Elecciones 2019: defender la alegría pese a la campaña sucia y el desánimo que instala Cambiemos

La desesperación por ganar acentúa la mentira del Gobierno como táctica para destruir a los opositores. El ámbito sindical es objeto de particular insidia.

20 de julio, 2019 | 21.26

Decía Arturo Jauretche: “El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza”. Por su parte Mario Benedetti, en un poema titulado como esta nota, proponía: ““Defender la alegría como una trinchera, defenderla del caos y de las pesadillas, de la ajada miseria y de los miserables, de las ausencias breves y las definitivas (…) Defender la alegría como un estandarte, defenderla del rayo y la melancolía, de los males endémicos y de los académicos, del rufián caballero y del oportunista”

 

Que no cunda el desánimo

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La realidad argentina, aunque no unívoca ni uniforme desde diferentes posibles miradas, ofrece algunos datos duros que son de toda evidencia.

Las interpretaciones sobre esos datos, sus proyecciones, las razones que motivan los hechos de los que dan cuenta, admiten variantes de relevancia.

Sin embargo, cualquiera que fuere la perspectiva elegida, nuestra realidad actual provoca desaliento, tristezas, incertidumbres, entre otras muchas sensaciones que nos distancian de la alegría.

Los padecimientos sociales impactan, en mayor o menor medida, en cada uno de nosotros. No hace falta para que ello ocurra que nos movilice una actitud solidaria, basta con mirarse a uno mismo o a amigos, familiares y vecinos para advertir que nuestras vidas se empobrecen, no sólo económicamente.

Al recorrer la ciudad vemos cada vez más locales desocupados, más gente pidiendo ayuda o ensayando piruetas para juntar unos pocos pesos, más niños en la calle, filas más largas donde se ofrece algún empleo, más comercios vacíos, más gestos de tristeza.

 

 

Razones hay para todo ello, pero principalmente influye un constante martilleo para instalar la idea de que estamos donde sólo podíamos estar, que no existen alternativas superadoras y que debemos borrar de nuestra memoria tiempos más felices, tanto porque consiste en una pura ilusión como por ser absolutamente inviable el retorno a un estado de bienestar general, reservado para un futuro –cada vez más lejano-, únicamente para algunos –los mejores- y sometidos a ingentes sacrificios.

Nadie está exento de esas influencias, aunque tampoco nos es ajeno analizarlas individual y colectivamente, despejando sofismas a la par de identificar qué es lo que ha cambiado, quiénes son los empujados a la infelicidad y desde dónde –y para qué- opera esa fuerza que desestabiliza nuestra existencia.

Reflexiones necesarias, pero particularmente útiles para que no demos todo por perdido o lleguemos incluso a creer que se trata de un destino inexorable.

 

Una campaña sucia

 

Como un signo de época, que se encuadra en los nuevos modos de hacer política desde la antipolítica, con la intervención de medios de comunicación cooptados, operadores vinculados a servicios de inteligencia y servidores judiciales bien dispuestos, la campaña electoral impulsada por el oficialismo hace gala de todas esas estrategias y otras similares.

La estigmatización de los candidatos de la oposición –con probabilidades ciertas de vencer en los próximos comicios- no escatima esfuerzos ni repara en prurito alguno. Se inventan antecedentes inexistentes, se los cuestiona por la participación en espacios políticos que jamás han integrado o por actividades gremiales como si se trataran de asociaciones ilícitas,. Se los condena por delitos que no han sido probados, ni resultan de sentencias que hayan sido dictadas.

 

 

Se formulan imputaciones absurdas y sirviéndose de personas que se exhiben como lejanas a intereses partidarios, al punto de valerse de los hábitos de quien parece haberlos perdido para tildar de narcotraficantes a jóvenes militantes y por elevación a la dirigente que es su referente.

La desesperación por la suerte electoral pareciera ser lo que acentúa la mentira como táctica, con respecto a los opositores y también en los propios spots publicitarios adjudicándose –cínicamente- virtudes que no ostentan ni han demostrado nunca.

