Lo que no se banca más

El escrutinio definitivo marcó una victoria aplastante del Frente de Todos. Sin embargo, ahora viene el desafío más difícil: transformar el triunfo electoral en uno cultural.

07 de octubre, 2019 | 11.30

En el corazón de Recoleta, vecinos y vecinas bailan, festejan y corean con fuerza una melodía pegadiza que finaliza con un contundente: "¡Si vos querés, Larreta también!". En la otra punta de la Ciudad, miles de jóvenes se juntan para gritar: "¡No se Bancan Más!". Mientras que en un auditorio colmado, Cristina presenta Sinceramente en el mismo momento que Alberto le estrecha la mano al primer indígena en llegar al gobierno en Bolivia.

Del otro lado, un presidente sacado se enoja con los ciudadanos por votar al populismo, una ministra se enorgullece de la mano dura y con el pecho inflado le dice a los pobres que su hambre es una mentira mientras que un candidato a vicepresidente acusa de MARXISTA! a quien se le cruce en su camino. ¿Qué sucedió con esa derecha que hace apenas unos años entusiasmaba a gran parte de la sociedad con la buena onda, el cambio y los globos de colores? ¿Cómo fue que pasó del "Sí, se puede" a la Doctrina Chocobar? ¿de la revolución de la alegría al temor por perder la República?  Pasaron cosas… es cierto, pero ninguna es casualidad.

El resultado de las PASO sacudió el mapa político y puso un freno al ascenso meteórico de aquel partido urbano que nos puso de frente a un hecho inédito en nuestro país: la asunción de un gobierno de derecha a través de elecciones libres. Un partido que además supo captar, a partir de un discurso desideologizado, a una parte importante de la sociedad que post 2001 hacía de la anti-política un modo de vida y ser unas de las vanguardias de las derechas de América Latina.

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El escrutinio definitivo marcó una victoria aplastante del Frente de Todos. Sin embargo, ahora viene el desafío más difícil y es transformar el triunfo electoral en un triunfo cultural. Este triunfo no es menor, porque si un “triunfo electoral” logra convertirse en un “triunfo cultural” es un aporte significativo en la lucha de ideas, en la disputa por el proceso hegemónico, es decir, por los valores, las formas de ver el mundo y el sentido común que predomina en una sociedad. Es una contribución decisiva para superar definitivamente, la filosofía política que encarnan Durán Barba y Marcos Peña, que deja una pesada herencia económica y también cultural.

Y ese triunfo se construye si se involucra al conjunto de la sociedad en un nuevo debate social que pueda transformar la bronca en esperanza, que sea capaz estimular una democracia de alta intensidad, que pueda recuperar el quehacer político como práctica transformadora y que haga de las acciones colectivas una forma de disputar la individualización que nos impuso una cultura exitista y frívola

La lucha por el sentido común se vuelve imprescindible porque fue una de las limitaciones más importantes que tuvieron la mayoría de los procesos populares del siglo XXI ; no acompañar la redistribución de la riqueza con una intensa politización social. La ausencia de una revolución cultural que transforme radicalmente las lógicas que tenemos de organizar el mundo trae, como una de sus principales consecuencias, que las nuevas clases medias sean portadoras del viejo sentido común conservador.

A las élites del siglo XXI ya no les alcanza con tener a un porcentaje de la clase trabajadora desempleada para que sea el “banco de reserva” que le permita disciplinar y nivelar para abajo los salarios de la mano de obra ocupada. Ahora también invitan a disfrutar de las bondades de pertenecer al estamento de meritócratas, y a las millones de personas inmerecidas que no son útiles en el nuevo proceso de producción se las convierte en un residuo social amenazante y peligroso. Inclusión o exclusión, esa es la cuestión. Se es parte o no se es. Ingresan a la modernidad –y a la existencia misma– quienes son capaces de consumir; quienes no lo son pierden la condición de sujeto productivo. Las personas cuentapropistas, vendedoras ambulantes, changueras y tercerizadas –más de un tercio de nuestro país– transitan un peligroso equilibrio entre el ser o el no ser al que las someten las gestiones eficaces de los CEO.

