Los cuadernos del chofer: No hay peor ciego...

18 de agosto, 2018 | 15.11

Lo evidente se ensombrece o desaparece cuando nos interponen una cortina de humo, como cuando somos nosotros los que cerramos los ojos y nos negamos a hacer elementales reflexiones desde las propias vivencias.

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La actualidad nos ofrece una enorme cantidad de imágenes, todos los días y a toda hora. Por televisión, radio, redes y otras plataformas nos presentan acontecimientos de diferente naturaleza, pero mayoritariamente nos conducen a hechos –reales, supuestos o imaginados cuando no inventados- del pasado.

No deja de ser curioso que el material informativo predominante poco o nada se ocupe del presente, ni de las previsibles proyecciones a un futuro inmediato.

La tendencia antes reseñada está a la vista, más todavía es ostensible, para cualquiera que se detenga un instante a tomar nota de lo que se le exhibe, cómo se presenta y cuánto se reitera a lo largo de cada jornada.

¿Puede resultarnos invisible?

Los hechos pueden tener interpretaciones diversas, impactarnos de modo distinto, movilizarnos o paralizarnos, pero como tales son un necesario punto de partida para comprender la realidad individual o colectiva en que estamos inmersos.

Las vivencias propias y de otros que conocemos o son fáciles de advertir frente a las pérdidas de la vida, de la libertad, de la tranquilidad, de la previsibilidad, de poder conservar lo mucho o poco que tenemos, de poder organizar un proyecto personal; son las que resultan, justamente, de los hechos que acontecen a diario.

La inflación creciente acompañada de recesión, un dólar siempre en alza, tasas de interés sin precedentes, las tarifas cada vez más elevadas y que en muchos casos son imposibles de pagar, el impacto inmediato en nuestros bolsillos del costo de medicamentos y alimentos de los que no podemos prescindir.

Todos hechos inocultables que generan angustia, desazón y un evidente menoscabo de la calidad de vida, que no son una mera sensación.

Es lisa y llanamente la comprobación de lo qué está ocurriendo social y personalmente, más allá de las interpretaciones que nos propongan o que cada uno extraiga de los hechos.

Pérdidas y ganancias

Todos hacemos balances de lo que nos acontece, advertimos lo ganado y lo perdido, así como las probabilidades de progresar en la dirección que nos hemos propuesto.

En igual sentido nos planteamos los obstáculos que se nos presentan o las posibilidades que se nos brindan, para desentrañar el resultado de ese balance.

Las consideraciones que aquí se refieren a lo personal, son válidas –y necesarias- en lo social. Independientemente de nuestro particular interés comunitario, lo cierto es que como seres sociales imposible es abstraerse del contexto común en el que nos desenvolvemos.

Animados por sentimientos solidarios o meramente egoístas, nuestro devenir está íntimamente ligado al de la sociedad a la cual pertenecemos, cuyo destino inexorablemente habrá de afectar, sino a todos, a la gran mayoría que la conforma.

Extraviados en la neblina

La Historia nos sirve para valorar éxitos y fracasos, analizar sus causas y consecuencias, detectar analogías. Una mirada retrospectiva integral es indispensable para entender la realidad actual, como para prever lo que es factible que suceda. Así como sería un desatino soslayar lo ocurrido, tanto más resultaría de ignorar lo que está ocurriendo y lo que se anuncia ocurrirá.

La merma del salario real (superior al 17%), la destrucción de empleo (decenas de miles de puestos de trabajo), la inviabildad de la industria y la apertura indiscriminada de la importación sustituyendo la producción nacional, la caída abrupta del consumo con su impacto negativo en la actividad mercantil (todo ello generador del cierre de cientos de empresas).

La retracción del gasto social por el Estado, las medidas para el ajuste fiscal -que nos exigen- cuyas variables recaen sólo en las capas medias y bajas sin dirigirse a los sectores con mayor capacidad contributiva. La evaluación de recortar más aún las jubilaciones como de reducir sus beneficiarios y posponer –o dificultar- el acceso al sistema de cobertura previsional.

Hechos que se difuminan en la bruma mediática que nos impone una agenda pautada de “oportunos descubrimientos” de pasados fenómenos de corrupción, unidireccionales, que se presentan ante cada fracaso del rumbo político y del caos económico consiguiente, adicionando una condena previa al juzgamiento de los imputados.

Los evasores seriales, los responsables de fugas de capitales, los que mantienen sus fortunas en paraísos fiscales, los beneficiarios de blanqueos sin costo ni exigencia de repatriar esa porción de su patrimonio, los que se nutrieron de la succión viciosa del Estado, nos lo presentan como víctimas y colaboradores de la Justicia bajo la figura de “arrepentidos”, consolidando así su histórica impunidad.

La cartelización no tiene origen estatal, sino que es una construcción inherente al sector privado, definida como la conducta o actuación de grupos empresariales que pretenden manipular la libre competencia, monopolizando sectores de la economía (salud, alimentación, servicios públicos esenciales, finanzas). Se trata de oligopolios, formadores de precios, depredadores del bien común con el objeto de maximizar ilimitadamente sus ganancias.

La obra pública no es una excepción, la cartelización siempre ha tenido el mismo origen, favorecida además por el reducido número de empresas –o consorcios- que posee capacidad suficiente para lleva adelante grandes emprendimientos.

Nadie puede, razonablemente, admitir que si existieron coimas no hubo sobreprecios que las comprendían, tanto como incremento de las ganancias de los empresarios beneficiados sideralmente mayores a aquéllas.

Difícil será aceptar por qué no se ha efectuado una auditoría general de toda la obra pública del período sospechado, como lo demandaron recurrentemente quienes hoy son condenados anticipadamente por la prensa hegemónica.

Más complicado es concebir que mediando tamaños “saqueos” que nos instalan para moldear un sentido común acrítico, nuestras vidas hayan transcurrido en ese lapso en condiciones muy superiores a las actuales; que se haya registrado el déficit fiscal y el nivel de endeudamiento externo más bajo de los últimos 40 años; que los salarios no hayan sido erosionados por la inflación como sucede hoy; que se haya ampliado sustantivamente el acceso a la salud, a la educación, al empleo o al consumo de bienes hasta entonces reservados a unos pocos.

Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver, pero es mayor aún la ceguera del que mira con un solo ojo que no es el propio.