El proteccionismo estadounidense es el nuevo símbolo de los tiempos en la economía mundial. Este es el dato central que debería guiar a todos los hacedores de política, incluso en los países dependientes como Argentina. El librecambio siempre fue y es la bandera de los países que llevan las de ganar en la libre competencia, el mito fundante del capitalismo. No es opinión, es historia económica.
Por eso la principal abanderada del librecomercio del siglo XXI es China, la potencia emergente que hoy marca el pulso de la economía global. Los imperios tradicionales conservan el poder militar como garante de sus mercados, pero perdieron el nervio económico. El proteccionismo abierto es la prueba más palpable de la derrota. No es lo mismo proteger los propios mercados en el momento de la expansión, por ejemplo cuando se ponen en marcha revoluciones industriales, que el proteccionismo defensivo en tiempos de caída. No son categorías trasladables a la periferia, es una lucha que ocurre en el centro. En el siempre vigente lenguaje de la primera Cepal, el mundo asiste al lento cambio de su centro cíclico. El proteccionismo del derrotado es el síntoma.
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¿Qué pasó? Algunos números básicos, pero muy contundentes, sirven de guía. En el año 2005 Estados Unidos lideraba el ranking mundial de producción industrial concentrando el 20,3 por ciento del Valor Agregado de la industria global. Con el 11,7 por ciento China ocupaba el segundo lugar. Japón le seguía de cerca con el 11 por ciento. Sólo una década larga después, en 2016, China había más que duplicado su participación hasta el 24,4 por ciento, mientras que Estados Unidos había caído al 16 y Japón al 8,7. En el mismo período también se retrajo la participación de las cuatro principales economías industriales de la UE: Alemania, Italia, Francia y Reino Unido (en ese orden), que sumadas pasaron del 16,8 al 12,8 por ciento, siempre del total mundial.
Nótese de paso la impresionante concentración del valor agregado industrial: un solo país representa un cuarto de la producción global y tres países suman la mitad. Claro que con un mercado interno de casi 1,4 mil millones de habitantes, unas 3,5 veces América del Sur, China es en sí misma un continente.
Observando más de cerca, es decir mirando los procesos económicos que están por detrás de los números, hasta hace poco más de una década, un lapso mínimo en la historia del capitalismo, las economías de Estados Unidos y China eran altamente complementarias. Estados Unidos conservaba las etapas intensivas en conocimiento, las vinculadas al diseño y a la investigación y desarrollo, es decir los eslabones más rentables de las llamadas cadenas globales de valor, y China funcionaba casi como una maquila proveedora de los eslabones de menor agregación. Dicho de otra manera, China no competía por el “trabajo americano”, por el contrario, era proveedora de infinitas manufacturas a bajo costo (las que alimentaron la “cultura Wallmart”) y que, de paso, contribuían a la baja inflación estructural estadounidense, es decir, a su estabilidad macroeconómica.
En el presente las cosas cambiaron. La economía China creció exponencialmente en todas las áreas de alta tecnología, es decir subiendo hacia arriba en las eslabones de las cadenas de valor, y se transformó en competidora en casi todos los rubros tanto en el mercado interno estadounidense como en los mercados mundiales. En otras palabras comenzó a competir con “el trabajo estadounidense” alterando sustancialmente, quizás más rápido de lo esperado, el escenario geopolítico. Luego, el inmenso superávit comercial de la nación asiática sentó las bases para transformarla en exportador de capitales. Hoy China no sólo ofrece a todo el mundo la construcción y provisión de infraestructura básica, sino también su financiamiento. Lo mismo ocurre con la venta de muchos de sus productos.
El panorama no se explica sólo por el fuerte ascenso de China. También contribuyen factores internos de la economía estadounidense, como la pulverización de su propio sueño de movilidad social ascendente. El economista Eduardo Crespo detalla que desde los años ’80, es decir desde hace al menos cuatro décadas, alrededor del 50 por ciento de los salarios se encuentran estancados. En consecuencia la desigualdad se disparó y, junto con ella, todos los procesos sociales asociados: frustración, violencia y aumento de la mortalidad por causas no naturales, como las vinculadas al crimen, el abuso de drogas o los suicidios, por no citar las matanzas regulares de lobos solitarios, una singularidad para un país desarrollado donde, a diferencia de Europa, ya no existen rezagos del Estado benefactor.
En paralelo abundan los sectores económicos en decadencia, especialmente la “industria pesada” y el sector automotor, las actividades que están por detrás del “cinturón de óxido” (rust belt) y que perdieron la competencia con Asia. El resurgimiento del proteccionismo expresa la reacción defensiva frente a estos procesos de disfuncionalidad capitalista.
En este nuevo escenario global la lectura de situación realizada por la Alianza Cambiemos se corresponde más con el panorama de principios de siglo que con el presente. Los gestos “amistosos con los mercados” demostraron no alcanzar para que lleguen las inversiones productivas. Tampoco se entendió que los países en los que hoy se originan las inversiones no son ni Estados Unidos ni Europa, sino China, Rusia y otros del sudeste asiático. El balance suma una mala elección de los socios estratégicos, con los que sólo parece posible festejar que no se castiguen exportaciones ya existentes, con una pobre lectura de la incertidumbre global.
Antes que mejorar los grados de libertad de la política económica y de abrir el abanico de opciones globales, el gobierno aumento la dependencia con los flujos financieros internacionales, un escenario que podría agravarse en el mediano plazo si se agrega el impresionante déficit en la cuenta corriente del Balance de Pagos, que ya alcanzó casi 5 puntos del PIB, el nivel más alto del siglo. Que el presidente del Banco Central sostenga suelto de cuerpo que el endeudamiento externo es muy bajo y no le preocupa o que se festeje que el FMI afirme que los dos primeros años de Macri fueron “asombrosos”, muestra la desconexión entre los funcionarios y la realidad. También de que ni siquiera escucharon los rezongos de los ministros del G-20 que esta semana pasaron por Buenos Aires.