¿Quién no leyó en estos días que “Mauricio le sacó a los pobres para darle a los ricos, y Alberto le saca a los ricos para darle a los pobres”? Una afirmación que aunque no sea necesariamente cierta, ilustra con sencillez el profundo cambio de modelo que se propone realizar el gobierno de Alberto Fernández. Y sugiere algo más: que todos los gobiernos, del signo político que sean, deciden quiénes serán sus aliados sociales y quiénes sus adversarios. Escriben de un lado de una hoja imaginaria quiénes serán los destinatarios inmediatos y no tan inmediatos de sus políticas, y del otro lado de la hoja quiénes deberán esperar, o bien quiénes deberán ceder para poder cumplir con lo anterior.
Cualquier modificación de las posiciones sociales adquiridas por los diferentes sectores de nuestra sociedad, desde su participación en la distribución del ingreso hasta su status simbólico, debe ser atendida por la política. La política no es necesariamente un juego de suma cero, ni un nosotros contra ellos perpetuo, aunque eso nos pareció durante el largo ciclo de polarización que los argentinos y argentinas venimos de vivir. También es una herramienta formidable para viabilizar cambios sociales, para atraer a los ajenos sin dejar de cuidar a los propios, porque la política también repara.
Si algo resultó decisivo para el gobierno de Cambiemos, y sorpresivo para muchos, fue que la desigualdad que consagró en nuestra sociedad vía una profunda distribución regresiva del ingreso formó parte de un relato que le dio sentido y que posibilitó el apoyo de vastos sectores sociales, incluso los perjudicados. Hizo naturales, tolerables y hasta deseables esas desigualdades, y las últimas elecciones nos mostraron que ese modelo continúa siendo apoyado nada menos que por el 40% de la población.
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Fernández asume sin tener, aún, un relato que acompañe y viabilice las urgentes políticas reparadoras que debe implementar. Su gobierno debe reconstruir el lazo social destruido por la catástrofe que deja el macrismo, comenzando por una urgente transferencia progresiva de ingresos. El slogan “empezar por los últimos para llegar a todos” nos advierte, precisamente, que si no empezamos por los más postergados, el edificio en riesgo de derrumbe que es hoy nuestra sociedad colapsará. Pero no debemos olvidar que en gran parte el modelo del macrismo se apoyó en un sentido común que afirmaba, por ejemplo, que “los más postergados” eran responsables de serlo. Y que el 40% de la población votó a Macri aún cuando ya era evidente que su modelo de sociedad era el de una fábrica de pobreza.
La ausencia, por el momento, de un relato que legitime y acompañe las políticas públicas de redistribución progresiva del ingreso, que les dé sentido más allá de la coyuntura, es fundamental. Y como está pendiente, a la natural reacción de los distintos sectores sociales por la pérdida de posiciones adquiridas, se agrega un grado extra de crispación, provocando las reacciones esperadas y otras inesperadas. Entre estas últimas, por ejemplo, la de parte de sus recientes votantes, la de los propios.
Durante el largo ciclo de polarización que venimos de vivir los argentinos vimos que la política puede dividir y demonizar. Pero la política también tiene el poder de reparar, de construir comunidad, de disputar sentidos y construir nuevos. Alberto Fernández, como buen político profesional, lo sabe. Al ponerse la gorra de Braian Gallo, al acompañar a la ex vicepresidenta Gabriela Michetti en su silla de ruedas minutos antes de jurar como presidente, al abrazarse con Macri en Luján, al escribirle mensajes trasnochados y de aliento a sus seguidores en sus redes sociales, Fernández no está haciendo otra cosa que construir nuevos lazos de solidaridad, nuevas formas de crear comunidad en plena devastación social.
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La política reparadora es importante siempre, pero es imprescindible en tiempos de profundas carencias materiales y de urgencias impostergables, como los que vivimos y los que se vienen. Cuando no hay posibilidades de establecer compensaciones materiales para todos, es fundamental reforzar compensaciones políticas y simbólicas. Las políticas públicas que vinieron y vendrán, que inevitablemente afectarán a distintos sectores sociales, entre ellos, tal vez también a los propios, deben ser acompañadas de gestos políticos contundentes de política reparadora. Y de una comunicación que contenga un formidable esfuerzo pedagógico, y que sea capaz de mostrar cómo y por qué “empezar por los más postergados” nos beneficiará, inevitablemente, a todos. Y, sobre todo, de un discurso alejado de la superioridad moral, de la jerga meramente técnica y de la culpabilización del otro.
Ni Macri benefició sólo a “los ricos” ni Alberto beneficiará sólo a “los pobres”. Durante varios años creímos lo primero y no logramos ver cómo el macrismo cosechaba adhesiones que atravesaban verticalmente a nuestra sociedad. No dejemos que se reduzca a este peronismo a “partido de los pobres”, olvidando la esperanza de reparación que gran parte de las clases medias, por ejemplo, depositaron en él.
Atraer a los ajenos y cuidar a los propios. La política también puede hacer eso.
*Paula Canelo es socióloga. Autora de ¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos, Siglo XXI Editores.