El anuncio de la fórmula presidencial de parte de Cristina Kirchner abrió definitivamente el juego del ajedrez presidencial de este año, de hecho es la primer fórmula completa que se conoce al momento. Seguro que no se trató de un clásico peón de rey. Básicamente, se esperaban dos posibles propuestas: CFK fuera de la elección o CFK candidata a presidenta, con PASO entre varios candidatos o con fórmula única de consenso. Pero la dama organizó una apertura distinta e intentó, quizás, conjugar lo mejor de los dos caminos. Repasemos brevemente la situación de CFK hasta el viernes 17 para analizar los probables motivos de la decisión y, luego, tentemos algunas alternativas que se abren por delante.
Cristina Kirchner tenía hasta el viernes 37% de intención de voto, un número casi de consenso de la mayoría de las encuestas. Además, 37% obtuvo Scioli en las elecciones generales de 2015 y 37% también conquistó CFK en las legislativas de la provincia de Buenos Aires de2017. Luego del 2011, el peronismo kirchnerista se redujo a ser algo más que un tercio de la sociedad y al día de hoy no logró superar esos valores, excepto en el extraordinario escenario del balotage de 2015. Y a un mes del cierre de listas, CFK no arrancaba la campaña en la zona de garantizar un triunfo (de 40 a 45% de intención de voto), y si bien los balotajes contra Macri la muestran ganadora hace tiempo, tampoco estaba garantizado un triunfo en esa instancia. Nota aparte de los posibles efectos de la virulenta campaña anticristina que se esperaba del oficialismo político, judicial, económico y demás logias internas e internacionales.
Además, se sumaba otra dificultad: el resto de los candidatos del mismo espacio estaban aún más lejos que ella de garantizar ese triunfo. Ninguno superaba el 30% cuando se lo medía como candidato único, aunque los votos faltantes de CFK se desplazaban a la categoría “otros” o se convertían en indecisos. Probablemente, terminarían votando por Scioli, Rossi, Solá, Kicillof o incluso un Massa retornado al ruedo peronista, pero el riesgo “un Haddad peronista” estaba latente. La renuncia de CFK tampoco reducía la incertidumbre electoral. Se conjeturaba que si daba un pasito al costado era posible construir unas amplias PASO con todos quienes se identifican como peronistas, que juntos sumarían más del 40-45%. Pero sin garantías de unidad ni de construcción de una nueva mayoría.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
En síntesis, la opción de CFK candidata garantizaba la concentración de 37 puntos en torno a ella y probablemente 45% de votos en un balotaje (que podrían llegar al 50 dependiendo de los blancos y no concurrentes), pero sin la seguridad de que los puntos faltantes para el triunfo finalmente ocurrieran. Y la opción sin CFK corría el riesgo de fragmentar los 37 puntos más algunos más, de la suma de candidatos del espacio. Fue así que, conjeturamos, maduró una jugada que intenta conjugar lo mejor de ambas opciones: apuntalar a un candidato con los 37 puntos de CFK que lo ubique en las puertas del triunfo, y abrir la puerta para la conquista de los pocos votos más que se necesitan. Cristina, como parte de la fórmula debería garantizar ese 37% y el otro candidato debería ser alguien en posición de conquistar lo faltante. Y ahí surge Alberto Fernández, un dirigente político sin tradición de competencia electoral, dedicado en los últimos tiempos a la construcción de la unidad y de buen diálogo y relación con la mayoría de los distintos sectores del universo peronista.
Los efectos de esta movida, y de casi todas las acciones electorales que ocurren en las democracias representativas, hay que analizarlos en dos planos: el de los representantes o dirigentes, y el de los representados, electores, sociedad, gente o pueblo según el gusto semiótico del lector. Hoy podemos decir que la apertura de Cristina es exitosa en el plano de juntar consenso de parte de los dirigentes políticos. Sergio Massa, la mayoría de los gobernadores peronistas y el CeGeTista Héctor Dáer, entre otros, recibieron con entusiasmo la iniciativa. Felipe Solá y Agustín Rossi saludaron la fórmula y bajaron sus candidaturas. Daniel Scioli mantuvo la propia, pero festejó la realización de una gran PASO de unidad en el peronsimo, sin discordia con el rumbo general. Sólo Urtubey y Duhalde criticaron la decisión. Todavía faltan cartas por bajar, especialmente las de Schiaretti y Massa, pero da la impresión de que con la proclamación de la fórmula Fernández-Fernández el peronismo en casi todas sus versiones se encamina a buscar juntos los votos faltantes para un triunfo, incluso, en primera vuelta.
La segunda dimensión es la que deberemos observar en la semana por venir cuando surjan las primeras encuestas que testean los efectos de la nueva fórmula y continúen posicionándose aquellos actores que ya vieron los frutos de la unidad en los comicios y aquellos que lo verán en las próximas semanas. Allí las cuestiones no siempre ocurren con la linealidad y velocidad con la que se ordenan las elites políticas. Será necesario observar los efectos en básicamente dos electores, en el propio 37% que hasta hace poco decía votar a CFK a presidenta y el 10-15% posible de ser sumado que se divide entre los votantes de Scioli, Massa, Urtubey y hasta alguno que otro de Lavagna o indeciso. El piso del éxito de la fórmula es garantizar que casi no se pierda ningún voto del 37%, aunque es cierto que puede ser necesario una o más semanas hasta que la nueva fórmula madure y sea aceptada por ese electorado propio. Y las frutillas, arándanos y frambuesas del postre van a estar puestas en observar cuántos electores nuevos pueden sumarse al gran frente opositor que se preanuncia, teniendo siempre en cuenta que la elección definitiva no es la de agosto, sino la de octubre y, quizás, el balotaje de noviembre. Un resultado exitoso sería aquel que, en lo inmediato, garantice los votos que ya existían y eleve el techo del voto potencial a más del 50-55%; con miras a agosto, que garantice entre las fórmulas que compitan en el frente opositor entre un 40 y un 45% de los votos; y de cara a octubre que permita concentrar ese 40-45% y, sobre todo, prever que más de un 50% apoyará la fórmula en el balotaje. Allí sabremos si esta apertura heterodoxa de Cristina logró construir un jaque mate.