Además, las nuevas élites elaboran valores y sentidos identitarios que conectan con una parte significativa de la sociedad, especialmente con los sectores medios urbanos. No son apenas buenas estrategias de marketing, sino la esencia de una política que propone opciones innovadoras y que hace de los conceptos de modernización, meritocracia y emprendimiento, pilares fundamentales para el desarrollo de su proyecto histórico.

Y es sobre esta ilusión que se monta el relato de que aquello que se obtuvo fue producto de esfuerzos individuales y no de políticas de un Estado presente, y, por lo tanto, que se trata de aspirar a mejores niveles de consumo, ya garantizadas las condiciones mínimas de vida material. Sin embargo, el “Cambio” no remite sólo a la posibilidad de consumir más y mejor, sino también a la posibilidad de transformarse interiormente. La penetración de un relato posmoderno vacío, que fetichiza lo privado y sólo apela al derecho individual como forma de elevar el bienestar, genera un nuevo tipo de subjetividad, un desplazamiento en las expectativas de los individuos. Por eso puede afirmarse que el macrismo existe antes de Macri: porque de algún modo expresa subjetividades propias del siglo XXI.

Si algunos de los valores que le permitieron a la élite gobernante conectar con amplios sectores medios urbanos fueron la cultura entrepeneur, la modernización, los timbreos, el punitivismo recargado, las mascotas, la meritocracia, los “ciudadanos de bien”, la autorrealización y meditación, el entusiasmo por hacer, la política de la apolítica, entonces es allí donde la batalla cultural deberá dar respuesta.

Porque lo que está en disputa no es sólo una dimensión económica, sino una forma de comprender las transformaciones en el mundo del trabajo: en nombre de la modernidad y la libertad se pretende consolidar un fenómeno de precarización feroz; en nombre de la autonomía, la autorrealización se transforma en una autoexplotación descarnada. La meritocracia, si no hay un Estado que garantice condiciones de igualdad, es una estafa sin precedentes y una forma de individualizar problemas colectivos. A modo de ejemplo, si se concibe que un joven de RAPPI es un “micro empresario”, la intervención del Estado será poca o nula. En cambio, si se admite que es un trabajador en relación dependencia se buscará regular la actividad y garantizar condiciones de trabajo dignas

Las alternativas políticas que se ejecuten para sacar al país de la profunda crisis en que se encuentra, deberán desplegar una estrategia que integre otro enfoque cultural y económico, ya que ambos configuran qué tipo de sociedad se pretende ser.

Es evidente que las nuevas derechas construyen relatos que, si bien activan ilusiones, no por eso dejan de conectar con ciertas expectativas de progreso que, legítimamente, pretende alcanzar cualquier ciudadano. Si no construimos nuevos imaginarios de progreso como alternativa a lo que ofrece la anarquía del mercado neoliberal, difícilmente puedan surgir proyectos emancipadores que conecten con alguna fibra sensible.

En ese sentido, es imprescindible poner en primer plano aquellas demandas latentes de la sociedad, aquellos nuevos –y en algunos casos no tan nuevos– emergentes que han desbordado las calles en estos últimos años, como el movimiento feminista, los colectivos socioambientales, les trabajadores de la economía popular, les usuaries que se organizan contra las tarifas abusivas y les inquilines que se movilizan contra los alquileres impagables . Nos referimos a sujetos que fueron tratados por la cultura política argentina como sectores que no disputaban poder, cuando en realidad la centralidad de sus luchas es radical: confrontan con las formas de desposesión actuales y encarnan formas de resistencia a la precarización estructural de la vida que propone el neoliberalismo cool.

La aparente victoria cultural e ideológica de una hipermodernidad neoliberal que aniquila personas, identidades, naciones y territorios es el mayor incentivo para una apuesta fuerte a la unidad, la diversidad y la creatividad. Una apuesta a deconstruir aquellos mitos que naturalizan la desigualdad y la injusticia.

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