Es recurrente la apelación a distintas formas de denostar la Política y por añadidura a los políticos a los que se les atribuye, por esa sola condición, ser corruptos. La contracara que se propone es la de todo aquel que nunca ha actuado –formalmente- en ese terreno, en especial los grandes empresarios que darían cuenta de saber gestionar y ser exitosos por la fortuna que han amasado sin reparar en si la han afanado.

 

La mugre que se suma

 

En ese entramado paradigmático se distribuyen otros roles, protagónicos o de reparto, que abonan esas estrategias y de paso llevan agua para su molino, introduciendo veladamente cuestiones que hacen a sus intereses sectoriales o personales.

El ámbito sindical es objeto de particular insidia, porque en el ideario Neoliberal la agremiación de los trabajadores no es un mal necesario sino un hecho maldito que es preciso extirpar de raíz.

No se equivocan en apuntar en esa dirección, porque el sindicato es –y ha sido siempre- la organización imprescindible para la defensa de quienes trabajan e incluso para aquellos que han perdido el empleo. Constituyen por ello una valla que hay que franquear, para deconstruir el Derecho Social o Laboral como proponen las “Reformas” que se impulsan y que aún no han podido alcanzar.

 

 

Barbaridades como las del periodista Daniel Muchnik que, aludiendo al enfrentamiento entre Galperín (dueño de Mercado Libre) y Palazzo (Secretario General de La Bancaria), sin vergüenza afirmó: “Hay que acabar con ésto. En Estados Unidos se acabó con Hoffa (quien organizó el poderoso sindicato de camioneros) matándolo, yo no estoy proponiendo matarlo a Palazzo, pero de alguna manera hay que poner límites legales al matonaje”. Ser matón desde su concepción es enfrentar con dureza a un poderoso (cuya compañía está valuada en más de 30 mil millones de dólares), eso quedó claro, pero no cuál sería la alternativa a matarlo, quizás enviarlo preso por comandar una asociación ilícita.

Otro empresario de nota, Martín Cabrales (dueño de Café Cabrales) reclama “poder despedir sin causa” lo que la legislación actual permite, pero lo que pretende es despedir sin costo alguno, sin pagar una indemnización. Lo que quedó a la vista cuando sostuvo: “Como empresario me gustaría tener mayor flexibilidad (…) tomar gente y saber que si a esa persona después hay que reemplazarla por otra, también poder reemplazarla”, nada lo impide pero no es gratis.

En ese sentido quien se ganó el premio mayor fue Julio Crivelli (Presidente de la Cámara de la Construcción), que planteó que “con el socialismo y el peronismo evolucionan esos estándares (con referencia a los de protección laboral), y luego siguieron subiendo en desmedro del mérito y el rendimiento y la productividad, y llegamos a un extremo”. Postulando la generalización del sistema vigente en la construcción (el Fondo de Cese Laboral), que lo caracterizó –sin rubor alguno- como un “sistema totalmente flexible y meritocrático”.

 

 

El Fondo de Cese Laboral una pretensión antigua e hipócrita

 

Hace mucho que ese objetivo configura el desiderátum empresario, una aspiración que conduce a la flexibilización más extrema de la relación de empleo y que forma parte de las reformas pergeñadas por el Gobierno.

¿En qué consiste el Fondo de Cese Laboral que rige en la industria de la construcción?

Se trata de un sistema de inestabilidad absoluta, con despido libre no indemnizado y en función al cual al obrero se le deposita en una cuenta bancaria, mensualmente, un porcentaje de su remuneración (12% el primer año y 8% los siguientes), y cuya disponibilidad para el trabajador se opera recién al cesar en el empleo.

Es obvio, con las tasas de inflación de la Argentina, que lo que finalmente percibe carece de toda entidad económica y ni de lejos se aproxima a la indemnización que en similar situación le corresponde a cualquier otro trabajador y que tiene por objeto brindarle una protección contra el despido arbitrario o incausado por constituir un costo para el empleador.

