La negación

26 de abril, 2017 | 20.05

Todo modelo excluyente necesita de un dispositivo de la negación. Primero del otro como sujeto de derecho para transformarlo en un ser estigmatizado, perseguido, hambreado. Una cosa. La legislación de la opresión completa la tortura infinita con el antifaz de la democracia. La historia es vieja. La primera Ley que perseguía a “los vagos” fue en el Medioevo. La Corona española legitimó en 1369 la detención de los indigentes en hospicios para encerrarlos de por vida. ¿Por qué? Porque no producían para el sistema. Algo similar se pretende hacer hoy en día con el proyecto de Ley de Reforma del Código Penal 1495/2017, que penaliza la protesta social y pretende encerrar en cárceles por hasta 10 años a los piqueteros.

Mauricio Macri tiene una notable inclinación por las rejas. Amenaza con la prisión a los opositores y su gestión insiste con la negación de los desaparecidos en la dictadura cívico-militar. El ministro de Educación, Esteban Bullrich protagonizó la relativización del Holocausto en la casa de Ana Frank. Y para colmo es un defensor del exterminio indígena de Julio A. Roca en la Patagonia.

Quizá estos exponentes de la barbarie deberían leer a Jorge Luis Borges. El 22 de julio de 1985 publicó en el diario La Nación una crónica sobre el horror que padeció Víctor Basterra, sobreviviente de la ex ESMA. Fue luego de una extenuante jornada del Juicio a las Juntas que inició el recordado gobierno de Raúl Alfonsín.

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“He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de tortura cotidiana. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha –escribió Borges- . No había odio en su voz. Bajo el suplicio, había delatado a sus camaradas; éstos lo acompañarían después y le dirían que no se hiciera mala sangre, porque al cabo de unas ´sesiones´ cualquier hombre declara cualquier cosa. Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día. Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca. De éste o del otro lado de los barrotes siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno. Stevenson creía que la crueldad es el pecado capital; ejercerlo o sufrirlo es alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia. Los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira. La cárcel, es de hecho, infinita”.

Esta constelación del sufrimiento que describe Borges es constantemente negada por el macrismo. Tan lejos llegó la diatriba negacionista, que la semana pasada una banda de presuntos nazis (¿o acaso serían policías?) pintó con cruces negras las siluetas de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en una plaza de San Cristóbal. Al cierre de esta nota -lunes 17 de abril- otro acto salvaje ocurrió en Avellaneda donde taparon los rostros de las Madres en un mural.

Lo que no podrán tapar es el testimonio de Basterra. Durante su cautiverio fue obligado por los represores a confeccionar documentación falsa que era utilizada por las patotas de secuestradores en sus viajes sangrientos. Basterra guardó una copia de cada foto que tomó a los torturadores. Esas imágenes que la víctima logró sacar de la ex ESMA de forma clandestina sirvieron para juzgar y condenar a los genocidas. “Soy un tipo molesto, primero me dejaron vivo, segundo los recontra cagué, y tercero los puse en evidencia en toda su dimensión”, contó Basterra.

“De las muchas cosas que oí esa tarde –continuaba Borges en julio de 1985- y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno (N.de la R: El capitán de la Marina, Jorge Eduardo Acosta) y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de cinismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal”.

Idéntica inocencia que provocó que Ernestina Herrera de Noble, Héctor Magnetto, y Bartolomé Mitre hayan sido exculpados en la causa Papel Prensa. La misma inocencia que motiva al secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj para no apelar el fallo. La inocencia que surca 40 años, cuando los hermanos empresarios Carlos, Rodolfo y Alejandro Iaccarino fueron detenidos-desaparecidos por el Grupo de Tareas de Miguel Etchecolatz y Antonio Musa Azar, quienes los despojaron de todos sus bienes y hasta hoy mantienen amenazados de muerte a los sobrevivientes.

“Aprendí a reconocer la completa y primitiva dualidad del hombre; Me di cuenta de que, de las dos naturalezas que luchaban en el campo de batalla de mi conciencia, aun cuando podía decirse con razón que yo era cualquiera de las dos, ello se debía únicamente a que era radicalmente ambas”, Robert Stevenson, “El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde”.

Borges no mentía. Aprendió a escuchar el mal desde el fondo del espanto.-