El costoso regreso al Mundo
En sintonía con ese pensamiento neoliberal predominante, se han postulado rumbos que no han hecho otra cosa que exacerbar las manifestaciones más injustas y perversas que derivan de desplazar a las trabajadoras y trabajadores de la centralidad que les corresponde por un expreso mandato de nuestra Constitución Nacional.
El objetivo de “volver al Mundo” que postuló como principal el actual Gobierno, para obtener mejor calidad de vida, mayor empleo y crecimiento económico está a la vista que no se concretó. Consecuencias, que tampoco eran de esperar de las medidas adoptadas desde el comienzo de esa gestión.
La desindustrialización y primarización de la Economía, la apertura comercial indiscriminada, las altas tasas de inflación y de los intereses acompañadas por una mayúscula devaluación de la moneda, la destrucción del mercado interno favorecida además por la caída abrupta del salario real y el incremento de la desocupación que hoy supera los dos dígitos junto a una subocupación todavía superior, son efectos propios e inherentes a esas políticas.
Del mismo modo que la precarización de las condiciones de trabajo forma parte de ese mismo ideario, porque de lo que se trata es de someter lo máximo posible la fuerza laboral mediante mecanismos de flexibilización y de informalización. Para lo cual, particularmente en nuestro país, es fundamental limitar al máximo la actuación de las organizaciones gremiales e impedir cualquier forma de acción colectiva capaz de contrarrestar el poder empresario.
La hegemonía absoluta del Capital se erige sobre las ruinas de los derechos sociales y laborales, mostrando el aspecto más salvaje del Sistema que representa y que tiene en su naturaleza ese rasgo para nada humano.
No pueden albergarse esperanzas de solución que surjan, precisamente, de donde fueran creados o recreados los problemas que acucian al mundo laboral. No se trata de impericia –aunque existan torpezas ostensibles- sino de la esencia de un neoliberalismo hoy acentuado por su carácter financiero.
La interpelación a la Política en tiempos electorales
El desarrollo tecnológico impacta en todos los ámbitos, brindando nuevas posibilidades cuyo aprovechamiento no está reservado a un solo sector ni tampoco tiende, por definición, a provocar mayores asimetrías.
Por el contrario, ofrece diversas alternativas y permite, según como se lo implemente, lograr situaciones de mayor equidad.
En el ámbito laboral no es diferente, lo que define los efectos –benéficos o perniciosos- que la incorporación de tecnología puede provocar depende de los objetivos que se propongan, de los cursos de acción que se adopten y de los equilibrios que se persigan –o no- alcanzar. Así como el apego que se manifieste en orden al reconocimiento de los derechos laborales como derechos humanos fundamentales, y la relevancia que se acuerde a la Justicia Social.
La Política debe ser interpelada en tal sentido, sobre todo en tiempos electorales, reclamando respuesta concretas que definan esas cuestiones y expresen los compromisos que habrán de asumir quienes sean elegidos o designados para ejercer funciones públicas.
"Nada importa saber o no la vida de cierta clase de hombres que todos sus trabajos y afanes los han contraído a sí mismo, y ni un solo instante han concedido a los demás; pero la de los hombres públicos, sea cual fuere, debe siempre presentarse, o para que sirva de ejemplo que se emite, o de una lección que retraiga de incidir en sus defectos.”
También dijo Manuel Belgrano: "Que no se oiga ya que los ricos devoran a los pobres, y que la justicia es sólo para aquéllos"
Es necesario estar atentos y no confundirse, ni dejar que nos confundan, porque quienes hoy vuelven a enarbolar la consigna del “fin del trabajo”, lo que en realidad persiguen es el fin del empleo con protección social.