 

 

No es sólo el efecto inflacionario lo que corroe ese sistema, sino que esos porcentajes se aplican sobre las sumas liquidadas por recibos, cuando en esa actividad la mayoría de los trabajadores perciben sumas marginales, ya que sus salarios reales se determinan a destajo conforme tarifas individuales o por equipos de trabajo establecidas por la empresa.

No es ocioso hacer algo de historia sobre ese precarizante instituto laboral, que originariamente (en 1967) fue fijado por un CCT suscripto por Rogelio Coria (por entonces Secretario General de la UOCRA), dirigente al que se le atribuían serias complicidades con las patronales.

Al año siguiente, frente a los cuestionamientos constitucionales y una corriente doctrinaria como jurisprudencial creciente que invalidaba ese sistema por no configurar una tutela efectiva contra el despido arbitrario acorde con la constitución Nacional (art. 14 Bis), se le brinda un soporte “legal”, transformando el CCT en un Estatuto por un decreto-ley (N° 17.258) sancionado en la dictadura de Onganía. Que una década más tarde, por otra dictadura (la instaurada en 1976) es reformado por la ley de facto N° 22.250 –aún vigente-, rebajando más aún las tutelas y derechos laborales.

Se aducía en los Mensajes de Elevación de ambas normas de facto, como justificación para sustraer a los obreros de la construcción de la protección básica de que gozaban los demás trabajadores ocupados en el sector privado, que se trataba de una industria que por su naturaleza precisaba certezas para los empresarios y que ello también redundaría en beneficio de una mayor formalidad en las contrataciones con los consiguientes efectos en materia de efectiva integración de las cotizaciones a la seguridad social, crecimiento del nivel de ocupación y la percepción de sumas similares –o superiores- a la de un despido en cualquier situación de cese laboral.

A pesar de esa flexibilización extrema, en esta actividad siempre –hasta el presente- se han verificado las tasas más elevadas de trabajadores no registrados, los mayores grados de precarización de las condiciones de labor y de evasión de las obligaciones fiscales, acompañada de una naturalización de la parcial registración del salario, de su composición y de la extensión real de las jornadas de trabajo.

Que los empresarios del sector lo celebren y pretendan extenderlo a sus colegas de otras actividades es entendible, que lo erijan como ejemplo de una “meritocracia” deseable es de una hipocresía intolerable.

Lo que cuesta explicarse, es cómo en 51 años no ha habido en ese gremio un reclamo por reformar el Estatuto para mejorar la situación precaria en que se hallan sumidos quienes se desempeñan en esa industria, más allá de haberles cambiado el apelativo de “obreros” por el de “constructores”.

 

Sin utopías no hay transformaciones

 

La sociedad de trabajo en su conjunto enfrenta riesgos ciertos e inminentes, la desatención de lo que les ocurre a otros, muchos, cada día más, es funcional a quienes se aprovechan de esas penurias y buscan acentuarlas en su exclusivo beneficio.

Creer en un determinismo inexorable, en la existencia de un solo camino, en la imposibilidad de torcer este rumbo, en la inviabilidad de lo colectivo y someterse pasivamente a los abusos cotidianos creyendo que la salvación será individual si demostramos méritos suficientes, no permitirá ninguna salida.

Debemos dejar de esperar futuros promisorios y exigir un presente capaz de proveernos felicidad, convencernos y convencer que la alegría no es una simple quimera, que es necesaria para concretar nuestros sueños y que el desaliento no puede ganar nuestra existencia

Ante un nuevo pedido de fondos para emprender el cruce de Los Andes, objetivo fundamental para la Campaña Libertadora, en una carta Juan M. de Pueyrredón (entonces Director Supremo) le dice al Libertador: “No te doy nada más, porque tu sueño es imposible”; y San Martín le responde“Puede ser que mi sueño sea imposible, pero mi sueño es impostergable”.