El poder neoliberal comprendió hace mucho tiempo que para imponerse era necesario erradicar la política, transformar el conflicto entre adversarios en una pelea moral que oponga corruptos a decentes, y ganar terreno, en una cruzada antidemocrática, a través del uso instrumental del odio. El odio es un derivado pulsional que posee una fuerza destructora del tejido social, una pasión antidemocrática y patriarcal.
El neoliberalismo precisa producir una subjetividad odiadora, sin pensamiento crítico, que rechace la política, única herramienta que tienen los pueblos para emanciparse. Si bien el odio es más viejo que la civilización, el desarrollo tecnológico de los últimos años permitió que esa pasión se difunda por las redes, whatsapps y medios de comunicación como un veneno contagioso, que se entrama en lo social y forma un tejido neoplásico de células malignas.
A esta altura, sabemos que si decimos “grupo de tareas” nos referimos al integrado por periodistas, jueces y políticos que responden al grupo Clarín. “Todos juntos” y “en equipo” promueven el desprecio al pueblo y sus líderes, demonizan al adversario estimulando un odio letal que logró enfermar, dividir e instalar “la grieta”, degradando la democracia a una guerra entre dos bandos enemigos.
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En su libro “El arte de ganar”, el asesor de Cambiemos, Durán Barba, recomienda explícitamente y sin eufemismos que para ganar las elecciones se debe polarizar al electorado sembrando el odio hacia el candidato ajeno.
La manipulación produjo una sociedad de odiadores seriales, que resulta uno de los mayores daños realizados por el gobierno neoliberal de Cambiemos y que será el más difícil de revertir. El campo popular cayó en la trampa y salió a militar el odio que divide, debilita, despolitiza y entretiene. Fortalecer la democracia implica comenzar a pensar y modificar estas colonizaciones del campo popular.
Cristina llamó a la creación de un frente de unidad antiimperialista y a un nuevo contrato social, propuso una fórmula que significa un gesto en el sentido de deponer el odio, las vanidades y ayudar a unir a los argentinos. "Se exige por parte de todos y todas una actitud nueva, un acuerdo también en las reglas de convivencia. Los argentinos y las argentinas vamos a tener que aprender a convivir con nosotros mismos, respetándonos y no insultándonos porque pensamos diferente", afirmó la expresidenta el 11 de junio en las redes sociales.
La vocación frentista se postula como democrática y plural, orientándose por ampliar la lógica de articulaciones. ¿Seremos capaces de construir un frente nacional popular que se oponga al neoliberalismo, que sea verdaderamente democrático y feminista? Un frente verdaderamente democrático debe desarrollar una política de la otredad, que incluya la singularidad, la diferencia, la solidaridad y el encuentro, capaz de alojar “diferencias compañeras” y no “diferencias sapos” que se deben tragar.
Un frente feminista es incompatible con la prácticas patriarcales y machistas, por lo que tiene que deponer el poder de los egos y estar exento del odio bruto capaz de anular al diferente; se trata de debatir, convencer, persuadir, acordar y consensuar, nunca imponer o dominar.
La matriz de un frente consiste en la articulación de diferencias, que permanecerán como una tensión permanente ya que no se anulan ni resuelven: sin diferencias no hay frente posible. No es cuestión de soportarlas o superarlas, sino de reconocerlas y otorgarles la dignidad que se merecen, porque constituyen la base, condición de posibilidad y permanencia de la construcción.
Será fundamental en todo momento no confundir el conflicto político y recordar que la batalla es contra el neoliberalismo, las diferencias compañeras no constituyen la oposición, sino que son el fundamento de la construcción. Habremos ganado una batalla si comprendemos e incorporamos la unidad a partir de un eros que significa no el amontonamiento de un todo, sino articulación de diferencias y un deseo de unidad, basado en un amor político y orientado por la libertad de pensamiento.
Debemos tener presente que las construcciones populares son precarias e inestables, por lo que pueden desarmarse rápidamente. Las diferencias pueden estallar y sin las diferencias el frente desaparece. Se trata de anteponer siempre la estabilidad de la construcción de un frente, que consiste en una apuesta emancipatoria respecto del modelo neoliberal.
Reparar el desastre económico y social constituye una obligación cívica y la creación política del frente, concebido como construcción de la voluntad popular, nos puede salvar.