El discurso de la tercera apertura de sesiones legislativas de Mauricio Macri fue impresionante. Antes que escucharlo, vale la pena leerlo. Escuchar implica someterse a las inflexiones de la papa en la boca, a los tropiezos de lectura, a los énfasis y entusiasmos ensayados y a la ya típica monotonía del evangelismo new age cambiemita. Si a escuchar se agrega “ver” la distracción es mayor: los rostros perfectamente bronceados de muchos ministros, reflejo de un modo de vida, la suficiencia satisfecha de quienes comparten la abundancia de activos en el exterior, a resguardo de sus propias políticas, la admiración fingida desde las gradas y los aplausos casi furiosos de los tributarios de la nómina en todas sus jerarquías.
En suma, la impecable puesta en escena del imaginario del poder de época. Cuando la vía de acceso al contenido es, en cambio, la lectura las líneas principales aparecen más nítidas. No sólo surgen las inconsistencias de la posverdad oficialista --por ejemplo en materia de inflación, empleo o crecimiento-- sino también la agenda política que marcarán el ritmo del gobierno en los próximos meses.
El dato de fondo del discurso fue el cambio de tono frente a la oposición. Desde hace algunos meses los grupos focales comenzaron a mostrar los límites del antikirchnerismo más furioso. Por un lado impactaron las elecciones de medio término en las que la oposición, casi sin recursos, con el peronismo paraoficialista apostando a restar y con la abrumadora mayoría de los medios en contra, obtuvo el 37 por ciento de los votos de la provincia de Buenos Aires. Aunque el número trató de reinterpretarse como derrota pura, lo que dejó fue “la deconstrucción del monstruo”. El viejo mal absoluto dejó de ser tan absoluto y tan mal. Más cuando los asalariados comienzan a descubrir sus bolsillos más vacíos cada fin de mes. Tras gastarse el cheque en blanco que todos los gobiernos reciben a comienzos de gestión, Cambiemos ya no puede usar tan alegremente el argumento de la pesada herencia. Después de soportar el ajuste la población espera resultados. El problema es que, como predice la teoría y la historia, los ajustes nunca cumplen sus promesas de bienestar. No porque fallen, sino porque su función es otra: recomponer las ganancias del capital.
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Frente al nuevo escenario el oficialismo intenta regresar por todos los medios a su relato de futuro venturoso y concordia social. Según el líder de Cambiemos “lo peor ya pasó y ahora vienen los años en que vamos a crecer”, aunque nada de esto surja ni de los números de la economía ni de la agenda política.
El magro crecimiento de 2017, del 2,8 por ciento según adelantaron los números de actividad económica del Indec, dejó a la economía en el mismo nivel que a fines de 2015. Aunque presentado como un logro por el gobierno, el virtual estancamiento del PIB en los primeros dos años de gestión oculta cambios estructurales profundos. Cuando se observan los sectores que empujaron el producto en 2017 se encuentra que el principal impulso provino de la Construcción, que creció el 12,2 por ciento en el año, en especial por la obra pública, una decisión electoral que, a juzgar por los números del Presupuesto, difícilmente se sostenga en el tiempo. También se destaca el aporte de la Intermediación financiera, que se expandió 3,1 por ciento. No parecen precisamente los indicadores de una base invisible, pero sólida, como “las estructuras que estamos poniendo, los pilotes…” Menos aun cuando se agregan otros indicadores, como la desarticulación del mercado de trabajo, donde se pierden los empleos de mejor calidad en la industria en favor de los más precarizados, expresados por el monotributismo, o la caída del consumo masivo que en enero último se contrajo por tercer año consecutivo, según la consultora especializada Kantar Worldpanel.
Finalmente, en el modelo que venía a “reemplazar consumo por inversión”, la inversión productiva se encuentra por debajo de la de los últimos años del kirchnerismo. Es decir, no de los mejores años del gobierno anterior, sino de los peores, en medio del estancamiento de la economía global y cuando localmente funcionaban a pleno las restricciones cambiarias.
El segundo tópico económico central del discurso, además del crecimiento invisible y las bases sólidas, fue la insistencia en el presunto “gradualismo”, una suerte de justo medio entre el ajuste feroz (e imposible) demandado por los sectores más ultramontanos de la ortodoxia y no cambiar nada. La idea de gradualismo constituye uno de los grandes inventos publicitarios del gobierno. Comenzó primero como una justificación del pavoroso endeudamiento externo, cuando se intentaba transmitir el concepto falso de que el déficit fiscal en pesos se cubría con deuda en dólares. Ya en una segunda etapa sirvió como justificativo para el agravamiento del rojo presupuestario. Según se explicó, el déficit se expandía a pesar de los recortes en las transferencias porque se necesitaba avanzar despacio para evitar el sufrimiento social. La realidad fue al revés. A pesar de los recortes en los gastos y de la baja de impuestos a los más ricos, la deuda no aplacó el déficit fiscal total, sino que lo expandió. Fue a partir de las necesidades de pago de intereses crecientes por la nueva deuda contraída.
El tercer tópico económico fue el relativo a una presunta baja de la inflación. Aunque los aumentos generalizados de precios se sostienen en niveles similares a los heredados y para este año se espera un piso por encima del 20 por ciento, el gobierno insiste en que la lucha contra la inflación es prácticamente un éxito. El artilugio consiste en comparar contra el shock inducido en 2016. Luego, frente al fracaso evidente del sistema de metas de inflación, se redescubre el impacto del cambio en los precios relativos, tanto de la cotización del dólar, como, especialmente, de los salarios, cuya contención por debajo de la inflación es el objetivo tácito de la agenda política oficial.
En su discurso Macri abordó el problema por la tangente. La excusa comenzó por la “educación de calidad”, de la que no habría que acordarse sólo “en tiempos de paritarias”. Precisamente, las paritarias docentes se cuentan entre las que inician la ronda anual de negociaciones salariales y, por su extensión y magnitud, se convierten en base de referencia. Quizá por eso el líder de la Alianza Cambiemos habló de no recurrir a “patoterismos y extorsiones” al tiempo que, en el mundo real, se empuja a los docentes al paro con ofrecimientos de recomposición salarial.
La conclusión preliminar es un panorama muy diferente al ofrecido por el discurso gubernamental. La economía se encuentra virtualmente estancada producto de la inducción de un cambio en la estructura productiva en desmedro de la producción manufacturera. En el mercado de trabajo ello se manifiesta en la pérdida de empleo de calidad y en el aumento del desempleo. La suba exponencial de las importaciones con exportaciones estancadas, más el pago creciente de intereses, aumentan día a día la dependencia con la toma de deuda externa.
Aparecen entonces dos claras insustentabilidades del modelo, en el mundo del trabajo, donde se augura un aumento de la conflictividad, y en el frente financiero externo, con un crecimiento impredecible del endeudamiento. En otras palabras, nada de las invisibles bases sólidas para el desarrollo, ni nada que permita afirmar que lo peor ya pasó. Por el contrario, lo peor está por venir.