Escenas de la vida gendarme 2

Se ven escenas de vejaciones todo el tiempo a toda hora en el barrio. La violencia sigue presente, ejercida por fuerzas con una infraestructura muy diferente a la de una bandita de pibes irreverentes.

16 de noviembre, 2019 | 22.18

A raíz de la anterior columna publicada en El Destape, donde relataba algunos detalles de cómo es la convivencia con la Gendarmería nacional en un barrio popular, recibí algunos mensajes de distintos efectivos de dicha fuerza, donde se quejaban de una supuesta feroz parcialidad mía. Me acusaban de alimentar prejuicios sobre ellos y a su vez me pedían que hable de “la otra parte”, es decir, que cuente las demás tareas que cumplen en los barrios. Y nobleza obliga, esa otra parte reclamada existe y efectivamente en mi columna no apareció.  

Un gendarme es un trabajador más, es una de las tantas piezas (aunque de las especiales) del engranaje en la división social del trabajo.También vale remarcar que la imagen positiva de la Gendarmería para los vecinos de los barrios es más alta que la negativa. En la mayoría de los barrios se expresa poca o ninguna hostilidad hacia los efectivos, reina la gratitud y camaradería. Muchos vecinos se sienten protegidos por ellos. No tienen problemas, dicen, con ser requisados de pies a cabeza hasta unas 10 veces al día, cuando tienen la osadía de salir de sus hogares. Los enemigos no son los gendarmes, piensan esos vecinos, sino “los pibes”, segmento que no se define por cuestiones etarias sino más bien morales y estéticas. Son ese grupo que posee la soberanía del mal, de quienes los gendarmes vienen a salvarlos. Ese sentimiento no nace de un arrebato de abstracción, los vecinos quieren vivir tranquilos y adjudican la falta de tranquilidad solo al segmento de “los pibes malos”. Los vecinos recuerdan tiempos en donde a ciertas horas si eras de tal sector del barrio no podías dirigirte hacia tal otra, sus ojos han visto torrenciales de terror. Pero hay una gran hipocresía en considerar que gracias a la Gendarmería el barrio recuperó la paz. Hoy tampoco se puede transitar libremente a tales horas por sectores concretos del barrio, debido a que lo más probable es que te frenen, revisen y maltraten los gendarmes. Y que no se te ocurra tener una tuca encima, ahí las consecuencias pueden ser demenciales. Hoy se ven escenas de vejaciones todo el tiempo a toda hora. La violencia sigue presente y bien visible. Ejercida por fuerzas equipadas y con una infraestructura muy diferente a la de una bandita de pibes irreverentes.

Pero no todos los gendarmes se comportan como si fueran rapiñas hambrientas de infligir dolor, hay oficiales que tienen un trato amable con los vecinos. Existen los que se han enamorado en las mismas villas donde reprimen. Hay otros que hamacan a los niños en las plazas. A veces el mismo gendarme que te verduguea a la mañana es el que a la tarde va a llevarte a la salita de primeros auxilios, llegado el caso de que te suceda algún accidente a vos o alguno de tus seres queridos. Ellos también arman sus asados y hasta comparten la misma mesa con los vecinos. 

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Por más que las Fuerzas de Seguridad quieran ser autárquicas y autogobernarse no lo saben hacer, por más que quieran no poseen criterio propio, su naturaleza misma es la cadena de mando, es ejecutar las órdenes de arriba. Obedecen, luego existen. Creer que los oficiales tienen poder de veto en la cúspide de la pirámide social es absurdo. Son la mano de obra barata en la industria de la violencia. Y que provengan de las clases subalternas y excluidas es una condición excluyente. La guerra de pobres contra pobres es una inversión con grandes ganancias aseguradas y factible desde los albores de la civilización.

El origen de los gendarmes no deja de ser previsible, la gran mayoría de ellos provienen de lugares remotos y de extrema pobreza, la posibilidad de entrar a la fuerza es un atajo directo a la seguridad social. Pero las razones por las cuales alguién que proviene de la pobreza trabaja de represor y verdugo de otros pobres no se explica sólo desde la necesidad y la urgencia economica, si bien este es un factor determinante y absoluto en muchos casos. Hay otras razones subjetivas e inmateriales que se mezclan con la penuria material. Hay una misión heroica que sienten cumplir, son células valientes saliendo de los órganos para extirpar como finos cirujanos la materia defectuosa del cuerpo social.  

El paradigma de estos días es la filosofía represiva más arcaica y primitiva, una proclama reaccionaria y conservadora erecta en medio de avances civiles inéditos en la historia humana. El monstruo estaba viejo pero lo han rejuvenecido. Los fascistas salieron del closet, se escaparon de las tierras del sentido común, para volver a construir un poder de acero que no pretende edulcorar en nada su discurso. Los motiva sentirse en una cruzada religiosa. Dios volvió a resucitar. Y dios tiene que vencer.

Hasta ciertos años atrás era imposible vivir en un barrio y encontrar a alguien que diga en público que quería ser policía (o gendarme, prefecto, etc) sin despertar carcajadas y burlas. Hoy es felicitado. El reino de los símbolos ha sido tomado por la filosofía de la seguridad. Una seguridad que ya no le alcanza con proteger la propiedad privada sino que debe barrer, ridiculizar y amputar del escenario público los discursos progresistas y de izquierda. Vivimos una remake digital de décadas fulminantes. Es un fuerza que invoca  al brío que ha atravesado al siglo 20, que sabe que el garrote siempre ha funcionado, que sembrar el terror cosecha temor y egoísmo, que los pueblos reprimidos no suelen contraatacar, que ante las masacres preferimos claudicar. Las redes sociales en todo caso podrán demorar el asunto pero no frenarlo. Véase las imágenes del horror más brutal en Chile, loopeadas en twitter, pero que hasta ahora no han servido para frenar la carnicería. Está claro que ni la repercusión, ni la posibilidad de denunciar en tiempo real lo que sucede evita un desenlace sanguinario. Tampoco la multitud en la calle es una garantía por sí misma, como mucho ralentiza la injusticia pero no la detiene. 

Hay algo que se ha metido en el fondo del ser, que ha germinado en nuestras conciencias, una gran parte de la población desea represión, calma su agobio existencial viendo sufrir físicamente a otros. Ninguna imagen viral es más potente que el deseo y más aún cuando ese deseo es genuino y colectivo. La derecha ahora también sale a la calle, marcha y toca sus bombos. Perdió la vergüenza de declarar las cosas más intolerables.

Muchos de los pibes en los barrios populares que son agredidos por las fuerzas de seguridad lejos de estar enojados se echan la culpa a sí mismos. Hasta andan preocupados por el rumor de que los gendarmes se irán a partir del cambio en la administración del ejecutivo.

Cuando la insignia represora traspasó la piel y se mete en el alma, ni el mejor de los gobiernos o la imagen más injusta transmitida en vivo y en directo logran efectos benevolentes. Al anhelo tan digno y humano de vivir en paz y seguros, para saciarlo, por el momento, la única idea que tiene la sociedad es más violencia.