Intelectuales

Estar adentro o afuera, ubicarse por arriba o en medio de los dos polos. Dónde y cómo los intelectuales se posicionan frente al antagonismo político.

23 de noviembre, 2019 | 22.00

Es muy difícil construir una definición de conjunto de los acontecimientos sociales que recorren el país, la región y el mundo. Los conflictos abarcan un amplio abanico temático y son protagonizados por una amplia variedad de sectores sociales. Algo, sin embargo, es innegable: la presencia del antagonismo político. No es fácil definirlo ni explicarlo, pero se trata siempre de la existencia de un pueblo y de la percepción de que ese pueblo tiene enemigos, opresores. En nuestra región está claro, desde la perspectiva popular dominante desde el comienzo de este siglo que, aunque cada pueblo use nombres distintos para designarlo, el poder colonial y la concepción neoliberal del mundo ocupa ese lugar. 

¿Cómo pensar lo que está ocurriendo? La sociedad moderna encarga esa tarea a los “intelectuales”. ¿Quiénes son los intelectuales? Aquí, el problema es que quienes los definen son, ellos mismos, intelectuales. Ahora bien, en principio no hay nadie que no sea un intelectual, tanto en el sentido de usar la inteligencia en su trabajo, como en el de tener una determinada idea sobre el mundo en el que vive. Sin embargo, aun cuando sea difícil definirlos, hay intelectuales. Intelectuales son los “expertos” y los ideólogos. Unos ofrecen saberes específicos y más o menos sistemáticos y otros son creadores y/o divulgadores de una determinada interpretación del mundo o de algunas de sus regiones específicas (el mundo político, el mundo cultural y otros)

Para ser escuchado, el intelectual necesita ser creíble. En el caso de los ideólogos esa credibilidad está vinculada con un curioso rasgo que se llama “objetividad”. Es decir que la opinión del intelectual tiene que estar despojada de todo interés subjetivo y solamente guiada por el sentido de la verdad. Ahora bien, en tiempos de antagonismo, la verdad es un objeto de disputa. Es la centella que brota del choque entre dos espadas, según decía Nietzche. ¿Dónde tiene que situarse entonces en el intelectual? Puede estar en uno de los polos del antagonismo o estar “fuera” del antagonismo. Una manera de estar fuera es estar en el medio. Ahora bien, estar en el medio puede significar exponerse al fuego de ambos combatientes. Por eso el lugar del intelectual (el sueño del intelectual) es estar “arriba” del antagonismo, aun cuando pueda tener alguna simpatía con uno de los bandos. 

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En apariencia es razonable esa colocación en la busca de la “objetividad” del investigador. El problema de esto es que en los asuntos humanos no hay un “arriba” posible. Todos somos al mismo tiempo sujetos y objetos políticos. Y hablando de la “previsión” política, supo decir Gramsci que “solo en la medida en que el aspecto objetivo de la previsión está vinculado a un programa, adquiere objetividad”. Afirmación francamente desconcertante; cómo puede ser que un “programa”, es decir una voluntad subjetiva, pueda dotar de “objetividad” al análisis. Lo explica así el político-intelectual italiano: “1) porque sólo la pasión agudiza el intelecto y contribuye a tornar más clara la intuición, 2)…porque prescindir de todo elemento voluntario o calcular solamente la intervención de las voluntades ajenas como elemento objetivo del juego general mutila la realidad misma”. Para Gramsci la intervención política activa no solamente no es un escollo para la objetividad sino que es la condición de esa objetividad. De esto se deduce que la pretensión de situarse arriba de los conflictos, aun cuando fuera posible, no es ninguna ventaja intelectual sino un obstáculo. La “toma de partido” en los acontecimientos, la voluntad política de intervención activa es, según esta visión gnoseológica, una condición de la objetividad. 

Claro que la definición política conduce necesariamente a ocupar un lugar en el antagonismo, con los riesgos de todo tipo que eso significa. Hasta cierto punto esa definición pone en crisis el lugar del intelectual y hasta su propia existencia como tal. Y en nuestro tiempo de centralidad política de los grandes emporios comunicativos cunde la necesidad de adaptar el habla a las necesidades de esas maquinarias. En otras palabras, para poder circular en el mundo la palabra tiene que despertar algún interés en esos medios. Y está muy claro que el sistema de medios, lejos de estar por encima del conflicto, es parte esencial del mismo. Porque el antagonismo tiene en su centro nada menos que el dominio de la verdad. Y no de cualquier verdad sino de la verdad política. Por eso para colocarse en el lugar de la verdad hay que apartarse de cualquier “mirada de partido”. El “partido” pasa a ser sinónimo de simplificación, de espíritu sectario y reacio a admitir la complejidad de lo social.

La cuestión, finalmente, es saber de qué hablamos cuando hablamos de la verdad. En los asuntos de los seres humanos, la verdad es siempre conflictiva. Su enunciado no puede estar divorciado de la cuestión de qué es una vida buena, individual y colectiva. En algún momento se llamó a eso “utopía”. Después de la implosión comunista supimos de los riesgos del pensamiento utópico. Sin embargo, la idea de conquistar la justicia, la dignidad y el mayor grado de igualdad entre los que estamos vivos y la defensa de la habitabilidad del planeta para las generaciones venideras parece ser una buena brújula para la búsqueda de esa verdad política.