A pocos días de la ratificación que tuvo en el Congreso el Convenio Marco de Cooperación en Materia Económica y de Inversiones entre la República Argentina y la República Popular China, me parece pertinente comenzar la columna recordando que esta relación estratégica fue iniciada en el año 2004 por el entonces presidente Néstor Kirchner y su par de China, Hu Jintao. La misma, desde su comienzo, fue abordada por ambos países con una visión "estratégica" a la que luego, con los recientes encuentros entre los jefes de Estado Cristina Kirchner y Xi Jinping, se le adicionó el concepto de "integral" en el sentido que va más allá de lo comercial, tecnológico y científico, y se extiende hacia las relaciones políticas.
Lo anterior implica compartir posturas en organismos internacionales como la ONU, la OMC y el G20 para defender los intereses comunes de los países en desarrollo e "impulsar la evolución del orden internacional hacia una dirección más justa, equivalente y racional", tal como lo expresa el acta de la primera reunión de la Comisión Binacional Permanente entre ambos gobiernos. Objetivos que nunca dejaron de estar presentes en el accionar de nuestro Gobierno nacional.
En su discurso inaugural de las Sesiones Ordinarias del Congreso de la Nación para el 2015, Cristina Kirchner señaló, en referencia a los cambios geopolíticos del mundo actual, que la República Popular China va a ser el actor económico más importante, si ya no lo es, del mundo. En concordancia con las palabras de la primera mandataria, un reciente informe de la CEPAL señala que en 2014 el PIB del país asiático medido en Paridad de Poder Adquisitivo (PPA) habría superado al de los Estados Unidos, transformándose en la primera economía del planeta. El mismo documento sugiere luego que "uno de los desafíos clave para la región en las próximas décadas será avanzar hacia una aproximación más concertada a China" ya que los cambios económicos que se están produciendo al interior de ese país podrían traducirse en una creciente inversión china en el exterior, al tiempo que el incremento del consumo en ese país abriría una oportunidad interesante para diversificar las exportaciones latinoamericanas hacia ese país.
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Esto último cobra mayor relevancia al analizar de forma pormenorizada los flujos de comercio e inversión entre China y Latinoamérica. En cuanto al intercambio de bienes se observa que, a diferencia de lo que ocurre con las ventas al resto del mundo, más de la mitad de las exportaciones de la región al gigante asiático se concentran en tres sectores: cobre, hierro y soja; y a su vez, Brasil, Argentina y Chile realizan la mayor parte de estas ventas. Intercambio que conlleva los riesgos propios de los mercados de productos básicos relacionados con la propensión a grandes fluctuaciones de precios, razón por la cual, a pesar de que China continúa creciendo como destino de exportaciones, este flujo se desaceleró en valores absolutos durante los últimos años por la caída de los precios internacionales.
En lo que hace a las inversiones provenientes de China, las más relevantes tienen que ver con las denominadas fusiones y adquisiciones de empresas ya existentes, habiendo sido Argentina y Brasil los principales destinos en los últimos años. La particularidad de estas operaciones es que, de las 14 firmas involucradas, 12 son estatales, lo que demuestra la importancia estratégica que el gobierno chino le asigna a la región. A su vez, siete de los diez mayores acuerdos consistieron en la compra de firmas que pertenecían a empresas norteamericanas o europeas, denotando un cambio geopolítico importante en el que los capitales asiáticos pasan a tener cada vez mayor preponderancia en las empresas de la región, en detrimento de los provenientes de los países centrales.
Finalmente, el monto de créditos provenientes de China a la región alcanzó los 22.100 millones de dólares sólo en 2014, cifra superior a los 20.000 millones de financiación recibida durante ese año a través del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, en conjunto.
El portal Inter-American Dialogue, entre cuyos directores se encuentran la actual presidenta chilena Michelle Bachelet y la secretaria ejecutiva de la CEPAL, Alicia Bárcena, publica un informe en el cual se analiza el destino de los flujos financieros asiáticos hacia los países latinoamericanos en el periodo 2005-2014. El mismo señala que más de un 40% se canalizó hacia obras de infraestructura, seguidos por aquéllos destinados a inversiones en el sector energético, habiendo sido los principales países receptores Venezuela, Brasil y Argentina.
Estos datos no hacen más que mostrar el importante cambio cualitativo que experimentaron estos tres países a partir del ingreso a sus respectivos gobiernos de administraciones con objetivos diametralmente opuestos a los vigentes durante los noventa, cuando la prioridad era el endeudamiento con un único objetivo: refinanciar deuda.
Todo indica que esos ideales políticos son los que influyen en las críticas lanzadas por varios referentes de las grandes empresas industriales locales, como por ejemplo las declaraciones del actual vicepresidente de la UIA, Juan Carlos Sacco, quien efectuó observaciones críticas hacia el actual convenio con China, en las que aseguró que el sector está "angustiado, aunque no desesperado" y agregó que "la UIA jamás en la historia se negó a un acuerdo bilateral. Cuando vino el ALCA participamos. Cuanto más se abra el mercado mejor". Una afirmación poco feliz al tener en cuenta las nefastas consecuencias que hubiese tenido para la industria argentina la "libre competencia" con las grandes corporaciones manufactureras norteamericanas. En cuanto a las relaciones de nuestro país con China, agregó que la preocupación del sector no recae en que "vengan a armar la represa 100 ingenieros chinos, el problema es si hay un libertinaje de chinos llegando a la Argentina y dentro de unos años son mucho más que nosotros porque en la lógica puede pasar".
La "lógica" de este acuerdo dista mucho de involucrar la pérdida de soberanía a través de la sumisión a las normas comerciales que nos imponen los más poderosos, o al ingreso indiscriminado de trabajadores foráneos, como se plantea desde la oposición. Se trata de negociaciones que están a la altura de las efectuadas por otros importantes países latinoamericanos y que por sus características deberían traducirse en creación de empleo y en la mejora de la calidad de vida de los argentinos.