Elecciones 2019: la estrategia electoral de ex Cambiemos, una campaña con muchos demonios y sin promesas

Sin logros para mostrar y a pesar de eso, el oficialismo pelea las elecciones a base de demonizar y discursos. 

27 de julio, 2019 | 22.06

 Se acercan las PASO y el país enfrenta una de las campañas electorales más atípicas desde el regreso de la democracia. Un gobierno que condujo a la economía a una verdadera debacle, que reactivó el endeudamiento externo y la dependencia, que disparó el desempleo y empeoró las condiciones en el mundo del trabajo, conservaría todavía un alto apoyo de la población. Un apoyo que incluso podría transformarse en un triunfo electoral.

  La campaña es atípica porque el oficialismo no sólo no tiene nada para mostrar, sino que tampoco realiza promesas concretas hacia el futuro. La semana que pasó, por ejemplo, la principal oposición fue atacada mediáticamente por haber realizado la única promesa concreta de campaña escuchada hasta el momento: que los jubilados tendrán nuevamente medicación gratuita. Inmediatamente los economistas oficialistas y paraoficialistas estimaron el costo fiscal de la medida y advirtieron sobre la falsa teoría de que cualquier aumento del Gasto es inflacionario. Se trata de un triunfo de la batalla cultural cambiemita, pero también de un discurso que no se aplica a otros gastos igualmente onerosos, como la pauta publicitaria oficial o los intereses de las Leliq. Pero este debate no es el punto, lo que se destaca es que la presente campaña de “Juntos por el Cambio” no promete nada, apenas seguir profundizando el programa del FMI.

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  Al igual que en 2015, la Alianza macrista - radical demoniza a la oposición, a la que hoy presenta, en línea con la política exterior estadounidense, como el cuco del populismo y “la vuelta al pasado”. En 2015 abundaron las operaciones mediáticas. La utilización del suicidio de un fiscal vinculado a los servicios de inteligencia locales y del exterior sirvió para sugerir que CFK era, además de “chorra”, “asesina” (“mataron a un fiscal”). La operación “La morsa”, realizada a través de una asociación ilícita entre legisladores, servicios de inteligencia y la corporación periodística, con el inestimable aporte de algún contrincante interno, asoció a Aníbal Fernández, por entonces candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, con los asesinatos del Triple Crimen de la efedrina y, por extensión, con el narcotráfico. Debe recordarse que una de las banderas imaginarias de Ex Cambiemos en la campaña 2015 fue, precisamente, “combatir al narcotráfico”.

  Pero además de la demonización de la oposición, el famoso “se robaron todo” junto con las operaciones de prensa, en 2015 existieron también promesas muy concretas. Por ejemplo, la sugerencia de que los docentes de la provincia de Buenos Aires debían ganar 40 mil pesos mensuales, que por entonces equivalían a alrededor de 4000 dólares, o sea cerca de 180 mil pesos actuales, que ningún trabajador pagaría impuesto a las Ganancias, que se eliminarían las retenciones y se bajarían impuestos. Por supuesto la prensa no calculó entonces el costo fiscal de estas medidas y mucho menos advirtió sobre sus potenciales efectos inflacionarios. También hubo promesas más generales, como que nadie iba a perder derechos (“no vas a perder nada de lo que ya tenés”), que continuaría la televisación gratuita del fútbol, que se promovería el empleo de calidad y la legendaria “pobreza cero”. Y para coronar, la promesa mayor: “la revolución de la alegría”, dato que bajo la actual zozobra parece casi un chiste. Cambiemos demonizaba, sí, pero también era una máquina de prometer.

  En el presente, en cambio, la única oferta del macrismo es el ajuste infinito del Gasto, lo que implica la destrucción de las funciones del Estado, y el recorte de derechos laborales y previsionales. El carácter atípico de la campaña es que desde el poder el cambiemismo debió reemplazar las viejas promesas por la apelación a la emoción. Proliferan imágenes intuitivas como una presunta explosión de la obra pública, las cloacas, ese asfalto “que se puede tocar” y los carriles exclusivos para el transporte público como panacea de la infraestructura de transporte. Una sola obra en la CABA, por ejemplo, fue mostrada hasta el infinito durante meses. Y todo ello en un contexto de reducción de la inversión pública y de reclamos provinciales por obras viales sin terminar. “Tres empanadas”: la idea de “no redujimos la pobreza pero hacemos obras” no sólo es falsa, también es la exaltación de la “pobreza digna” de “Esperando la carroza”, la célebre película de Alejandro Doria de los primeros años del regreso de la democracia.

  Otra dimensión intuitiva es la asociación de la Alianza oficial como representante de lo moderno frente al pasado y lo viejo. Pocos días atrás fue posible escuchar a la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, hablar de robótica para las escuelas primarias, las mismas escuelas que en muchas zonas del conurbano permanecieron cerradas durante meses por “peligro de explosión” luego de que dos docentes perdieran la vida por un escape de gas. La misma escuela en la que ya no se entregan notebooks.

  El procedimiento emocional es similar al que se utiliza para neutralizar las críticas contra la debacle de la industria. La actividad industrial acumula 14 meses de retroceso y para 2019 se proyecta una nueva baja. Caen todas las ramas, pero especialmente automotriz, textiles, caucho y plásticos. Según reseño el último informe de coyuntura económica de la Universidad Nacional de Moreno, el uso de la capacidad instalada se encuentra en el nivel más bajo de los últimos 17 años. Está claro que el problema no es precisamente la falta de inversión en bienes de capital. Frente a estos números, el discurso oficial sostiene que la industria ya fue, que los dueños de los nuevos tiempos son los servicios y la alta tecnología, una afirmación que se realiza al mismo tiempo que se desarman los programas satelital y nuclear y se desfinancia la ciencia.

  La realidad es que la Alianza macrista - radical no representa modernidad alguna, sino recesión económica pura y dura. La actividad lleva un año seguido de caída. Sólo la cosecha récord de 145 millones de toneladas frenó el desplome en junio, pero sin efecto derrame en el resto de la actividad, con el comercio, la construcción y hasta las finanzas en retracción. Si bien el pico de caída se alcanzó en marzo y tocó fondo en el segundo trimestre, nada indica que a partir de ahora se inicie una recuperación.

  La repetición de la estrategia económica electoral de 2017, básicamente créditos de la Anses, reactivación del Ahora 12 y dejar correr las paritarias, cae esta vez como gotas de agua en el desierto. Son estímulos insuficientes para familias sobreendeudadas y con ingresos recortados. La pérdida de empleos desde que asumió la Alianza macrista-radical promedia los 560 puestos de trabajo por día, mientras que los empleos que se crean son de peor calidad que los perdidos. El resultado global es la caída de la masa salarial que, sumada al ajuste del gasto público, explica la fuerte caída del consumo.

  Si 2015 fue el año del éxito del marketing político, repetir la hazaña en 2019 será la apoteosis del marketing, con el consecuente debilitamiento de la democracia. La oposición emoción versus razón podría volver a funcionar. Evitarlo demandará trabajar hasta el último día.

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